Crece la marea petrogaitanista

Crece la marea petrogaitanista

Petro adquirió una consistente dimensión política. Se volvió una razón social potente y alcanzó la forma de un avatar popular donde cabe toda la indignación acumulada

Por: Horacio Duque
marzo 06, 2018
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Crece la marea petrogaitanista
Foto: HSB

Históricamente las campañas electorales colombianas se han caracterizado por agudizar las tensiones y divisiones en el seno de la nación y la sociedad. La disputa por el poder político en todos sus niveles le agrega nuevos ingredientes a la violencia rutinaria y crónica que permea diversos espacios del Estado. Para la muestra un botón, lo que acaba de suceder con el atentado al candidato Petro en Cúcuta orquestada por el paramilitarismo y la Policía. Claro está, todo como consecuencia del modo de ejercer la dominación las élites hegemónicas. Los clanes que controlan los resortes estratégicos del cuerpo social y político, para tomar en préstamo una figura spenceriana, usan y abusan de la violencia para bloquear cualquier proceso reformista que modifique las inadmisibles condiciones de inequidad que afectan a millones de personas en este país.

El proceso de paz construido entre el actual gobierno y las Farc perfiló en los años recientes un campo político lleno de grandes potenciales y posibilidades democráticas para salir de la trampa artera de la violencia. Se ha creado un clima de mayor apertura y movilidad en el que nuevas subjetividades emergen con inesperados bríos.

Es el caso del liderazgo de Gustavo Petro y su Colombia Humana que está canalizando correctamente los 658 puntos del documento pactado para poner fin parcial al conflicto social y armado. Nada extraño que eso sea así teniendo en cuenta las dificultades que aun presenta el Partido del Común para desatar la movilización social y democrática, que seguro vendrá en este torrente que se ha conformado a raíz de la campaña del líder nacional de la CH.

Hasta hace algunas semanas Petro lucía como un instrumento artificialmente inflamado con encuestas hechas al gusto de grandes jugadores electorales para meter miedo a los ricos “enmodorrados” y en clases medias presas de un pánico patológico. Obvio, para agudizar el fascismo social, a la manera como lo caracteriza De Sousa Santos, entre los segmentos más pobres y miserables.  La narrativa utilizada para el efecto es la de ‘castrochavistas’ y ‘petrochavismo’. La ‘venezuelizacion’ de Colombia por Petro en caso de llegar a ser elegido como presidente.  Discursividad que, por supuesto, suma toda suerte de mentiras, distorsiones, engaños y señalamientos sobre falsos populismos.

Sin embargo, las cosas parecen ser de otro alcance. A estas alturas de la campaña, con Petro posicionado en la punta de las encuestas y de varios sondeos su figura y liderazgo tomó otro rumbo.

Se agigantó de manera alucinante.

Digamos que Petro adquirió una consistente dimensión política. Digamos que se volvió una razón social muy potente. Digamos que alcanzó la forma de un avatar popular en el que se cuelan todas las rabias, toda la indignación acumulada, todas las demandas más sensibles de los pobres, de los trabajadores, de los indígenas, de los afros, mujeres, maestros, jóvenes, ambientalistas, LGBTI etc.

Cada coyuntura, se lo oí decir al inolvidable Hugo Zemelman, tiene sus propios actores, y la que se ha decantado con la paz ha hecho de Petro el epítome de muchos rostros. Epítome que carga con su significante vacío, que tomo de Laclau, sin comprarme toda su teoría populista neogramsciana.

Petro hoy es memoria histórica acumulada, por eso me atrevo a sugerir la metáfora del “petrogaitanismo”, para contrastarlo con estigma ultraderechista promovido en la red mediática hegemónica, para enlodarlo y degradarlo.

Petro es memoria histórica que acumula y potencia la batalla del gaitanismo de 1948; la resistencia agraria y guerrillera (liberal y comunista) de los años 50; la lucha de masas de la Anapo agredida por el fraude en 1970; el paro cívico de 1977; la acción combativa de la Unión Patriótica (UP) en los años 80; la movilización antimafia y anticorrupción (GVLL) de Galán hasta su asesinato por los mismos de su lado; el auge constituyente del M-19 en 1991; la acción civilista de Carlos Gaviria; el aire fresco de alcaldías y gobernaciones progresistas en las décadas recientes; la histórica negociación de la paz por las Farc en la Habana; y la Mesa de diálogos “elena” de Quito con su heroica resistencia popular.

Mirar a Evo y a Bolivia.

La ruta de Petro y del “petrogaitanismo” perfectamente permite la comparación con la marcha de Evo Morales en Bolivia hacia el poder popular e indígena. Evo fue y es el acumulado histórico de la revolución minera del 54, de la gesta épica del Che Guevara y de la lucha de masas contra el neoliberalismo.

El triunfo de Evo Morales, cuando paso de ser el líder cocalero del Chapara a ejercer la presidencia de Bolivia hasta hoy es un paradigma para el movimiento popular colombiano que despierta y cogió un impulso que nadie frena. Ni la muerte, ni la amenaza, ni el fraude tecnológico de la ultraderecha, que ya están preparado para calcar lo de Honduras en las últimas elecciones.

Con el petrogaitanismo se creció el pueblo y hay que actuar en consecuencia.

Con el petrogaitanismo la iniciativa está en el bloque popular.

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