Sin la menor duda, el sentido común es el menos común de los sentidos. Y los títulos universitarios, ni de lejos, hacen las veces de antídoto para mantener a raya la insensatez. Al fin y al cabo, la naturaleza no tiene la culpa del talante esquizoide de los currículos y las instituciones.
Va concluyendo el primer semestre del año en el mundo universitario en modalidad de retorno a la presencialidad y ya se están viendo los resultados de la misma, acorde con lo que se veía venir desde comienzos del año: una pandemia fuera de control con consecuencias a la vista.
En efecto, en lo que a la Universidad Nacional de Colombia concierne a guisa de ejemplo, pocos días atrás su Rectora, la profesora Dolly Montoya, remitió un comunicado alertando de la salida de madre de los casos de contagiados por covid entre los diversos estamentos universitarios. Por supuesto, como parte del comunicado, se insta a volver al uso de mascarillas y otra medidas que se han venido relajando desde hace meses con una insensatez que le coquetea a la estupidez.
Obviamente, si desde un principio se hubiese tenido una observancia rigurosa en materia de bioseguridad, a lo mejor, esto no estaría pasando o, al menos, la situación sería menos severa. Incluso, unos meses atrás, le escribí a Dolly procurando hacerla caer en cuenta al respecto.
Pues bien, ella le pasó mi mensaje al vicerrector a cargo de la Sede Medellín, profesor Juan Camilo Restrepo, quien, a su vez, se la remitió al área de seguridad y salud en el trabajo, la cual, un tiempo después, me contestó con una retahíla de justificaciones que alegaban que seguían al pie de la letra lo prescrito por la OMS y el Ministerio de Salud.
Pero, una cosa es la paquidérmica burocracia y otra, harto distinta, la tozudez inherente al principio de realidad.
¿De qué sirve alegar que la OMS y el Ministerio de marras prescriben esto, lo otro y lo de más allá si, al fin y al cabo, la indisciplina social arrasa con la sensatez a trochemoche, sobre todo entre los incultos y zafios sectores populares?
Mientras no se adquiera plena conciencia en cuanto a que la bioseguridad debe ser bien estricta, con el uso de mascarillas certificadas y homologadas (no las tontas mascarillas de tela y quirúrgicas que poco protegen), con un debido distanciamiento y otras medidas pertinentes, la pandemia seguirá fuera de control, máxime cuando se torna más compleja al entretejerse con otras pandemias, como las de hepatitis, viruela del simio y las llamadas nuevas enfermedades. Ante todo, estas pandemias exigen la puesta en práctica de una disciplina espartana.
En el caso de los campus universitarios, aún proliferan como verdolaga en playa las situaciones de profesores que dictan clases sin mascarilla, de estudiantes que las usan mal o no las usan en las clases, de administradores que no observan como se debe la bioseguridad, de buses que no guardan aforo alguno, de campañas de vacunación improvisadas e insuficientes, etcétera.
En suma, estamos ante una evidencia contundente en cuanto a que el mundo universitario carece de mentalidad preparacionista propiamente dicha. Hasta provoca decir por momentos que parece un mundo mono neuronal.
En resumidas cuentas, el mundo universitario dista en mucho de haber entendido que la solución para la crisis suscitada por esta pandemia y las demás pandemias que se le están entretejiendo pasa necesariamente por el replanteamiento a fondo del desastroso paradigma de civilización aún en boga, altamente depredador de la naturaleza y que sigue atrapado en el mito del desarrollo sostenible.
Más aún, conviene no abrigar esperanza alguna en cuanto a que tal mundo adquiera conciencia y madurez al respecto. Es mucho mejor pensar y actuar en la dirección del fomento de zonas de inteligencia completamente al margen del contraproductivo mundo universitario.