COVID-19, la verdadera prueba de fuego para Occidente

COVID-19, la verdadera prueba de fuego para Occidente

"Presos de las narrativas que nos muestran, nos hemos olvidado cómo, en la práctica, los asiáticos le hicieron el ole al virus sin tantos aspavientos"

Por: Armando Moreno Sandoval
marzo 31, 2020
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COVID-19, la verdadera prueba de fuego para Occidente
Foto: Pixabay

Leer al filósofo surcoreano Byung-Chul Han es reconfortante para entender qué pasa en sociedades diferentes a la europea-estadounidense, es decir, lo que se conoce como Occidente.

Así Occidente triunfe frente al coronavirus ya de antemano parecería que se estuvieran llevando el trofeo de fracasados. Occidente no ha querido entender que la manera como los asiáticos le ganaron la batalla al virus corresponde a una concepción de ver la vida diferente a la de Occidente.

Para entender lo dicho es necesario remontarnos a la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII que puso al individuo por encima de todas las cosas. Todo el pensamiento que surgió a raíz de la Revolución Francesa, incluyendo el marxismo, tuvo como referente el respeto a la libertad, la igualdad y la fraternidad.

No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, la filosofía occidental acentuó el individualismo, el relativismo cultural e incluso el fin de los metarrelatos que le sirvieron a Occidente para imponerse y destruir otras culturas (cristianismo, comunismo, fascismo, nazismo, etc). Estos filósofos, más el surgimiento de las nuevas tecnológicas en el último cuarto del siglo XX, relativizaron y empoderaron al individuo, al punto que hoy la frontera entre lo falso y lo verdadero pareciera evaporarse. El individuo se ha apoderado de su propia verdad. La autoridad académica, científica o el individuo docto tan apreciado está en entredicho. La mejor expresión son los fake news y deepfakes.

Si Occidente está en una carrera maratónica para enfrentar al coronavirus utilizando una vía larga como es la vacuna que estaría entre un año y año y medio, países como Hong Kong, Singapur, Japón, China, Taiwán y Corea del Sur lo hicieron dejando a un lado al individuo y recurriendo a la obediencia colectiva.

En contraste con Occidente que entró en paranoia decretando cuarentenas, invocando soberanías, cerrando tiendas, restaurantes y fronteras a los extraños cuando en realidad eran ellos los peligrosos por ser portadores del coronavirus, en Taiwán y Corea del Sur la vida cotidiana seguía como si nada.

Ahora los medios y algunos filósofos al estilo de Zizeck están propiciando, fiel a la tradición cristiana, una paranoia apocalíptica. Que el capitalismo murió, que la vida ya no será como antes, que todo será distinto y que después del coronavirus otra forma de vida social se instalará en el planeta.

Nada de esto sucederá. El capitalismo, y lo ha demostrado en su corta vida, tiene una capacidad de reinventarse. Lo que si es cierto es que si no es Occidente, serán los asiáticos quienes lo sacarán avante y más fortalecido.

Lo que sí está en entredicho son las libertades individuales que se empezaron a moldear desde ese periodo europeo conocido como el Renacimiento y que se acentuó con la Ilustración y cuya defensa ha generado muchos horrores. Basta solo recordar la inquisición en nombre de Dios y las luchas que se libraron contra el totalitarismo comunista, fascista y nazista, al igual que los populismos de derecha e izquierda.

Esta es la verdadera prueba de fuego de Occidente.

Presos de las narrativas que Occidente nos brindan a través de la tele y de los celus —vía Facebook, Twitter, WhatsApp—, nos hemos olvidado cómo, en la práctica, los asiáticos le hicieron el ole al coronavirus sin tantos aspavientos.

Desconocer el papel de los trabajadores de la salud en Occidente es como ocultar el sol con un dedo. Está claro que los asiáticos para enfrentar el coronavirus lo hicieron confiando en sus matemáticos, programadores, inteligencia artificial, la tecnología de internet 5G pero, sobre todo, en los big data. Esos robustos centros informáticos que pueden capturar, gestionar, procesar y analizar datos, y que no se puede hacer con herramientas convencionales.

Unos pocos ejemplos nos pueden dar una idea de lo que está pasando en esos países asiáticos.

Ver policías poniendo orden en la calle parecería cosa del pasado. Para eso están los tracker, personal que durante 24 horas mira y analiza los movimientos de la gente las 24 horas del día a partir del material filmado en videos. Estos tracker son los encargados de llevar a cabo la vigilancia social y digital que en Occidente sería imposible por invasión a la intimidad o al derecho al desarrollo de la libre personalidad.

El sistema de créditos social por puntos sería impensable en Occidente. Cámaras esparcidas por las calles —China tiene 200 millones de ellas— vigilan al individuo y dependiendo de su comportamiento le dan o le quitan puntos. Leer periódicos en internet da o quita puntos dependiendo si, lo que lee, es afín o contrario al gobierno. No ser leal al gobierno con lo que se lee es un lío: el riesgo de ser considerado como un peligro para la sociedad.

No obstante, es en la lucha contra el coronavirus donde mejor se aprecia el uso de la inteligencia artificial con todo su arsenal informático. Las cámaras que están instaladas en las estaciones del metro han ayudado mucho para prevenir el contagio. Detectar una persona con una temperatura alta le permite al gobierno enviarle a quienes están alrededor de la persona sospechosa un mensaje de texto avisando que la persona del lado puede ser portador del virus.

Esa misma labor la hacen los drones en las calles. Los enfermos de coronavirus ya están detectados. Violar la cuarentena podría ser sancionado por el mismo dron o en su defecto, si se rehúsa a aceptar el llamado, a darle aviso a la policía.

Igualmente pasa en los conjuntos residenciales. Una aplicación en tiempo real le informa a los residentes en cuáles apartamentos están los contagiados por coronavirus para prevenir el contacto.

Mientras Occidente no sabe qué hacer con el coronavirus, pues se ha quedado en recuentos estadísticos diciéndole al mundo qué país ha superado a China en contagiados, en Corea del Sur crearon una mascarilla utilizando la nanotecnología para aislar el virus filtrando el aire. Las mascarillas les fueron repartidas a todos los habitantes. Lo interesante es que es reutilizable si se lava al cumplirse un mes de su uso.

Los asiáticos ya le ganaron la pelea al coronavirus, y Occidente se niega a aceptarlo. El problema está en cómo una cultura construye la realidad con el lenguaje. En Occidente existe la tendencia de creer que todo colectivismo es comunismo. Esta falsa idea solo ocurre porque Occidente quiere comprender a los asiáticos con sus propias ideas. Se les olvida que la mentalidad autoritaria que, en el caso de China, está ligada a una tradición cultural heredada del confucionismo.

Si en las sociedades asiáticas existe la obediencia colectiva simplemente es, porque allí esa cosa que en Occidente llaman privacidad para defender al individuo no existe.

Si, para el caso de Occidente, la libertad individual está en riesgo, lo más peligroso es que no se sabe qué poder está detrás del coronavirus. Ya Occidente, con EEUU a la cabeza, a través de Netflix y HBO han recreado a través de series para televisión el mundo de la sociedad obediente y controlada por la inteligencia artificial, los matemáticos, los programadores y los big data.

Solo me resta decir que si quieren entender cómo es eso de la sociedad obediente del futuro controlada por algoritmos con dos ejemplos bastan: Black Mirror en Netflix y Westworld en HBO.

¡Da miedo!

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