Corriente, básico, ordinario…el término corrientazo se ha convertido en un resumen de todos los adjetivos anteriores para definir un tipo de comida que por sus características también se asimila con la comida casera, sin pretensiones y con el precio cómodo entre 6 y 9 mil pesos.
Vi nacer este lugar que buscaba abrirse espacio en una zona donde abunda la oferta, con un aire de superioridad. Su dueño un joven de mediana edad ha hecho del lugar un espacio más amable, con más deseos, con un mesero uniformado y una culinaria que sin ser óptima compensa los 12 mil pesos que el comensal paga.
Desde siempre se han esmerado por ofrecer jugos con mezclas sorprendentes en los que sin pudor se hermanan frutas y verduras. No son perfectos pero si novedosos la mayoría de ellos. El dueño con una sonrisa cómplice invita a adivinar cuáles son los ingredientes. El jugo viene en una copa de cristal y no en un antipático vaso de plástico como suele ser en este tipo de lugares. Luego viene la sopa, a veces crema a veces con recado y casi siempre bastante gustosas. En esta visita me anunciaron un sancocho de pescado que me hizo agua la boca, llegó como siempre en un más que digno plato hondo, y en el fondo, regularmente picados trozos de yuca, plátano, papa y en el centro un picadito de cilantro que siempre resulta apetitoso.
Primera cucharada, ahí estaba el inconfundible sabor a pescado pero para mi total desilusión también estaban las escamas. Con disimulo me la saqué de la boca y me dije que quizás se había colado astutamente, segunda cucharada, pero no, el chef se había olvidado por completo de limpiar cuidadosamente el pescado, base de la sopa.
Llamé al mesero y en voz baja le comenté el hecho. Se ofreció después de las disculpas de rigor a cambiarme mi sopa por fruta, nada qué hacer. Con el segundo plato tuvimos suerte. Mi acompañante pidió la trucha en papillote. El atento mesero le recomendó cuidado al destaparlo pues venía cubierto con papel aluminio y sí, en medio del vapor, vi verduras cortadas en rodajas que cubrían el filete. El plato venía acompañado por un puré armado en forma de quenelle, lo que gratamente me sorprendió pues es una forma que se usa en restaurantes de alta cocina para servir los helados.
Por mi parte, pedí una pechuga a la plancha, acompañada de ensalada y las mismas quenelles de puré de papa. Era exactamente lo que quería comer y una vez más, la cocina me sosprende y llega mi pechuga con una salsa de uchuvas encima, arriesgado para ser un “corrientazo”, perfecto para mi apetito.
Generalmente en estos lugares, porque conozco muchos, las ensaladas son aburridas y sin “onda”, pero acá, la ensalada estaba cuidadosamente montada en el plato, con cortes casi perfectos y una vinagreta que tenía la suficiente sal y pimienta para mi gusto.
Un corrientazo chic, con ciertos plus que otros no tienen y lo que hace que “filomenú” protagonice mi crónica, por su propuesta al sorprender a los comensales, por tener más pretensión que otros y saber que en ese tipo de cambios está la clave, por arriesgarse con platos no tan comunes y corrientes y por tener servilletas de “alta gama” como las familia gold (sin intención de hacer publicidad). Al terminar, llega una última cajita con tapa en donde está el postre: un merengue o suspiro como dirían los caleños, nada del otro mundo, pero insisto en como de algo sencillo tratan de hacer algo especial. El dueño se acerca, pregunta qué tal está todo y fui sincera al darle mis tips como que siempre que use un pescado hay necesariamente que descamarlo o que en el plato todo debe estar a la misma temperatura y finalmente que les hacía falta un postre.
Tal vez mi manera de hablarle, con propiedad del tema, le sugirió preguntarme qué hacía y le conté que soy cocinera y pastelera… Me ofreció venderle mis postres para su lugar, así que además de haber almorzado delicioso, “conseguí” un tercer trabajo.
Puntos para su manera de querer sorprender, para arriesgarse sin miedo, para su mesero sobrio y atento, para las servilletas (que en la mayoría de lugares están cortadas por la mitad o son de ese material rugoso y ordinario), para el dueño por su humildad al acercarse a la mesa.
“Filomenú” está en una zona comercial, con muchas oficinas a su alrededor y tiene todo para convertirse en el “corrientazo” preferido del barrio. Ojalá la gente vea el esfuerzo que hacen por atenderlo mejor que en los lugares aledaños y le de la oportunidad a una persona, que al menos a mi vista, se ve trabajador y que se levanta todos los días a cocinar con cariño y… pretensión, pretensión de quedarse en la mente de quienes comen sobre sus manteles de cuadros blancos y rojos. No sé si su nombre venga del popular dicho “tengo filo que si me agacho me corto” refiriéndose a un hambre voraz o… al filo de los cuchillos, pero lo cierto es que me encanta esa colombianada de crear híbridos entre palabras, dichos, jergas que confunden a quienes no sabemos el fondo de la historia.
Así que si tiene “filo” de menú… Venga a “Filomenú” y pregunte si ya cambiaron los postres…
Filomenú
Calle 71 a #12- 14