COVID-19, ¿una lotería ganada para el sector farmacéutico?

COVID-19, ¿una lotería ganada para el sector farmacéutico?

Por cada dólar invertido en fabricar un medicamento, el mercado farmacéutico mundial obtiene mil de ganancia, siendo uno de los negocios más rentables del mundo

Por: ismael suárez_córdoba -
mayo 29, 2020
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COVID-19, ¿una lotería ganada para el sector farmacéutico?
Foto: archivo Secretaría de Salud Bogotá

Empresas farmacéuticas que la mayor parte tiene carácter internacional, estando presente en varios países a través de filiales. Alcanzando márgenes de ganancia por producto entre el 70 al 90%, e incremento anual de la facturación del 29.8 %. Con una tasa total de ganancias del 20%, que excede el 15,8% de los bancos comerciales. Y que en la 'Lista Fortune' de las 500 mayores empresas, muestra como el volumen de beneficios de las 10 mayores farmacéuticas, rebasa los beneficios acumulados por las 490 empresas restantes.

Empresas localizadas en los países más desarrollados: 5 con sede en Estados Unidos (50%), 2 en Suiza (20%), otras dos en el Reino Unido (20%) y 1 en Francia (10%). Aunque también existen empresas japonesas, europeas nórdicas, y alguna alemana, con importantes niveles de ganancias. En la que la globalización les ha permitido maximizar sus beneficios, ya que compran las materias primas en los países en vías de desarrollo donde son más baratas, instalan sus fábricas en donde las condiciones laborales son más ventajosas y venden sus productos en los países donde la población tiene mayor poder adquisitivo y los servicios de salud están más desarrollados. Siendo Roche la líder mundial en el mercado de fármacos, con un valor de marca estimado de alrededor de 6,914 millones de dólares. Seguido de Bayer, con 6,209 mil millones de dólares; Pfizer, con 4,776 mil millones de dólares; Abbot, con 4,455 mil millones de dólares y cierra las primeras cinco posiciones Merck & Co, con 4,141 mil millones de dólares.

Sector farmacéutico en continuo crecimiento que se caracteriza por una competencia oligopólica, en la que 25 empresas controlan cerca del 60% del mercado mundial. Cuya capacidad competitiva se basa en la investigación y el desarrollo (I +D), en el control de las cadenas de comercialización de los medicamentos y en la apropiación de las ganancias mediante el sistema de patentes. Como la ley de extensión de patentes Hatch-Waxman, aprobada por Ronald Reagan en 1984 (que hasta esa fecha, los medicamentos fueron considerarlos un bien necesario). Dado que ninguno de los países en desarrollo contaba por ese entonces con una industria farmacéutica, y los que posteriormente crearon laboratorios propios (Brasil o India), aún dependen de los proveedores de materias primas químicas. Industrias químico-farmacéuticas líderes, que también pertenecen a las principales multinacionales. Que para alcanzar y mantener estos enormes beneficios (la mayoría a expensas de los servicios sanitarios públicos), recurren en muchos casos a colocar en puestos políticos y gubernamentales a los propios directivos de sus empresas. Acumulando un gran poder económico y, por ende, una enorme influencia a nivel político en los países en los que realiza sus grandes negocios.

Países como Estados Unidos, Japón y de la Unión Europea, que además conceden exenciones y reducciones de impuestos a estas transnacionales. Incorporando medidas favorables en los tratados internacionales de libre comercio, apoyados en acuerdos sobre protección de patentes con organismos como la Organización Mundial de Comercio (OMC). Lo que demuestra que los grandes beneficios obtenidos por la industria farmacéutica, no son solo fruto del libre mercado, sino de una política de protección de esta industria. En el cual el principal argumento para mantener las patentes por largos períodos de tiempo (17 años o más), se encuentra en el respaldo a los gastos incurridos en la investigación de nuevos medicamentos.

Costo de investigación de un nuevo fármaco, que no recae sobre la industria farmacéutica, ya que los gobiernos y los consumidores financian el 84%, mientras que solo el 12% restante corresponde a los laboratorios (costos asociados a la realización de estudios de mercado, extensión de patentes, distribución y promoción de productos, gastos administrativos para mantener estructuras multinacionales y los astronómicos salarios pagados a sus ejecutivos). Tampoco es cierto, que para crear un nuevo fármaco es necesario invertir algo más de 800 millones de dólares en investigación por producto. Puesto que un estudio del British Medical Journal, que recopiló datos de 117 proyectos de investigación, estableció el costo en unos 75 u 80 millones de dólares (aprox. -90%). Costo de investigación, que según la FDA estadounidense y la Agencia Europea de Evaluación de Medicamentos (organismos que autorizan la venta de medicamentos), sólo un 20% de la inversión en investigación va a parar a productos que aportan una mejora terapéutica notable.

Gasto farmacéutico que representa una proporción cada vez mayor de los presupuestos estatales (entre el 25-30% del gasto sanitario total), lo que pone en riesgo el sostenimiento del sistema público. Lo que obliga a los gobiernos a intentar tomar medidas como la reducción de precios para grupos de medicamentos similares o la promoción de genéricos. Sector que ha convertido la enfermedad en un negocio, pues nada mejor que una dolencia de la que el paciente dependa de un tratamiento para poder vivir (Goldman Sanchs - The Genome Revolution). Poder que la globalización ha permitido extender sin límites, hasta el punto que son las multinacionales farmacéuticas quienes deciden qué se investiga, qué no se puede desarrollar, que medicamentos comercializan con base a determinados precios, que enfermedades atienden y qué enfermos merecen cura. Dedicando el 90% del presupuesto de investigación y desarrollo de nuevos medicamentos, a los problemas de las poblaciones con alto poder adquisitivo, aun cuando no se trate de enfermedades (como la proliferación de “medicamentos” antienvejecimiento). Aplastando a competidores menores, ocultando los efectos adversos, presionando a los gobiernos y fijando precios elevados, lo que hace a los medicamentos inaccesibles para gran parte de la población mundial. Con una curiosidad añadida, la mayoría de los fármacos nuevos se gestan en las universidades públicas, aunque su comercialización es llevada a cabo por las empresas privadas.

Grandes beneficios de la industria farmacéutica mundial, que se complementan con la desatención de aquellos medicamentos que aun siendo efectivos tienen una baja rentabilidad. Desabastecimiento cuyo suministro no se asegura, porque han desarrollado alguna alternativa de eficacia similar, pero de mayor precio. Desarrollos en los cuales, la innovación farmacéutica no está a la altura de lo que dejan entrever los avances de la biología molecular, la genética o la bioinformática, con la correspondiente proliferación de productos que “no aportan nada nuevo”, que parece ser la regla general de la industria. Situación por la cual más de 2.000 millones de personas en el mundo (28% del total), se ven privadas de su derecho fundamental a la salud.

Puesto que muchas de las enfermedades que azotan al mundo no se terminan de controlar, porque los que las sufren son personas que no pueden afrontar el gasto sanitario (cáncer, artrosis, diabetes, hipertensión, alzhéimer). Ya que curar a los pacientes, o practicar una medicina basada en la salud, no es un modelo de negocio sostenible para la industria farmacéutica global. En cambio todo lo que sirva para aumentar sus beneficios, debe ser potenciado y generosamente financiado. Obstaculizando o reconduciendo los avances que pongan en peligro sus cuentas de resultado, aunque ello suponga medicalizar la vida, especular con la salud y sumir en la desesperanza a la humanidad.

"Los fármacos que curan no son rentables y por eso no son desarrollados por las farmacéuticas, que en cambio si desarrollan medicamentos cronificadores que sean consumidos de forma serializada. Deteniendo así el avance científico en la cura de enfermedades, porque curar no es tan rentable como generar cronicidad". Richard John Roberts - Premio Nobel de Medicina.

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