Según el Padre Revollo, lograr mapear (no es la palabra que él utilizó, por supuesto) todo el territorio nacional con la herramienta del habla popular, conforme a las características de las diferentes regiones, constituía sin duda una labor de reafirmación de la nacionalidad, así como lo habían hecho ya otros países en Hispanoamérica, que habría que agregar a los mencionados en nuestra entrega anterior, como en el caso de Chile con sus diccionarios de Zorobabel Rodríguez y Manuel Antonio Román, y las obras de M.L. Amunátegui y Ortúzar; Cuba con el diccionario de Esteban Pichardo; México y las obras de García Izcabalceta, Ramos Duarte, Ricardo del Castillo, Darío Rubio y Cecilio Rubiedo; de Ecuador, el Catálogo de errores de P.F. Ceballos; y los países de Centro América con sus lexicógrafos (lexígrafos, los llama Revollo) Carlos Gagini, Batres Jáuregui, Alberto Membreño y Salazar García. Y claro, el aporte de la isla de Puerto Rico con el desempeño de quien Revollo considera su padrino y su mentor, patrocinador de la publicación de la primera edición de sus Costeñismos colombianos, el gramático Augusto Malaret, autor del Diccionario de americanismos y también de El Vocabulario de Puerto Rico.
Ante ese panorama, el Caribe colombiano no quiere ser menos cuando el padre Pedro María Revollo, profundamente ligado a los procesos políticos y sociales de nuestra región, manifiesta expresamente que por razones etnográficas, climáticas y culturales cada región en Colombia posee un repertorio distinto de expresiones y modismos que ayudan a dibujar completo el rostro de la “patria” (vocablo muy caro al Padre Revollo). Así entonces, a los ejercicios de Rufino José Cuervo con sus Apuntaciones críticas del habla bogotana; a los Breves vocabularios de César Conto y Manuel Uribe Ángel, sobre el habla antioqueña; al Diccionario Abreviado de Galicismos, Provincialismos y Correcciones del Lenguaje de Rafael Uribe Uribe; a Las Papeletas Lexicográficas, de Emilio Robledo, sobre el habla antioqueña y caldense; y al Diccionario de Provincialismos y Barbarismos del Valle del Cauca, de Leonardo Tascón, el Caribe reacciona primero con el trabajo de Manuel E. Lanao titulado Apuntaciones críticas del habla castellana. Provincialismos de Rioacha, publicado en Santa Marta en 1920, y cuyo título completo nos da una muestra de su ambición temática: Apuntaciones críticas sobre el idioma castellano; provincialismos de Ríohacha; método filosófico para redactar un texto didáctico o de enseñanza; reglas fundamentales para aprender; y apellidos españoles que en Colombia sólo se encuentran en la costa atlántica.
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A la obra de Lanao le seguiría la obra extraordinaria del barranquillero de ascendiente alemán Adolfo Sundhein, publicada en Paris’ en 1922
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A la obra de Lanao le seguiría la obra extraordinaria del barranquillero de ascendiente alemán Adolfo Sundhein, titulado Vocabulario Costeño o Lexicografía de la Región Septentrional de la República de Colombia, publicada en Paris en 1922, obra a la que alude Pedro María Revollo con respeto y reconocimiento en la nota introductoria de su obra escrita en 1941. Dice textualmente: “En más de una ocasión tuve coloquios con el sabio barranquillero Adolfo Sundheim sobre la misma labor y habíamos tratado de unirnos para una en común; el extrañamiento mío de esta ciudad, la dificultad de entendernos de acá a Mompox, su último viaje a Europa y la facilidad de publicar allá hicieron, en buena hora, que Sundheim publicara su libro Vocabulario costeño en 1922, libro de veras de gran valor literario y crítico, pero que no ha tenido la propaganda que merecía, ya por la muerte seguida y lamentadísima de su ilustre autor, ya por haber perecido gran número de ejemplares en un incendio, ya por falta culpable de interés en leerlo entre nuestros conterráneos. (?) Si a estas causas se agrega que la obra de Sundheim es incompleta, porque faltan muchos costeñismos, como lo podrá comprobar quien haga la comparación, se comprenderá también porqué me he atrevido a lanzar la mía a la estampa…”
Para Revollo la obra de Sundheim padece la doble mala suerte de, no solo no contar con suficiente difusión en su momento, razón por la cual no fue muy leída cuando fue publicada, sino por haber sido víctima de un incendio que destruyó los ejemplares en existencia. Además de eso, Revollo se permite destacar en la portada de su libro en 1942, la siguiente anotación: “Contiene más de dos millares de voces no incluidas en el Vocabulario costeño de Sundheim”.
Y podríamos decir también que el bien merecido rescate de la obra de Sundheim que en 1994 hiciera la gobernación del Atlántico, en su estupenda serie de rescates editoriales bajo la administración de Gustavo Bell Lemus, sufrió también no solo la falta de una adecuada difusión sino la carencia de una distribución profesional que, al no poder ser comercial, por limitaciones legales y taras propias de nuestra administración pública, consideramos no permitió que la obra circulara más ampliamente como hubiera sido deseable, aunque es muy posible que haya quedado en los catálogos de las principales bibliotecas institucionales del país.