Socorro Tellado López tenía 19 años cuando vendió su primera novela, se llamaba Atrevida Propueta. Era 1945 y su familia, como tantas otras de España, vivían las afujías económicas típicas de la postguerra civil que atormentaba a la península. Editorial Bruguera le pagó a la joven escritora 4.000 pesetas. Sin embargo se había puesto una cadena en el cuello. El contrato con la editorial la obligaba a entregar una novela por semana. Así que se tenía que levantar a las cinco de la mañana y trabajar durante ocho horas. Escribía sin parar, con una intrepidez y un desparpajo que pocos han tenido. Fue una mina de oro imparable. Es que Corín Tellado hace empalidecer a escritores reyes de las súper-ventas como Stephen King, Paulo Coelho y el mismo García Márquez. Nadie, ni siquiera Cervantes, fue tan famosa en España. Es que vendió en su vida 400 millones de copias.
A Corín le tocó ser mujer en medio de un régimen tan ferozmente machista como el de Francisco Franco. Cuando Tellado mandaba los borradores de sus novelas su editorial, afectada por la censura oficial, se lo devolvía tachada y destruida. A veces tenía que entregar cuatro veces hasta una misma novela. Su estrategia, para burlarse de la censura, fue darle vueltas a un asunto y sugerir. En ese sentido se volvió más compleja y picante. Por eso fue considerada una de las precursoras del porno soft. Es que esa época los sacerdotes censores eran capaces hasta de recortar un beso en una película.
En 1951 su vida cambió cuando fue contratada por la revista Vanidades, las ventas se dispararon, pasaron de 16 mil ejemplares a 70 mil al mes. Allí conoció al eminente escritor Guillermo Cabrera Infante quien era el corrector de estilo de la revista. El cubano, uno de los más emblemáticos creadores del Boom Latinoamericano, vio el talento de una escritora prolífica y capaz de hablar de sexo en una de las sociedades más pacatas que haya conocido la humanidad.
En esos años conoció al misterioso hombre que le robó el corazón. Le llevaba dos décadas pero se sentía en el cielo con él. Sin embargo al hombre no le gustaba que Corín escribiera así que lo abandonó. Cuando se enteró que el hombre se había comprometido con otra mujer tomó una decisión de la que después se arrepentiría: se casó en 1959 sin amor y vestida de negra llegó al altar para fundir su vida con Domingo Egusquizaga, el papá de sus dos hijos. Corín no se parecía en nada a las heroínas de sus novelas, siempre destinadas a llegar felices al altar para que un hombre las mantuviera. Era una mujer ferozmente independiente tanto que con Domingo el problema fue el mismo de siempre: ella ganaba mucho más que él, hasta el punto que ella era la que proveía.
Soñaba con estar viviendo en Estados Unidos, viviendo las transformaciones de las mujeres en el mundo. Pero se quedó con sus hijos en el viejo Gijón rural de los años sesenta. Su matrimonio fracasó y ella se aferró a su militancia en el Opus Dei a pesar de que, como toda gran escritora, presentaba contradicciones, una de ellas es que, a pesar de su catolicismo radical, admiraba la obra de Henry Miller, su Dios tutelar sólo superado por otro autor al que le prendía veladoras, Miguel Delibes. Sus virtudes literarias, de las que nunca careció, llamó la atención de Mario Vargas Llosa quien en 1982 viajó a Gijón a hacerle un reportaje.
Murió en el 2009 después de una larga enfermedad, en Gijón. Doce años después su legado está intacto: Telemundo acaba de firmar un contrato multimillonario –cuyo monto aún no se revela- para adaptar cerca de sus 4.000 títulos a la televisión. Tendremos Corin Tellado para rato.
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