El siglo XIX y las primeras décadas del XX puede decirse que constituyen la época que marcó un gran prestigio de la gramática y del dominio del lenguaje en las sociedades hispanoamericanas. Gramática y poder eran un fuerte binomio en estas sociedades y muchos políticos eran además destacados gramáticos, académicos, poetas y diplomáticos. No solo los grandes literatos y los clérigos (éstos últimos estrechamente ligados a los procesos del lenguaje desde muy remotas épocas de la Iglesia) eran los que cultivaban la literatura, la filología y la gramática, por vocación y convicción; sino que, también, por un prurito de lucimiento social y conocimiento, los políticos empezaron a darle lustre intelectual y cultural a su carrera por el poder, fungiendo también de gramáticos y hombres de letras. En Colombia, por ejemplo, se decía que a la presidencia de la república se llegaba subiendo por una escalera de versos pareados. Y que a Panamá la habíamos perdido mientras el presidente Marroquín pulía los versos de su famoso poema titulado La perrilla.
El historiador barranquillero Sergio Paolo Solano, en un ensayo titulado Política, lenguaje y control social en el penúltimo período finisecular, trabajo recogido por el lingüista sinceano Freddy Ávila en el título El Español en el Caribe colombiano, publicado por la Alcaldía de Cartagena, en el marco del IV° Congreso Internacional de la Lengua Española, Cartagena, 2007, en el intertítulo La corrección del lenguaje dice que “Una de las ideologías que justificará esa percepción de la sociedad deseada fue la de la purificación del lenguaje. Desde finales del siglo XIX ha existido una preocupación por los asuntos relacionados con el idioma castellano, ya sea divulgando sus reglas gramaticales y ortográficas, ya sea recopilando los modismos y expresiones regionales, tanto para resaltar aspectos de la identidad como para corregir, o ya sea para superar lo que se considera un regionalismo idiomático que pone barreras a la integración de la nación. El interés de los conservadores de finales del siglo XIX por los asuntos del idioma se debió a que ‘... la lengua permitía la conexión con el pasado español, lo que definía la clase de república que estos humanistas querían’.”
________________________________________________________________________________
En Colombia se decía que a la presidencia de la república se llegaba subiendo por una escalera de versos pareados
________________________________________________________________________________
De todas formas, este fue el panorama que encontraron entre nosotros, y en general en Hispanoamérica, las nuevas teorías lingüísticas de Saussure y Pierce de comienzos del siglo XX y que constituyeron el malestar fundacional de la semiótica moderna. La falsa dicotomía saussereana Lengua – Habla enseñaba que lo que hacía sostenible a una lengua era el uso natural de sus hablantes, su habla, y que ésta era la que se encargaba de hacer todas las aportaciones que el sistema precisaba para ser posible, para mantenerse como el alma de una cultura y una nacionalidad. Conceptos que se tardarían varias décadas para ser comprendidos y glosados entre nosotros.
De todas formas, los dos casos paradigmáticos de esa arraigada devoción e interés por los asuntos de nuestra lengua lo constituyen, sin duda, por un lado, el venezolano Andrés Bello con su obra Gramática de la Lengua Castellana para uso de los Americanos, publicada en Chile en 1847. Y por el otro, el del colombiano Rufino José Cuervo con su proyecto del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana (DCR), que es una obra gramatical y sintáctica que consta de ocho tomos con más de 8.000 páginas, que Cuervo comenzó en 1872, pero que luego de su fallecimiento en 1911, el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá retomó a partir de 1942 hasta finalizarlo en 1994. Obra que los especialistas consideran como un verdadero hito lexicográfico y filológico de la lengua española.
La influencia de estos dos autores y sus obras, dejó en el resto del continente la generación de un movimiento intelectual que tenía en el manejo de la palabra, el conocimiento y la investigación del lenguaje, los factores de una carrera que ascendía irremisiblemente al poder político. Las más cercanas referencias las tenemos en casos como el de José Manuel Marroquín, Marco Fidel Suárez, Rufino José Cuervo, Rafael Uribe Uribe, Miguel Antonio Caro y el P. Felix Restrepo, en Colombia; Andrés Bello, Rómulo Gallegos y Julio Calcaño, en Venezuela, para mencionar sólo los más notables. Aunque también podemos tener en cuenta los casos de Pedro Henriquez Hureña y Juan Bosh, en República Dominicana; a Domingo Faustino Sarmiento, Leopoldo Lugones, Luis de Segovia y José Mármol, en Argentina; y desde luego, Juan de Arona y Ricardo Palma en el Perú, en donde Palma dejó obras como Verbos y gerundios (1877), Neologismos y americanismos (1896) y sus emblemáticas Papeletas lexicográficas (1900), que recogen más de 2.700 voces que hacen falta en el diccionario de la lengua española.
No hay duda que esta tradición americana impacta también, y de qué manera, en la sensibilidad e inteligencia de un clérigo como Pedro María Revollo, personaje influyente en diversos aspectos de la vida social del Caribe colombiano en las primeras décadas del siglo XX.