Asistimos realmente a un momento crucial para proyectar una sociedad que concentre toda su dinámica en la supervivencia.
Nunca antes fue tan válida aquella premisa sustentada por las corrientes de ecologistas en cuanto la irrefutable condición sistémica de la humanidad. Una singularidad que desnuda la fragilidad del modo de relacionamiento de los humanos y su entorno, la pandemia del Coronavirus da fuerza al concepto reiteradamente promovido, según el cual, lo que hace una pequeña parte de un sistema tiene una reacción exponencial que afecta el todo; en este caso es nuestro planeta.
Está claro que un estornudo de un viajero en el aeropuerto de Barajas puede derivar en una cuarentena del total de los pasajeros que arriban a Buenos Aires o Bogotá. Al tratarse de un asunto de salud pública, los gobiernos han tenido la posibilidad de intervenir sin previas consultas o ejercicios plebiscitarios en asuntos cotidianos, al punto de afectar derechos fundamentales como la autonomía de desplazamiento, incluso han sido mediados los rituales religiosos.
No es un tema menor que la jerarquía de la Iglesia Católica haya privilegiado la lógica y la razón. Evitar contactos durante la eucaristía, modificar los códigos de saludo en el momento de la paz, dan cuenta de la necesidad real de mitigar los factores de contagio. En lejanos tiempos pretéritos hubiera sido plausible que se dejara el asunto del cuidado de los feligreses ante un virus en la órbita de la fe. Es probable que, en contraste con el “criterio de la política que se teologiza- de finales del siglo XX (Elementos de Teoría de política Giovani Satori -Cap 10)”, en el actual momento se reivindica una religión que incorpora los supuestos del imperio de la razón y la ciencia. A la expresión: “Al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” (San Mateo) habría que sumarle a la ciencia lo que corresponde para garantizar la el bienestar de la ‘fervorosa’ población.
Otro elemento para apuntalar en esta perspectiva sugiere que tal intervención o modificación ha sido aceptada sin mayor resistencia por la comunidad, en el entendido de constituir una fórmula de altas probabilidades de éxito para sortear la crisis, un escenario que de ser superado, nos llama a la reflexión frente a los actos urgentes y variables del modelo a seguir como civilización.
Esta nueva dinámica social que prioriza la mitigación de los efectos de la pandemia, como el beneficio o el bien común, puede escalar un nuevo orden de necesidades para el futuro de la humanidad, probablemente un ámbito de relación entre los países desarrollados y en desarrollo, también de sus habitantes, que migre desde el enfoque piramidal a una visión más igualitaria, en el entendido que élites y ciudadanos comunes, propenden por el objetivo vital de evitar la trasmisión de la enfermedad. ¿Acaso es momento de retomar la mirada aristotélica de una sociedad horizontal?
Hemos de aceptar la regulación para salir a las calles, el aplazamiento de eventos, incluso de moderar nuestras expresiones de afecto para saludar en este afán de mitigar, evitar, contener o controlar, verbos rectores del comportamiento humano en estos días de calamidad. No obstante, ¿hasta dónde seremos capaces de entender que hay determinantes sociales que van más allá de la política del odio?, ¿estamos listos para comprender que es quizá más urgente y relevante hacer inversiones en investigación científica, epidemiología, planes de choque y prospectiva como garantes de nuestro futuro, por encima del armamentismo?, ¿somos conscientes que al dedicar todas nuestras energías al entretenimiento, al voraz consumo y la vida en megápolis nos hicimos más vulnerables ante el deterioro sanitario y una inviable sostenibilidad?
Para finalizar, el llamado se direcciona en la búsqueda de consolidar una sociedad de vanguardia, que tengamos conductas acordes con el contexto histórico y la realidad ambiental que vivimos en la actualidad. Se requieren esfuerzos encausados a un relacionamiento con la naturaleza que se funda en un basamento principal y es la supervivencia de la especie humana.