Con el ánimo de ampliar, no mejorar, la comprensión del problema tratado por Cortázar, va parte de mi ensayo sobre Buñuel en Magna Terra No 22, de Guatemala: “Como los 20 personajes de El ángel exterminador que no pueden salir de un espacio hacia otro, los muchachos de Los olvidados y con ellos toda esa constelación de mendigos, putas, ladrones, y demás ángeles negros marginales del cine de Buñuel, no pueden salir de su atolladero con las dádivas seudo altruistas, seudo filantrópicas y sentimentaloides-burguesas que la sociedad les procura, conociendo de antemano su inutilidad. En tal sentido, dijo: ‘Para mí, la verdadera inmoralidad es el sentimentalismo burgués’. La clave de Los olvidados no está en descubrir la existencia o no de la felicidad sino en averiguar hasta qué punto es capaz de llegar el hombre en su desgracia, hasta qué punto se hace imposible encerrar su miseria, hasta qué punto la traición es hija legítima de la carencia. Al final, cuando el cadáver de Pedro, el ‘bueno’, asesinado a tubazos por el Jaibo, es llevado por Meche y su abuelo en un burro a un basurero y arrojado allí, todo parece detenerse. Hasta el hipócrita tren de la misericordia cristiana se descarrila; y es que aquellos seres abandonados, sin posibilidad de identificación con progenitor alguno, incapaces de realizar el más mínimo movimiento (ni hablar de crecer) mueren tal como nacieron: de un incontrolable impulso sexual, sin un verdadero sentido, cubiertos de antemano con el asfixiante manto del olvido, del silencio, de la desidia...”
Buñuel termina Los olvidados como seguramente a Cortázar le pareció que debía hacerlo: sin concesiones a ese sentimentalismo burgués de que hablaba el primero. Por el contrario, con un irrefrenable deseo de despojarse de falsos moralismos, idea avalada por Cortázar mismo al decir del filme que quizá su proyección en las pantallas del mundo lo convierta en un grito repetido por mil centinelas. El filme concluye con una terrible e irrefutable sentencia del viejo ciego, cuando al infecto estercolero es arrojado el cadáver de Pedro, apenas uno de tantos niños que siempre han querido salir de la suciedad física y moral que los rodea, olvidando en su inocencia que antes de haber nacido ya han sido abandonados… De manera que sí, pese a la crueldad de su aserto, el viejo ciego tiene razón: “¡Ojalá los mataran a todos antes de nacer!” Y también Cortázar: “No sé que un asesinato sugerido por gritos y sombras sea más meritorio o excusable que la visión directa de lo que ocurre”.
Servir al lenguaje, trabajar sobre él
En estos países, en los que la política absorbe prácticamente todo, resulta casi natural que ciertos críticos quieran, por un lado, más política en lo que los escritores escriben; y, por otro lado, al hacer éstos lo que aquéllos quieren (olvidando que los escritores hacen lo que quieren), entonces se les declara autores panfletarios, al servicio de intereses partidistas, lacayos del comunismo (o del imperialismo, que también los hay) y entonces… estamos en tablas, declaran los critiquillos, chiquillos, pobrecillos.
Los que han dicho que Cortázar se sirve del lenguaje para producir una literatura para adolescentes, engañosamente comprometida, perecedera. Olvidan los desdichados, Cortázar escribió siempre para los jóvenes, sobre todo, de manera comprometida: fiel a sí mismo como corresponde a un gran hombre que escribe no a un mero malabarista de la palabra, y a favor del lenguaje y en defensa del lenguaje. Para poner un solo ejemplo en Las palabras violadas (texto del libro Años de alambradas culturales), en el que se refiere a aquellas que por fuerza del abuso terminan perdiendo completamente el sentido o adquiriendo otro, el que le otorgan sus nuevos poseedores, los que las desfiguraron, con la pasiva complicidad de aquellos a quienes ya esas mismas palabras no les dicen nada: política, democracia, justicia, lucha contra la corrupción y la politiquería, empleo, paz, libertad, salud, vivienda, educación, etc. Por encima de cualquier cosa, hay en la obra de Cortázar un indeclinable deseo por servir al lenguaje, trabajar sobre el lenguaje, antes que servirse del lenguaje. Para crear el lenguaje, hay que destruirlo, pensaría Cortázar. Pero, para que ello ocurra, agrega Perogrullo, antes hay que dominar el lenguaje. El dominio de la palabra significa la soberanía del espíritu, enseña la Paideia. Y Roa Bastos, en homenaje a Cortázar: kuimbaré (en guaraní hombre) es aquél que sólo se humaniza por el dominio de su lengua. Para crear uno nuevo hay que transgredir el lenguaje anterior. Como lo demuestra en Rayuela, su segunda novela, al incorporar el glíglico, lenguaje musical analógico a base de palabras con y sin sentido y de sugerencias fonéticas, al parecer inventado por la uruguayita Lucía —tango de Daniel López—, es decir, La Maga (Cap. 68) (1), o sea, la escritora alemana Edith Aron: ‘Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”. O al crear el ispamerikano, en una arremetida contra el lenguaje normativo, tal como figura en el Diccionario, para Cortázar el cementerio del lenguaje vivo, como en el prólogo a los capítulos Del lado de allá: “Siempre que viene el tiempo fresco, al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo esotérico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una víbora como las del solójicO, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con la calefacción para que no se queden duras de frío que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que no pueden comprarse ropa con lo cara questá, (…) ¡Y ojalá que lo que estoy escribiendo le sirbalguno para que mire bien su comportamiento y que no se arrepienta cuando es tarde y ya todo se haiga ido al corno por culpa suya! César Bruto, lo que me gustaría ser a mí si no fuera lo que soy (capítulo: Perro de San Bernaldo)’.
Como se puede sentir, en Rayuela la existencia de los personajes se identifica con el juego: así, Morelli, alter ego intelectual del autor (como vivencial es Oliveira), sueña con un ajedrez indio de sesenta piezas a cada lado porque esa sería ‘la partida infinita’. Al final del cap. 93: ‘ya sabemos que el juego está jugado’. Similar identificación propone Cortázar: ‘el hombre es un animal que juega (…) me sería absolutamente imposible vivir si no pudiera jugar’. Actividad que se extiende al oficio literario: ‘para mí escribir forma parte del mundo lúdico’. Hay varias citas más a Johann Huizinga, autor del Homo ludens. Jugar, entonces, supone sobre todo destruir los muros (del trabajo, obligación, deber), salir de la cárcel y ejercer la libertad… Cortázar: ‘Otra libertad más secreta y evasiva lo trabaja, pero solamente él (y eso apenas) podría dar cuenta de sus juegos. Rayuela es de por sí juego: la rayuela se juega con una piedrecita que hay que manejar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrecita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrecita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo’. Definición que se antoja más metafísica que remitida a la realidad inmediata o al juego de rayuela propiamente dicho. De todas maneras, en Rayuela, como sostiene el crítico Yurkievich, ‘Cortázar juega con todo y se juega el todo por el todo con el riesgo de perder la partida. En Rayuela juega a todo o nada’. En efecto, entiende que lo lúdico reconcilia el mundo interno con el externo; que ello implica tener conciencia de estar separado de la vida corriente, de la rutina; oponerse a los trabajos serios; guardar vínculos estrechos con los actos gratuitos liberadores de que se habló con respecto a los gatos.
¿Qué historia cuenta Rayuela? Hay que leerla, para saberlo. Sin embargo, un adelanto para interesados, no para perezosos. En la I Parte, Del lado de allá (Caps. 1 a 36), en París, Horacio Oliveira vive rodeado de dos mujeres, La Maga y Pola, y por ello de amigos e intelectuales, oyentes extáticos del jazz y ante todo disentidores vocacionales, que forman el Club de la Serpiente. Muere Rocamadour, hijo de la uruguayita Lucía/La Maga/Edith Aron, y Oliveira, después de varias crisis, se separa de ella. En la II Parte, Del lado de acá (Caps. 37 a 56), Horacio decide volver a Bs. Aires, vive con su antigua novia, Gekrepten, especie de Penélope bonaerense, que lo esperó. Realmente se pasa la vida con sus amigos Traveler y Talita, trabaja con ellos en el circo y luego en un manicomio. En Traveler reconoce a su doppelgänger y en Talita cree ver de nuevo a La Maga y eso le conduce a otras crisis. La III Parte, De otros lados (caps. Prescindibles, del 57 al 155), agrupa materiales heterogéneos, a modo de novela-collage: complementos de la historia anterior, recortes de periódico, citas de libros y textos autocríticos atribuidos a Morelli, escritor al que Horacio visita después de un accidente de tráfico. Pese a tal síntesis, este texto se limita a averiguar qué significa Rayuela como ‘literatura’, o ‘lo que no está en plena calle’, ‘es falso e inventado’. Lo que como arte crea una segunda realidad, tanto o más creíble que la primera, la inmediata. Sobre pocas novelas se han elaborado tantos panegíricos. Se la tilda de magistral, paradigma dentro de su género. Difícilmente podría ser ‘novela magistral’ una obra que en sentido estricto no es novela (no tiene unidad narrativa, ni temporal, ni espacial: claro que si se juzga desde el hoy, cualquier cosa es novela) y cuya originalidad, discutible, anula de entrada el epíteto magistral, en cuanto pieza irregular, ambiciosa quizás, mas no redonda ni, mucho menos, contundente.
Ahora, ¿cuál género? Novela, anti novela, contra-novela, des-novela, meta-novela, para-novela, texto-collage, novela-collage, novela tipo rollo chino, contranovela de lectura variable, vaya a saberse cuál... He aquí la primera descripción del futuro proyecto de Rayuela que Cortázar le hace al traductor franco-uruguayo Jean Barnabé, tras decirle que ha terminado la redacción de Los premios (carta del 17/dic/1958): “Quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos. Pero todavía no veo con suficiente precisión el punto de ataque, el momento de arranque; siempre es lo más difícil, por lo menos para mí” (Para un diccionario Cortázar-París-Rayuela, por Juan M. Bonet). En cartas dirigidas posiblemente al mismo Barnabé, pretende acabar con los sistemas y las relojerías y sostiene que el libro será una especie de bomba atómica, como recuerda Carles Álvarez en Rayuela, el estudio pendiente; “y [agrega] que de no haberla terminado se hubiera arrojado al Sena, pero sólo al estudiar ese periodo creativo en detalle confirmamos nuestras sospechas: la audacia del proyecto (‘Quiero acabar con los sistemas y las relojerías para ver de bajar el laboratorio central y participar, si tengo fuerzas, en la raíz que prescinde de órdenes y sistemas’, se lee en una carta de 1959) y la confianza en el resultado (‘Si te interesa saber lo que pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana’, escribe en 1962)”. Aunque, poco tiempo después Cortázar confesaría que escribir Rayuela fue ‘el súper exorcismo’ … https://www.youtube.com/watch?v=5r-STyDg0-c&feature=share
Se ha dicho también que a partir de una escritura de neto cuño literario, capaz de todas las gamas y galas estilísticas, Cortázar procura librarse de la fascinación de las palabras. Y, ¿cómo lo logra? A través de lo que, según el crítico Yurkievich, no se propone, que es dejarse fascinar por las palabras. Que cada vez que entra en contacto con lo axial, vira de lo reflexivo o narrativo a lo puramente poético, al lenguaje que desvela, poseído por fuerzas inquietantes, y dotado de una conformación mántica nada tranquilizadora. Todas, lucubraciones interesantes, retórica elaborada, poética del guijarro o de lo puro por anodino, pero que echan por tierra la razón esencial de Rayuela: el juego y el humor. El juego, serio, y el humor, negro, para olvidarse del autoexilio en tránsito al exilio verdadero, el que empieza para Cortázar cuando en 1976 sube al poder el milico Jorge R. Videla. Uno de los enemigos a muerte que, sin querer, va a despedir a su regreso a Bs. Aires, en dic/83. Poco antes, en 1975, le envía desde París una carta a Manuel Antín: “… después de mi trabajo político, no seré yo quien vaya a Bs. Aires por el momento; como decía un español, no es que le tenga miedo a las balas, pero sí a la velocidad con que vienen.” (2) Dicho de otro modo, en no pocos apartes de Rayuela, al contrario de lo que había hecho en muchos otros textos, no necesariamente de neto corte político: El perseguidor, va a servirse del lenguaje: ya no a servirlo o a trabajar sobre él. En tal sentido, Rayuela también podría ser un equivalente del gólem, leyenda judía relacionada con Adán, ser artificial hecho de barro, en el sentido de cosa inacabada, informe.
Aunque no se pueda negar la exuberancia estilística, la validez de sentido, la trascendencia poética, lo que recuerda que el arte es emoción, no coherencia, de capítulos como el siete (Toco tu boca), el 17, dedicado a Jelly Roll Morton y en general al jazz, el 23, tributo a Berthe Trépat, quien hace ostentación de una misoginia, una xenofobia, un clasismo inusuales que, tratándose de franceses, no sorprende a nadie: “Aquí solamente están esas viejas inmundas, los argelinos del ocho, la peor ralea”. En fin, el 26, que podría titularse París, una metáfora, ciudad en la que Horacio anda como loco buscando una llave que no sabe si la hay o que si la hay no sabe, mientras otros se hacen iniciar en cualquier fuga, el voodoo o la marihuana. Cuya terapéutica ayuda es imposible despreciar en relación con Cortázar y la escritura o anti o contraescritura de Rayuela, texto con el que dio en el clavo, sin proponérselo, y enseguida los críticos comenzaron a hablar de obra precursora del hipertexto, happening literario, incomparable collage (del francés, coller, pegar; en español, colaje) cuando en realidad ya la precedían Picasso, Braque, Gris, Arp, Duchamp, Hoch, Grosz, Joyce/Ulysses, Cage, Dos Passos, Döblin, Canetti, Schwitters, etc. Su obra más madura, tal vez, que de todas maneras sigue siendo para jóvenes. Para espíritus jóvenes. Al respecto, decía: “Me consideraré hasta mi muerte un aficionado, un tipo que escribe porque le da la gana, porque le gusta escribir. La literatura ha sido para mí una actividad lúdica, una forma de amor. Me ha hecho feliz sentir que en torno a mi obra había una gran cantidad de lectores, jóvenes sobre todo, para quienes mis libros significaron algo, fueron un compañero de ruta. Eso me basta y me sobra”. El 21.mar.2019 la RAE y Alfaguara pusieron en librerías una edición crítica de Rayuela, de 700 pp., con textos de los escritores García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Sergio Ramírez y los críticos Julio Ortega, Andrés Amorós, Eduardo Romano y Graciela Montaldo. La nueva edición trae los facsímiles del Cuaderno de bitácora, en el que Cortázar fue anotando ideas, escenas y personajes durante el proceso de creación de la contra-novela.
Cortázar, incurable romántico
Si tras la muerte de Carol Dunlop, el 2/nov/82, con quien coescribió Los autonautas de la cosmopista, Cortázar ya nunca más se repuso hasta su muerte el domingo 12/feb/84, en París, se puede decir que el autor de Salvo el crepúsculo (título de su último libro, de poemas, que en ese momento se imprimía en México, sacado de uno del japonés Matsuo Basho: Este camino ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo) murió, sencillamente, de pena moral… Pero eso, decirlo hoy en día, en tiempos egoístas y mezquinos, de todos contra todos, en los que siempre estamos solos, en los que se ha cambiado ética por moral, honestidad por piratería, amor por traición, da una pena mortal: la modernidad y su bastarda hija la pos… nos confirman, cada día, que amor y humor son las más subversivas de las armas. Que por lo mismo generan muchos conflictos entre los defensores del orden, la disciplina, el deber, en últimas, del statu quo, del incuestionable estado de cosas actual. Aunque, aquí hay que hacer una vuelta de tuerca del modo romántico al modo mortal: por el poeta Augusto Pinilla supe que Cristina Peri Rossi, en visita a Bogotá, le aseguró que Cortázar había muerto por SIDA, luego de dudosas transfusiones hechas tras una hemorragia estomacal. Hechos, es probable, vinculados a su militancia política y no desconectados de su quehacer literario. Algo parecido, aunque con distintos móviles, a lo que le pasó a su amigo cineasta Jorge Cedrón, asesinado en París, en una acción realizada por el servicio secreto francés “para liberar la zona”: memos mal, no fue para bloquearla. Recuérdese que a ambos los amenazó la Triple A: al primero, si regresaba al país; al segundo, por haberse ido sin avisar, pero, antes, dirigido Operación Masacre, filme, además, rodado y exhibido en la clandestinidad, previo a su estreno y basado en una de las obras precursoras, al lado de Los siete locos/Los lanzallamas (1927/1929), de R. Arlt, de lo que dio en llamarse Novela real o de testimonio o de no ficción, de R. Walsh, otro desaparecido por la Dictadura; Cedrón conforma la funesta lista de cineastas eliminados por aquella, al lado de Raymundo Gleyzer, Enrique Juárez y Pablo Szir.
Del actual y caótico estado de cosas que, contra lo que se piensa, no es un estado para la paz sino para la guerra. Camus en El primer hombre: ‘Siempre hay guerra. Pero uno se acostumbra enseguida a la paz. Y termina por creer que es normal. No, lo normal es la guerra’. Sí, entonces lo anormal es el amor y por ello cuando uno oye hablar de él se ruboriza. El amor seguirá produciendo rubor siempre. Eso quizás no dejó de tenerlo en cuenta Cortázar cuando él y Carol Dunlop emprendieron un viaje (un raro viaje iniciático pues se conocía el destino de antemano) de París a Marsella, por la autopista del sur, a bordo de una destartalada camioneta Volkswagen Combi roja: Faffner, por el nombre del dragón guardián del tesoro de los Nibelungos. Viaje que debía durar 33 días y en cuyo transcurso los exploradores no debían abandonar jamás el trazado de la ruta, el itinerario del compromiso, la trayectoria del amor. La misma a la que a través de su arte Cortázar fue fiel hasta la muerte, como hacia Carol. Pero, como diría Paco Ibáñez en La mala reputación: A nadie le gusta que/ uno tenga su propia fe. Mucho menos una común, como la de Julio y Carol, quienes en su viaje seguro muchas veces estuvieron al lado del camino y al final de su prodigiosa historia de amor, quizás hubieran sido cómplices del tema de Fito Páez que a continuación se escuchará… y cuya pertinencia en relación con Carol y Julio el lector/oyente sabrá extrapolar/comprender.
http://www.youtube.com/watch?v=f63ALlfdy_Q
Tras la muerte de Carol Dunlop, Cortázar regresó por última vez a su país, no para quejarse por la pérdida de su esposa, sino para confrontar sus recuerdos con lo que de ella quedó en su memoria. No para regodearse en su dolor, sino para sacar fuerzas de su debilidad, de lo poco que en él quedaba de placer. Las cosas no existen por sí solas. Necesitan encarnar en alguien para que se pueda recordar que estuvieron ahí, que, efectivamente, fueron ciertas. Como dice el poeta chileno Raúl Zurita: “Los objetos nos definen no porque sean objetos sino porque son las formas que le damos a nuestra fragilidad”. Además, el dolor de la muerte no es para el que se va… La desdicha de un amante no es perder el amor, sino quedarse con su memoria. De ahí el dolor de ese incurable romántico llamado Cortázar, la impotencia para hacer su duelo frente a la pérdida de Carol Dunlop, la imposibilidad de recuperarse estando muerto en vida, la hartera de ya recuperado estar sin aquélla.
Como un testimonio del amor del Lobo por su Osita, de Julio por Carol, viene Una carta de amor, texto del cuasi desconocido poeta Florencio de Bruselas que apareció en Internet al lado de Nuevo elogio a la locura, parodia, obvio, del original de Erasmo de R… Una carta de amor: “Todo lo que de vos quisiera/ es tan poco en el fondo/ porque en el fondo es todo/ como un perro que pasa, una colina, esas cosas de nada, cotidianas,/ espiga y cabellera y dos terrones,/ el olor de tu cuerpo,/ lo que decís de cualquier cosa,/ conmigo o contra mía,/ todo eso, tan poco/ yo lo quiero de vos porque te quiero./ Que mires más allá de mí,/ que me ames con violenta prescindencia del mañana,/ que el grito de tu entrega se estrelle/ en la cara de un jefe de oficina,/ y que el placer que juntos inventamos/ sea otro signo de la libertad”.
El compromiso es individual
Tal como refiere Soriano, Cortázar escribió varios textos comprometidos, eficaces por su perfecta metáfora (Graffiti, Reunión, Segunda vez) y una novela, la citada Libro de Manuel, que en 1973 ‘fue como una bofetada para muchos guerrilleristas solemnes que, de inmediato, renegaron del Padre literario. Cortázar no lograba ser ceremonioso ni siquiera con los revolucionarios y quizá el futuro de las revoluciones se lo agradecerá’. Y como cada vez hay menos revoluciones (la única es de ricos contra pobres, para acabarlos, pero de esa no se habla), menores son las opciones de que el futuro se lo agradezca. Mis hijos y yo, lo hacemos ya. No se olvide, en caso de que triunfe alguna revolución, a Sábato (1911-2011): ‘No hay peor conservatismo que el del revolucionario triunfante’. Y no se confundan los que quieran ver en mí a un reaccionario: reaccionarios son los que intenten ver en mí a un reaccionario. Lo que sucede es que ahora solo hay una retórica para camaleones, aquellos que detrás de su sonrisa esconden su rencor, toman el color del partido que convenga o, igual, se declaran independientes (¿de qué, en política?). A quienes R. Blades, quien ya comprobó que el arte no va con la política y por eso volvió a aquel, se refiere en una canción que ya vendrá.
Sostiene Monterroso, el compromiso social es de todos. El del escritor, pienso yo, es individual. El auténtico escritor primero se da gusto a sí mismo, se complace, y no necesariamente por intervención del narcisismo (salvo ciertos casos que no vale la pena citar) o lo que ha dado en llamarse, en la jerga posmoderna, nuevo narcisismo: el del individuo que adora su cuerpo; que no utiliza su cabeza (cosa razonable, pues no le sirve para nada); que no piensa en otra cosa que en técnicas de masturbación, físicas y mentales. Una vez entregada su obra a los lectores, el problema es de ellos con la obra y no con el autor, aunque, desde luego, es deseable una mayor identificación entre éste y aquella. De manera que sí, el compromiso social es de todos, el del escritor es individual. Y sí, los escritores demasiado comprometidos primero que todo deberían pensar en casarse…
Julio Cortázar: Cronopio Mayor
¿Qué son los cronopios? Se dice que globos de colores, de preferencia verde y azul, como quien no cambia naturaleza por progreso, ni tranquilidad, agua, playa o mar por riqueza, barro, acera o calle; que son humanoides, pero representan rasgos indeterminados y combinan características de animales dispares; húmedos, con algo de gusano o rana (nunca sapos), lo que no quiere decir que por gustarles la tierra les guste arrastrarse o que vayan a renunciar a su parte femenina, por envidia de los otros, los que no merecen nombrarse. Si bien su apariencia es indeterminada, la misma se esboza dentro de un marco zoológico. Luego psicológicamente, igual que en las fábulas, obran como humanos. Los que no merecen nombrarse, no. Obran como bestias o sencillamente no obran. Los cronopios son líricos, idealistas, oníricos. Los demás son prácticos, pragmáticos, burócratas reales o potenciales.
Seres que por naturaleza tienen el orden en la cabeza, no en el armario, los cronopios son también por naturaleza tibios (nunca mezzotintas ni calculadores) y pesimistas (en tanto optimistas bien informados) que compensan con su fantasía e imaginación, las deficiencias de lo factible, las incoherencias de lo planeado, las mezquindades de lo ejecutado. Morelli lanza un vistazo al inconformista, Cap. 74 de Rayuela: ‘Este hombre se mueve en las frecuencias más bajas y las más altas, desdeñando deliberadamente las intermedias’. Los cronopios, a su vez, desdeñan los aparatos producidos por la tecnología deshumanizante, por la modernidad tecnológica, lo que no implica desprecio de tal civilización. Desprecio sí de la tecnología que de a poco, pero seguro, se devora a la civilización o lo que queda de ella. Al contrario de los demás, hacen gala de humor, sátira, ironía, son tiernamente traviesos, tienden trampas a los otros, quizás, para descubrir cómo son; pero, eso sí, sin ser hipócritas ni pensar en traicionarlos. Son personajes de cuento, novela, teatro, cómic o dibujo animado. Tienen algo o mucho de Chaplin, B. Keaton, Harold Lloyd, H. Langdon, Groucho Marx, Cantinflas.
Los cronopios son también aquellos seres para quienes el fuego solo habrá empezado en serio cuando el ser entienda que pese a tanta bosta hay que seguir al rescate de cuanto romanticismo sea posible, de tanto necesario y desenfrenado, así sea peligroso. Si no que lo diga el Che Cortázar en Reunión, relato que no le parecía interesante al Che auténtico, al único. Pero, eso hay que leerlo, no contarlo. Qué sería de este mundo sin los románticos: sin Baudelaire, Beethoven, Armstrong, Ch. Parker, Miles Davis, Coltrane, Cortázar. Seres que dejan atrás el odio tal vez porque no tienen miedos, que pueden mirar al enemigo con una nobleza tal (la de los aristócratas de espíritu), que el enemigo desaparece al no poder sostener la mirada, al darse cuenta de su mezquindad, al comprender que de él se habla si se dice ‘al bagazo poco caso’. Así, los cronopios suscitan en el enemigo la imagen de un juez que no juzga, a la vez acusado y testigo, que simplemente sabe separar verdad perceptible de verdad demostrable. Para que por fin nazca una patria de hombres, si no Nuevos, más limpios, menos turbios.
Los cronopios se preocupan por vivir, no por morir de a poco como los otros que no merecen nombrarse. No envidian la vida de nadie, la compadecen, al contrario de ciertos miserables que se olvidan de la suya y pasan metidos en la de los demás. Quizás porque son idealistas, soñadores, utopistas (no importa que entre más caminen, más se les corra el horizonte), no les preocupa ni la fama (esa estatua que cagan las palomas), ni el reconocimiento (salvo el de la gente a la que quieren), ni la esperanza (esa puta que se parece a la desesperanza), porque son conscientes de la fugacidad de la vida, no tanto del paso del tiempo. Les preocupa, únicamente, dejar obra y morir tranquilos. Aman la vida. Los otros no, porque ni siquiera estiman la suya. Les ocupa más la ajena, ya se dijo, pero siempre hay que repetir lo obvio.
A los cronopios les gustan la libertad, la tolerancia, la utopía, otra vez, y no se resignan a la opresión ni al borreguismo: bien saben, resignación es la cuota inicial de pago para perder la dignidad. Respecto a esta, Cortázar se mantuvo incólume e invicto hasta el final. Motivo por el cual es el Cronopio Mayor: que, en este caso, no es título marcial, sino de dignidad, la que hay que conservar a toda costa, para no derivar en uno de aquellos que no merecen ser nombrados. Para morir como se ha vivido, apartado de la fama y del éxito, avaro de esa libertad que desaparece cuando comienza el exceso de bienes. Tanto Juan Goytisolo (1931-2017) como aquél sabían que Borges tenía razón: ‘La mejor manera de no pasar de moda es esforzándose por no estarlo nunca, por eludir el éxito’. Cortázar nunca estuvo de moda, siempre eludió el éxito, jamás cambió discreción por publicidad, vanidad, mediocridad. Para él mismo no era fácil ser cronopio pues bien sabía de fracasos, renuncias, traiciones, mientras ser fama o esperanza es apenas una cuestión de inercia; ser cronopio, en cambio, implica ir en contra de todo y todos, de lo acostumbrado y lo establecido, incluso por ley (del Procurador, v. gr.): ‘No es fácil ser cronopio. Lo sé por razones profundas, por haber tratado de serlo a lo largo de mi vida; conozco los fracasos, las renuncias y las traiciones. Ser fama o esperanza es simple, basta con dejarse ir y la vida hace el resto. Ser cronopio es contrapelo, contraluz, contranovela, contradanza, contratodo, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosa que los demás aceptan y que tienen fuerza de ley’.
Los cronopios saben que la derecha no tiene ni puta idea de un mundo ético, participativo, plural, sino de otro que tiende cada día más al individualismo, a la competitividad, al éxito y que, aun así, pregona la unidad familiar, la solidaridad, la convivencia. Aunque los cronopios también saben que la izquierda no tiene ni puta idea del mundo (sostiene Saramago) ya no solo ético, sino social, económico y, sobre todo, político. Y es que la izquierda no ha sabido formar las circunstancias humanamente, para un hombre formado por las circunstancias. Lo único que ha hecho, al llegar a las instancias de Poder, es reproducir los peores vicios de la derecha que antes había criticado. En todo caso, los cronopios saben que estamos en tiempos en los que no hay izquierdas ni derechas, solo excusas y pretextos, en tiempos de una retórica maltrecha, para un planeta de ambidextros. Y conste que ‘cualquiera sabe que habito a la izquierda, sobre el rojo’, igual que dice después de darle la vuelta al día en 80 mundos. A esos ambidextros se refiere Blades, ahora sí, en Hipocresía. Diciente metáfora sobre la política de hoy. Política, se dice en el mal sentido del término pues en realidad no tiene otro.
http://www.youtube.com/watch?v=UpTX4OHKNIk
Sin conocer aún la globalización, los cronopios ya sabían que estos son los tiempos de la globalización de la injusticia, los tiempos de inquietud, el tiempo de los asesinos. Por eso ha llegado el momento de la Policrítica en la hora de los chacales, texto del cual se cita apenas un fragmento. La explicación del título, para acabar con chacales y con hienas, lagartos y camaleones, hidras y basiliscos, la da el propio Cortázar: “Hablando de los complejos problemas cubanos, una amiga francesa mezcló los términos crítica y política, inventando la palabra policritique. Al escucharla pensé (también en francés) que entre poli y tique se situaba la sílaba cri, es decir, grito. Grito político, crítica política en la que el grito está ahí como un pulmón que respira; así la he entendido siempre, así la seguiré sintiendo y diciendo. Hay que gritar una política crítica, hay que criticar gritando cada vez que se lo cree justo: sólo así podremos acabar un día con los chacales y las hienas”.
Policrítica en la hora de los chacales
“De qué sirve escribir la buena prosa,/ de qué vale que exponga razones y argumentos/ si los chacales velan, la manada se tira contra el verbo,/ lo mutilan, le sacan lo que quieren, dejan de lado el resto,/ vuelven lo blanco negro, el signo más se cambia en signo menos,/ los chacales son sabios en los télex,/ son las tijeras de la infamia y del malentendido,/ manada universal, blancos, negros, albinos,/ lacayos si no firman y todavía más chacales cuando firman,/ de qué sirve escribir midiendo cada frase,/ de qué sirve pesar cada acción, cada gesto que expliquen la conducta/ si al otro día los periódicos, los consejeros, las agencias,/ los policías disfrazados,/ los asesores del gorila, los abogados de los trusts/ se encargarán de la versión más adecuada para consumo de inocentes o de crápulas,/ fabricarán una vez más la mentira que corre, la duda que se instala,/ y tanta buena gente en tanto pueblo y tanto campo de tanta tierra nuestra,/ que abre su diario y busca su verdad y se encuentra/ con la mentira maquillada, los bocados a punto, y va tragando/ baba prefabricada, mierda en pulcras columnas, y hay quien cree/ y al creer olvida el resto, tantos años de amor y de combate,/ porque así es, compadre, los chacales lo saben: la memoria es falible/ y como en los contratos, como en los testamentos, el diario de hoy con sus noticias invalida/ todo lo precedente, hunde el pasado en la basura de un presente traficado y mentido./ Entonces no, mejor ser lo que se es,/ decir eso que quema la lengua y el estómago, siempre habrá quien entienda/ este lenguaje que del fondo viene,/ como del fondo brotan el semen, la leche, las espigas./ Y el que espera otra cosa, la defensa o la fina explicación,/ la reincidencia o el escape, nada más fácil que comprar el diario made in USA/ y leer los comentarios a este texto, las versiones de Reuter o de la UPI/ donde chacales sabihondos le darán la versión satisfactoria,/ donde editorialistas mexicanos o brasileños o argentinos/ traducirán para él, con tanta generosidad,/ las instrucciones del Chacal con sede en Washington,/ las pondrán en correcto castellano, mezcladas con saliva nacional,/ con mierda autóctona, fácil de tragar. No me excuso de nada, y sobre todo/ no excuso este lenguaje,/ es la hora del Chacal, de los chacales y de sus obedientes:/ los mando a todos a la reputa madre que los parió,/ y digo lo que vivo y lo que siento y lo que sufro y lo que espero”.
Sí, hay que gritar una política crítica, protestar contra la injusticia, hablar para que el silencio no siga siendo el principal alimento de la impunidad. El compromiso es no callarse ante nada, hablar frente a todo. Ser inconforme es una virtud. Conforme, un delito. Esto es lo que, en esencia, debe recogerse de un texto como Policrítica en la hora de los chacales. Una cátedra sobre lo que no debe ser el periodismo, que continúa vigente. Como vigente continúa, salvo algunas (des)honrosas excepciones, la obra de Cortázar, una obra que, eso sí, no tiene por qué ser perfecta, ni satisfacer a todos. No. La gracia del arte está en que divida opiniones, como pensaba el bizco, no El Bosco. Al respecto, Tarkovski señala: “Un genio no se manifiesta en la perfección absoluta de una obra, sino en la fidelidad absoluta a sí mismo, en la consecuencia frente a su propio apasionamiento. El ansia apasionada de verdad, de conocimiento del mundo y de sí mismo concede un significado especial incluso a partes no especialmente buenas o incluso a las llamadas páginas erradas”.
Claro, hay muchas páginas erradas en Cortázar, como las había en su compadre Arlt: de las que, justicia poética, aquél no pudo liberarse jamás pues, víctima de sus temores, terminó encarnando sus errores. O sea, respecto a Arlt acabará preguntándose como Lowry en Bajo el volcán: ‘¿Cómo convencerá el asesinado a su asesino de que no ha de aparecérsele?’ Acabará representando en su obra, la aventura de la inacción, la de aquellos personajes que, como Balder, se la pasan ‘esperando que un suceso extraordinario se produzca’: magíster en pereza e inacción, no busca solucionar nada, simplemente escribirá en el aire la suite de la queja y el ensueño. En este sentido, basta un fragmento de Rayuela (Cap. 124): ‘Era fácil advertir el empobrecimiento de su mundo novelístico, no solamente manifiesto en la inopia casi simiesca de los personajes, sino en el mero transcurso de sus acciones y sobre todo de sus inacciones’. Acabará por atribuir a uno, Oliveira, ‘mi fuerza está en mi debilidad’, palabras cuya esencia, una vez más, como lo hace en el prólogo a la obra de Arlt, Balder asume: ‘Mi propósito es evidenciar de qué manera busqué el conocimiento a través de una avalancha de tinieblas, y mi propia potencia en la infinita debilidad que me acompañó hora tras hora’. Allí, sostiene: ‘Si de alguien me siento cerca en mi país, es de Roberto Arlt’. Y en Rayuela (cap. 21): ‘Mi mano tantea en la biblioteca, saca a Crevel, […] a Arlt, […] a Jarry’.
En aras de la justicia, también tiene páginas ya no solo admirables sino imprescindibles: los cuentos que se desee y en Rayuela (3) los capítulos ya citados más, entre muchos, el 105, dedicado a ‘las obras del tiempo’, con el que se cierra este sincero/crítico tributo al Cronopio Mayor quien, justo, en Rayuela (Cap. 40) señala algo elocuente sobre criticar sin denostar: ‘…en esas críticas había una cantidad tal de amor que solamente dos tarados como ellos [Traveler y Talita] podían malentender sus denuestos’. Va pues el capítulo con el que pasa de la dimensión real, subjetiva y objetiva al tiempo, a la mítica, a través de un sutil tributo a ‘esa especie de cuarta dimensión que es la memoria’, ese único tribunal incorruptible, a la vez un dardo contra la desidia humana en torno a sus ancestros, así como una ontológica declaración, mediante una prosa poética sin tacha: “Morelliana. Pienso en los gestos olvidados, en los múltiples ademanes y palabras de los abuelos, poco a poco perdidos, no heredados, caídos uno tras otro del árbol del tiempo. Esta noche encontré una vela sobre una mesa, y por jugar la encendí y anduve con ella en el corredor. El aire del movimiento iba a apagarla, entonces vi levantarse sola mi mano izquierda, ahuecarse, proteger la llama con una pantalla viva que alejaba el aire. Mientras el fuego se enderezaba otra vez alerta, pensé que ese gesto había sido el de todos nosotros (pensé nosotros y pensé bien, o sentí bien) durante miles de años, durante la Edad del Fuego, hasta que nos la cambiaron por la luz eléctrica. Imaginé otros gestos, el de las mujeres alzando el borde de las faldas, el de los hombres buscando el puño de la espada. Como las palabras perdidas de la infancia, escuchadas por última vez a los viejos que se iban muriendo. En mi casa ya nadie dice <la cómoda de alcanfor>, ya nadie habla de <las trebes> —las trébedes. Como las músicas del momento, los valses del año veinte, las polkas que enternecían a los abuelos. Pienso en esos objetos, esas cajas, esos utensilios que aparecen a veces en graneros, cocinas o escondrijos, y cuyo uso ya nadie es capaz de explicar. Vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego —encender una vela, andar con ella por el corredor— nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos”. http://www.youtube.com/watch?v=EhD-RtE0pjA
Morir sin haberse vendido: en dignidad…
“A mí me gustan los viejos tangueros, en eso soy un perfecto reaccionario que no ha tenido realmente tiempo de estudiar un poco más, lo que está sucediendo en este momento. Cuando es medianoche, estoy cansado y es la hora del último trago antes de dormir, yo sé que casi siempre pongo un disco de Pichuco”, recuerda Cortázar, quien pese a haber vivido en París 33 años, jamás se fue de su barrio… Al final de su vida, podría haber dicho como Monterroso: ‘He estado fuera de mi país, pero mi país nunca ha estado fuera de mí’. En este sentido, quizás baste decir que Rayuela es el libro por excelencia del exilio. Para confirmarlo basta traducir los epígrafes que acompañan los Caps. Del lado de allá y Del lado de acá: ‘Nada mata tanto a un hombre como el estar obligado a representar un país; Hay que viajar lejos, pero amando su casa’. Este último, cuenta Juan M. Bonet, fue extraído de Les mamelles de Tirésias (1917) y encabeza la parte porteña de Rayuela, obra en la que el autor, sin citarlo, cita a Apollinaire (Onze mille verges) y en la que lo cita Morelli, personaje inspirado en el poeta José Bergamín.
Cortázar murió sin aceptar las cosas tal como le fueron dadas, sin haberse vendido y por ello pobre, eso sí, en dignidad. Tomás Eloy Martínez diría, ‘apegado a unas pocas posesiones felices’: entre ellas, quizás, el recuerdo de su mujer, Carol, un gato o gata, una pipa de picadura o bareta, ¡qué importa! O Soriano, quien señala que ‘para vivir se conformaba con lo necesario’ y lo cita: ‘mis discos, un poco de tabaco, un techo, una camioneta para gozar del paisaje’, como quien sin querer recuerda a Miller en El tiempo de los asesinos (el de siempre): ‘Entre más elevada sea la condición espiritual de un hombre, en peores condiciones materiales está’. Lo que conduce al revés de la frase y, a la vez, a los políticos, los que con los bolsillos llenos siempre han llevado a los demás a la miseria y al mundo a la debacle.
Vea la primera parte de este ensayo aquí:
Cortázar, cronopio nacido para no aceptar al mundo como es (I Parte)
Dedico este trabajo a mi padre, Luis Jorge, m. en 1979, no a su memoria; a mi madre, Cecilia, quien, desde aquel desolador 20.jun solo hasta el 1º.jun.2005, tras su muerte en Barranquilla, renunció al recuerdo de El Gatico; a mi hermano Jaime, cuya nobleza le ha permitido superar una insoportable adversidad; a Marthica, por su insobornable afecto e inclaudicable apoyo; y, claro, a mis hijos Santiago y Valentina, amigos hacedores de mis alas, de quienes siempre dependerá el vuelo que pueda tomar. Todos ellos tan cronopios como Cortázar y quienes recuerdan que ante los seres verdaderamente grandes (y no por la acromegalia) no nos sentimos inferiores, sino misteriosamente afines.
Notas:
(1) http://www.lanacion.com.ar/577957-edith-aron-la-maga-de-julio-cortazar
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre Manuel Zapata O. y Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES (20.feb.21). Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, EE, Las2Orillas. E-mail: [email protected]