Esta es nuestra última parada en Bogotá. Visitaremos el taller de la Fundación Promedio que, en cabeza de Catalina López y Samuel, busca el equilibrio entre lo que falta y lo que sobra. Su mantra: crear para cuidar. La energía del lugar está dada por la buena onda de sus integrantes, un grupo de jóvenes, entre arquitectos y diseñadores industriales, que le apuestan a la transformación de los materiales, a la reutilización y a cambiar la idea del consumo. Han aprendido que un material como el cartón, que en apariencia es endeble, puede ser muy fuerte.
Samuel Córdoba es arquitecto, junto con su esposa Catalina López son las cabezas creadoras de la Fundación Promedio que arrancó hace cuatro años. Ambos viven de acuerdo a lo que creen: cambiar los hábitos de consumo. “De adolescente siempre fui muy apático, nada me interesaba realmente. Después de graduarme trabajé en escenografía, y luego hice una maestría en Dirección de arte para cine, en Los Ángeles; creo que vivir lejos de Colombia me hizo cambiar la forma de ver mi país, de lo que era ser colombiano y empecé a cambiar el rumbo. Un día estaba con un amigo hablando de cómo podíamos cambiar el mundo, abrí un libro de fotografía y me encontré con una foto de los palafitos de Tumaco, y decidí que me iba para allá a hacer un documental. Estuve allí tres meses y de lo que más me impactó es que toda la basura se fuera al agua”.
En este ir y venir conoció a Catalina, y desde entonces, se han impulsado mutuamente. En un comienzo estuvieron viajando con el documental Tumaco Pacífico, fue entonces cuando descubrieron que sí era posible gestionar sus propios proyectos y darle vuelo a sus ideas. “La basura no es lo que se bota, es lo que se crea desde el primer momento que se hace un producto. El problema es el consumo. No nos interesa tanto la sensibilización, sino las acciones, plantear soluciones, trabajar en equipo”. La siguiente parada los llevó a Chile, “vimos en una librería unos butaquitos y unas mesas elaboradas con cartón nuevo, y pensamos por qué no hacerlo con cartón reciclado. La idea me quedó dando vueltas. Un día vi un reciclador con una caja grande y me acordé, le pedí que me la vendiera y me la llevé a mi casa. Lo primero que hice fue un butaco, pero no era muy cómodo; luego me lancé con una silla, al comienzo resistió, pero terminó rompiéndose. Así que me obligué a hacer un diseño más fuerte, inicialmente pensé que en tres meses estaría lista, pero me tomó seis”.
Ahí arrancaron en forma. “Establecí una relación con la recicladora de mi barrio, ella me conseguía las cajas, pero un día le mostré la silla, le encantó, y de allí surgió la idea de un proyecto pedagógico con el cartón. Pero es difícil, porque requiere de mucho trabajo, es un proceso muy largo, necesita plantillas y financiación. Luego entendí que lo interesante era construir en colectivo y algo para todos. De allí surgió el sistema de hacer tubitos, de diferentes tamaños, con los que creamos de todo”.