La corrupción está en el ADN de la cultura colombiana. El país contiene una larga historia de corrupción que, a pesar de los años y la llegada de nuevas tendencias, sigue arraigado en el proceder colectivo de la sociedad.
La palabra corrupción emana del vocablo “corruptio”, conformado por el prefijo “con-“, que es sinónimo de “junto”; el verbo “rumpere”, que puede traducirse como “hacer pedazos”; y finalmente el sufijo “-tio”, que es equivalente a “acción y efecto”.
Hace unas décadas el problema principal de Colombia era la violencia, luego fue el narcotráfico, hace algunos años viene siendo la corrupción que cada vez degenera nuestro tejido y el futuro que muchos jóvenes deseamos en nuestra tierra.
Esos sueños de prosperidad económica, estabilidad laboral y reconocimiento profesional se desdibujan cada vez que alguien aprovecha sus contactos para beneficiarse de un cargo, una exención legal o algo más en particular; o cuando alguien compra las respuestas a un examen o paga a terceros el desarrollo de sus trabajos académicos para obtener un título universitario, no se puede dejar de lado aquellos que aprovechan el recurso de autoreconocimiento étnico para gozar de una condición de excepción de la cual no son merecedora (como es el caso de Polo Polo) además de otros actos éticamente cuestionables presentes en nuestra cotidianidad justificados por el pensamiento y el deseo de avanzar.
Las filas de emigración se alargan como las de la pobreza, muchos no se atreven a pelear y aportar por ese sueño llamado Colombia, la desesperanza abunda en las calles, en este momento todo se resume a una elección presidencial.
Nuestro futuro es incierto, como nuestra vida misma en un lugar sin garantías, sin respaldo, conduciendo nuestros corazones al miedo y la incertidumbre que nos arroja al abismo de la corrupción, todos participamos de ese gran festín de recursos, donde el poder se define con amigos y conocidos los cuales arreglan el camino a cambio de un poco de respaldo para continuar en ese poder, es como una trenza que entrelaza dinero, corrupción y poder.
Como bien lo expresó Joreman en su poema: La corrupción es peste maldita, desvergüenza, vertederos en fermentación. Desde Judas Iscariote, que vendió a Jesús, crucificándolo en su pasión. José vendido por sus hermanos, por un puñado de lentejas en su desesperación. Unos que decían, que había que robar un poco, para su satisfacción.
A través de la corrupción nos vendemos por un empleo, un documento, una vivienda o cualquier favor necesario para sobrevivir en una sociedad escueta de oportunidades; vendemos nuestra alma, nuestro futuro, perdemos nuestra libertad.
La dependencia que este mal nos inserta en el centro del pecho permite que soportemos posibles situaciones injustas: como cobros o descuentos en salarios y contratos, los cuales van a bolsillos personales; apoyo con votos obligatorios a determinados candidatos o partidos políticos en las elecciones; malas condiciones en un contrato por prestación de servicios; la ejecución de proyectos sociales que van en contra de una comunidad; y, por último, la cesión de nuestros derechos.