Esta vez el coronavirus me hace escribir otra columna, esta vez focalizada en la situación actual del país. Colombia y el mundo atraviesan una pandemia causada por el ya monstruoso virus SARS-CoV-2, que, como dije antes, es el tema que en este momento acapara la atención mediática mundial. Y no es para menos, ya que a la fecha ha causado un millón de contagiados y bordea la cifra de cincuenta mil muertos. Un virus monstruoso, maximizado por unos, minimizado por otros, pero que realmente deja estadísticas abrumadoras.
Se ha comprobado que el arma más eficaz para atacar al virus, hasta ahora, sin vacunas ni tratamientos eficaces, es el distanciamiento social, lo que generalmente está derivando en la ya muy conocida cuarentena obligatoria, que es pan de cada día para los ciudadanos de occidente. Un arma aparentemente fácil de usar, pero que genera enormes costos para la población al apretarse el gatillo, principalmente en los sectores vulnerables de la población. Un arma que cada vez recarga más balas, al aumentar la cantidad de infectados y de muertes, al incrementarse la llegada de pacientes a los hospitales que requieren de respiradores, ventiladores y de atención médica especializada.
La situación no tiende a mejorar y los más perjudicados son los sectores sociales con menores recursos, que ven afectada su fuente de ingresos, en un país donde casi el cincuenta por ciento de los trabajadores están en condición de informalidad. Focalizando esta pandemia en el caso colombiano, la enfermedad ha revelado una realidad que solo los gobiernos no podían ver: la enorme cantidad de trabajadores informales que existen en nuestro país, la situación de los trabajadores de la salud que es aún más precaria de lo que se pensaba, además de la evidente y desconcertante desobediencia del ciudadano de a pie, que aunque no se encuentre dentro de las excepciones no se queda en casa ( abro este espacio para decir que se queden en la casa, no salgan si no solamente a lo necesario).
La verdad es que tenemos un sistema paupérrimo de salud, además de poca protección para quienes trabajan en esta área: se encuentran en un ambiente de tensión constante y de incertidumbre total, producto de la omisión del gobierno nacional y de las crecientes pujas con las EPS, que afectan a un sector que ya se encontraba en crisis. Esta es una realidad social y médica que también desenmascara este virus, una situación compleja que, en pronósticos desalentadores, así como en pensamientos pesimistas, sabemos que terminará pronto, solo que esa palabra se hace más larga con el pasar de los días.