Parecía, por lo menos desde el comienzo del siglo, que China transitaba un camino que inevitablemente la llevaría a ser la primera potencia mundial. En estos 20 años, el tamaño de su economía per cápita se ha multiplicado entre 4 y 5 veces (a manera de comparación, la economía colombiana en ese mismo período de tiempo no alcanzó ni a duplicarse). Con una población cercana a los 1.500 millones de personas, un desarrollo tecnológico cada vez más poderoso -en ingeniería, por ejemplo, pasaron de copiar los mejores diseños de Estados Unidos y Europa en los ochenta a estar en la vanguardia actualmente-, un sistema educativo -aunque desigual- de altísima calidad y una mayor inserción gradual en el comercio mundial, China realmente cuenta con todos los ingredientes que los economistas indican son necesarios para tener una economía de primer nivel.
Quizás, no. Por supuesto, la definición que hace falta es qué se entiende por “potencia mundial”. Y, si además del tamaño de la economía, agregamos otros componentes necesarios como la libertad de los habitantes, no está claro que China esté en ese camino. Inclusive en el mundo de los economistas, que suelen ser los más interesados en comparar las trayectorias de los países, ha habido voces disonantes con respecto al elogio del modelo chino medido exclusivamente por su desempeño económico. Daron Acemoglu y James Robinson, por ejemplo, señalaron en su libro ¿Por qué fracasan los países? que el increíble desarrollo económico de China se ha basado en instituciones políticas extractivas -en las que la distribución del poder se decide en un espacio reducido y con muy difícil contestación-. En su modelo del mundo, ese tipo de instituciones lleva a un desarrollo económico insostenible en el mediano plazo. Amartya Sen, otro economista por fuera de la ortodoxia tradicional, ha desarrollado el concepto de capacidades como el eje central para evaluar el desarrollo. Sen sugiere que, aunque el desarrollo económico y social de China es envidiable, su fragilidad está en que no se sustenta en un sistema democrático.
China está hoy, como nunca antes, en el centro de la discusión sobre el futuro de la humanidad. Su modelo de desarrollo refleja, de la mejor manera, la inmensa tensión que suele existir entre el desarrollo económico y el desarrollo político. Si aceptamos que mayor riqueza y mayores libertades individuales (a elegir, a expresarse, a disentir, por ejemplo) son objetivos deseables es evidente que el modelo chino ha ido en busca de un objetivo en desmedro – o por lo menos sin mejorar- del otro. Y, aunque, en medio del huracán aún no se han ido decantando los debates económicos y políticos que eventualmente vamos a enfrentar, es importante discutir dos elementos fundamentales: ¿cuál es la responsabilidad de China en el desastre del coronavirus? y ¿cuál es el papel del estado que queremos en un futuro cercano? Lo que resta de esta columna será para proponer unos elementos básicos para pensar en estas dos preguntas que, sin duda, están relacionadas.
Trump lo llamó el virus chino. En medio de su incapacidad para conducir al país más rico del mundo a contener el virus, eligió el camino relativamente sencillo de agitar odios contra extranjeros. Lo están pagando, en primer lugar, los asiáticos americanos que ya tienen miedo de salir a la calle en Estados Unidos. Y, en segundo lugar, las relaciones entre los dos países que siempre han sido tensas, parecían mejorar a comienzos de este año, y hoy están en un punto especialmente bajo. El intento racista de Trump es un truco fácil de observar. Sin embargo, no cabe duda que el gobierno chino – y no China, los chinos o la cultura china- fue negligente en el manejo del virus. El camino de transmisión del virus, con una alta probabilidad, fue de un murciélago a un pangolín a un humano en un mercado mojado -de animales vivos- en Wuhan o sus cercanías. Y este camino, o uno parecido, ya se conocía y se había vivido en epidemias -muchísimo menores- antes. Han salido decenas de artículos científicos que hacían notar que estos mercados y la intensa convivencia de seres humanos con fauna salvaje, eran un caldo de cultivo propicio para una infección por algún coronavirus. Bastan unas pocas mutaciones para que el virus pase de poder habitar en un mamífero a otro, del murciélago al pangolín, del pangolín al humano, al fin y al cabo, somos tan parecidos. El gobierno chino pecó por no actuar sobre estos llamados. Crónica de una muerte anunciada, no solo en artículos científicos sino en una ya muy famosa conferencia TED de Bill Gates en 2015.
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La intensa convivencia de seres humanos con fauna salvaje en los mercados, era un caldo de cultivo propicio para una infección por algún coronavirus
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Muchísimo más grave que no haber actuado a tiempo sobre los mercados y el comercio de animales salvajes -que hacen parte, al fin y al cabo, de prácticas milenarias en oriente-, es la manera autoritaria y corrupta cómo reaccionaron al comienzo de la epidemia. Corrupción es ocultar la verdad, es mentir. Y, ante el llamado a tiempo del doctor Li Wenliang para atender una enfermedad inusual, el gobierno reaccionó ignorando y después amenazándolo. El doctor falleció, a los 34 años, y el mundo paga hoy las consecuencias. La probable contención inicial de la pandemia, que se hubiera logrado con la transparencia del gobierno chino basada en el respeto a sus propios médicos, habría evitados miles de muertes. El control autoritario ha seguido desde entonces, el gobierno ha ejercido un control estricto sobre lo que pueden comunicar los trabajadores de la salud, en el frente de la batalla contra el virus.
En las últimas semanas, China ha logrado -aparentemente- contener el virus, aunque reportes recientes sugieren bastante opacidad en esos logros. Más allá de si están mintiendo o no, el control del virus se ha basado en el despliegue a fondo de las medidas de control social del estado chino. Es un aparato muy poderoso, con una capacidad de control a través de la tecnología cada vez mayor. Este estado con inmenso control no es, por supuesto, una característica exclusiva de los chinos. Otro país exitoso en el control del virus, Corea del Sur, también ha desplegado con fuerza ese poder. He observado, con sorpresa, como, en medio de la crisis, algunos autollamados progresistas han salido a reivindicar el modelo chino, el ruso, el cubano y, los más diletantes, hasta el venezolano.
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En medio de la crisis, algunos autollamados progresistas han salido a reivindicar el modelo chino, el ruso, el cubano y, los más diletantes, hasta el venezolano
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Por supuesto que es loable la generosidad de algunos chinos con Italia y, la siempre presente, ayuda cubana con la mejor atención médica. Pero, no por eso, hay que cerrar los ojos a que en la base de esos gestos están sistemas que oprimen a sus ciudadanos, que -paradójicamente- proveen buena educación a algunos sectores restringiendo luego el mejor uso de la educación, el de criticar, el de disentir, el de proponer nuevos ideales. La crisis ha dejado claro que el sueño de neoliberales, conservadores, libertarios de una humanidad sin estado está -afortunadamente- muy lejos de realizarse. Las medidas que se necesitan para coordinar las respuestas a las mayores amenazas que enfrenta la humanidad en estos tiempos -las pandemias, el cambio climático, la desigualdad social- jamás podrán enfrentarse con el poder del mercado. El estado está de vuelta y en grande. Ojalá quienes siempre lo hemos defendido estemos a la altura del reto: describir cómo se ve un estado moderno, que cuide a los más vulnerables, que redistribuya la riqueza de manera justa y, sobre todo, que sea promotor de la libertad de los ciudadanos para elegir cómo se debe ver ese estado. Pensar sobre la responsabilidad del gobierno chino en la crisis y la estructura de poder en ese país es un buen insumo, no precisamente para imitar, más allá de los delirios del populista de turno.
@afajardoa