Los primeros días de junio tuve que llevar a mi mamá a urgencias porque le hacía falta la respiración. Llegué con mi hermano a una clínica del norte de Barranquilla (así, sin nombre, porque no se trata de la clínica). Por el cuadro respiratorio con el que venía mi mamá, se activaron todos los protocolos de CoVid-19. Del triage a la calle. No está permitido quedarse en la sala de espera. Ni una despedida, ni una mirada, ni una palabra. Le ajusté los pies a mi mamá en los apoyapiés de la silla de ruedas y se la llevaron.
Mi hermano y yo salimos a mirarnos los ojos por encima de las mascarillas sin entender nada, porque a uno no le explican nada.
Una hora después de estar insistiendo para que nos dieran alguna información salió la doctora N. Dijo que había iniciado el proceso de remisión para una unidad de cuidados intensivos, porque en esa clínica no había disponibles y el nivel de oxígeno de mi mamá nada que se normalizaba. Le pregunté que cuántas ucis había en total y no me supo decir. En la página oficial de la clínica decía que había 14 (7 de cuidados intensivos y 7 de cuidados intermedios). Me sorprendió el número, es una clínica de las buenas.
Mi hermano empezó a buscar apoyo entre sus contactos de las clínicas, y de la prepagada a la que pertenece mi mamá, para que nos ayudaran a agilizar el trámite. En las otras dos clínicas del norte de Barranquilla a las que teníamos acceso, también de las buenas, no había ucis disponibles. Mi hermano y yo no podíamos salir del asombro.
Dos horas y nada de información. Nosotros no dejábamos de entrar a preguntar cada 5 minutos. En un televisor de una tienda cercana se escuchaba una nota sobre lo preparada que estaba Barranquilla para la pandemia. Me puse a navegar noticias en el celular y llegué a una sobre la ocupación innecesaria de ucis para obtener un incentivo económico del gobierno. Luego pasé a otra sobre multas a las empresas prestadoras de servicios públicos por abusos en la facturación. Terminé averiguando sobre el número de ucis y respiradores disponibles, pero cada medio reportaba un número distinto y no pude encontrar datos oficiales para corroborar.
A las tres horas salió la doctora N y dijo que la respiración de mi mamá se estaba normalizando. De todos modos le iban a hacer la prueba de CoVid-19 y una tomografía. Por precaución, la doctora recomendó no detener el trámite de remisión.
Al fin escuchamos la voz de mi mamá. Nos dejaron pasarle el celular y una gelatina, no nos importó más nada.
A las cuatro horas de estar en urgencias, mi madre estaba desesperada. Nos dijo que desde que llegó había pedido una manta porque tenía mucho frío, pero nada. No la dejaban ir al baño porque cuando la estaban acomodando para la tomografía le rompieron la mascarilla y estaba prohibido circular por los pasillos de urgencias sin mascarilla.
Pasó media hora más hasta que nos dijeron que la tomografía había salido normal para unos pulmones de 70 años y que no debíamos preocuparnos. Pero para que mi mamá pudiera salir la tenía que ver el internista, y empezaba su ronda de arriba a abajo. Mi mamá estaba en el primer piso. El diagnóstico fue una reacción adversa a un medicamento común.
A las 6 horas, en las que nunca se encontró una uci disponible, salió mi mamá. Le toqué los hombros como si no pudiera creer que fueran suyos. Tenía la blusa con sangre y me dijo que no era nada, que cuando le tomaron muestras para exámenes se les derramó de los tubitos en los que la almacenan.
Llegamos a su casa y me quedé un rato largo. No hablamos mucho, cada uno estaba mirando para adentro lo que las palabras no alcanzan. Me preguntó que por qué nos habíamos demorado tanto si a los 10 minutos de estar en urgencias ya ella estaba respirando bien. No supe qué decirle. Le agarré la mano y le di las buenas noches antes de que se quedara dormida.
Al otro día empecé a buscar cómo obtener los resultados de la prueba. Me encontré la página oficial de consulta, pero no salía nada asociado al número de cédula de mi mamá. Escribí al correo que estaba para preguntas y nunca me respondieron.
Traté de entender los números que publican distintos medios sobre pruebas realizadas, personas recuperadas y casos de CoVid-19 confirmados por día, pero no pude encontrar la lógica para compararlos con la disponibilidad, la ocupación de ucis, el tiempo en uci por paciente, el número de respiradores y la cantidad de personal capacitado para su operación. Es una tarea imposible, es un rompecabezas que no se entiende; y debería ser una información básica, transparente y fácil de obtener. También intenté entender la cadena de información para llegar a los datos que se publican diariamente y nadie me supo decir nada concreto.
A los 3 días me llamaron para decirme que la prueba PCR de mi mamá había dado CoVid-19 negativo. Hasta que no vi el resultado en el pdf que me enviaron no lo creí. Una semana después me volvieron a llamar del mismo número a preguntar que si ya había recibido el resultado (¿?).
Por más inocente que suene, el susto de perder a mi madre en una sala de urgencias (porque no había cómo atenderla si se complicaba), me dio un golpe de realidad que para muchas personas puede ser lo más obvio: vivimos en un mundo hundido en la precariedad. Realmente, somos una especie primaria y mediocre, incapaz de cooperar para resolver una crisis, y sin la honestidad mínima para aceptarlo. Caemos siempre en la trampa de lo más básico, lo más inmediato. Así lo siento, a pesar de que no pasó nada grave ni trágico.
Cada persona hace lo que puede, y el personal médico mucho más. Pero no es suficiente. Es mucho más profundo y complejo que combatir un virus. Y nadie quiere complejidad. En el fondo, parece que solo quisiéramos distraernos y que nos dejen la vida tranquila aunque no sepamos muy bien para qué.
No tengo una solución concreta. No confío en ninguna institución ni en la mayoría de las personas, y mucho menos en el destino o en una fuerza fuera de este mundo.
Tal vez es tan sencillo como ser más activo, involucrarse más en los asuntos que importan, ser mejor ciudadano. Pero no sé cómo deshacerme del desgano que me impide hacer algo, de hacer un mayor esfuerzo por participar. Me dedico a la enseñanza de la escritura y hasta escribir me ha costado. Me cuido, cuido a las personas que más quiero, busco información, verifico, pregunto y comparto lo que creo que podría ser útil. Hasta ahí.
Solo se me ocurre, desde mi comodidad (y por más inocente que suene), seguir trabajando en educación, seguir aprendiendo, seguir intentando cambiar creencias ―incluidas las mías―, por conocimiento.
Aunque en este momento, lo único que me importa es que mi madre está bien y que puedo visitarla los días de pico y cédula.