Eso es cuanto creen y pretenden hacernos creer los corruptos de este país.
Que la corrupción es un error y como tal, susceptible de enmendar, reparar o pasar por alto. Y como las cuantías sustraídas al Estado superan cualquier cálculo y dan para repartir plata a manos llenas a tantos de la cadena productiva de la corrupción, CPC, solo hay que soltarla para arreglar todo y rápido.
Incluso, en tratándose de un error, se perdona por plata, se subsana por plata y se paga con plata.
Con la plata de todos los colombianos, desde luego, sustraída, robada, despojada, por unos cuantos colombianos avivatos y con patente de funcionarios de la más alta investidura y jerarquía en la nomenklatura oficial y del poder público en Colombia.
Y como la corrupción es inherente, robarse la plata de los colombianos no implica ningún riesgo; es algo que se valora, tolera y exalta como acto de inteligencia, audacia, capacidad y competencia de quien lo ejecuta y celebra en su particular provecho, el de su familia, sobrinos, paisanos y parientes.
En correspondencia, los órganos de control, teóricamente constituidos para velar por la protección, buen uso, transparencia y honrada administración de los dineros, bienes y presupuestos de la nación, exculpan sin reatos el proceder de la manada de ladrones arropados y salvaguardados por la institucionalidad en sus múltiples instancias y jurisdicciones.
Por tal, no es de extrañar que el latrocinio de los dineros públicos, de los cuales se pregona su carácter sagrado porque son del pueblo, se tase en rebajas sustanciales de la pena a la que pudiere ser condenado el ladrón si invoca “error” en la consumación deliberada y cínica de su picardía.
¿O ustedes si creen, colombianas y colombianos que se asoman a esta columna desde todas las orillas, que el reparto de comisiones por miles de millones de pesos despojados por el señor Zambrano, el del carrusel de las ambulancias en el Distrito, no tiene nada de grave por haber sido un “error”?
Que es, ni más ni menos, cuanto dolidamente pretende hacernos creer este fulano que ocurrió, y a la justicia, cuanto ocurrió con él y por “orden superior”.
¡Joder!
Si nada ha pasado en el pasado inmediato, nada en el presente real, es poco probable que algo pase hacia adelante con la institución de la corrupción diferente de consolidarse, extender sus dominios, relaciones e intereses; de reproducirse sin limitaciones y de participar en mayor cuantía en la apropiación de la renta nacional en todas las jurisdicciones y territorios.
Pero algo tiene que pasar: una Mesa de la Corrupción, una constituyente, un plebiscito; algo que nos lleve a considerar el “error” de robarse el erario un delito que comporte pena de muerte social, moral, penal.
No una hazaña que se premia por “error”; se perdona y jamás se castiga.
Pero hilando delgado, cuanto salta a la vista es que la cosa no es como quisiéramos que fuera: un juicio sumario, condena y ejecución de los corruptos y san se acabó. Y no lo es, porque Estado y Gobierno son el soporte de todo el andamiaje de la corrupción en el sector público.
El primero provee las rentas que se apropian los corruptos y el otro, a través de cupos indicativos, regalías, inversión de regionalización, los adjudica a los grandes barones electorales de los departamentos y regiones en las cuales ejercen dominio con sus consolidadas empresas familiares para la explotación de la política, la apropiación de las rentas, el poder y el territorio.
En suma, mermelada de la pura, para que la clase de los corruptos gane las elecciones, se mantenga en el poder y reproduzca la institucionalidad en la órbita de sus intereses y conforme las dinámicas clientelistas y la debilidad de los órganos de control, sus aliados estratégicos.
En tanto la “mermelada” siga siendo agenciada por el Ejecutivo, acaba de ratificarlo el presidente Santos en Algarrobo, Magdalena, la corrupción adquiere perfil institucional y se legitima como gasto al cual habrá de asignársele partidas en el Presupuesto Nacional, tal y como se hace con la inversión de regionalización y los cupos indicativos, que “venden” y “compran”, como vacas y terneros, senadores y representantes en el Congreso de Colombia.
En fin, quien quita que una Mesa de la Corrupción, por decir, se atreva a dilucidarle a los colombianos que es más lo que se apropia la corrupción en su conjunto, que lo que gasta el Estado en combatir las guerrillas y preservar la institucionalidad.
Es probable.
Poeta
@CristoGarciaTap
Fecha de publicación original: 7 agosto de 2014