Hipnotizados mientras deciden quién tiene el pulso más fuerte, Corea del Norte y EE.UU. apoyan una segunda mano sobre el tablero mundial, cuya base es la fragilidad de las relaciones humanas. Parece que los principios de la física son aplicables a la geopolítica: mientras más cerca de la esquina —extremos— se haga dicho apoyo, más tendencia tendrá el tablero a perder su equilibrio y por lo tanto caer.
Entre el abanico de noticias que da cuenta de la escalada en las relaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte, llama particularmente la atención el lanzamiento de un misil balístico de rango intermedio que se realizó el 29 de agosto de 2017, cerca de la capital norcoreana Pyongyang —aún 28 de agosto en América—. Dicho misil sobrevoló Hokkaido, la segunda isla más importante al norte de Japón, donde se encendió la alarma pública y se interrumpió la programación televisiva, anunciando el peligro que navegaba aproximadamente a 550 km de altitud. Una vez las fuerzas aéreas niponas detectaron el lanzamiento, emitieron la alarma; sin embargo no derrumbaron el misil puesto que se estimó su caída en el mar, al este de la isla.
En respuesta al lanzamiento, se expresan las voluntades de los altos mandos norteamericanos y surcoreanos, que acuerdan “(…) una respuesta militar y adoptar medidas que permitan mostrar la potente voluntad de respuesta por parte de los países aliados, frente a las provocaciones norcoreanas” según un comunicado oficial difundido por la agencia de noticias Yonhap.
Trump por su parte había prometido “fuego y furia” si Corea del norte continuaba sus ensayos militares. Shinzo Abe, el primer ministro japonés, calificó este lanzamiento como una “grave y seria amenaza sin precedentes”. Asimismo Corea del Sur, al mando de Moon Jae-in, demanda una muestra de fuerza “abrumadora”, mientras se realiza paralelamente el Ulchi Freedom Guardian, un entrenamiento militar donde participan 17.500 soldados estadounidenses y 50.000 soldados surcoreanos, que resulta en amenaza para el gobierno de Kim Jong Un, al considerarlo antesala y simulacro para una eventual invasión.
Puesto que es esta una época militar de ejes y bloques; de alianzas y estrategias, la guerra ya no es aquel punto concéntrico aislado; tiene ahora la capacidad de convertirse en una esfera que nos contiene a todos; es ese su efecto dominó.
No parece probable que nadie en la península coreana baje la fuerza de su pulso. El ganador en la lucha por la hegemonía nuclear se corona como un rey suicida. En efecto la participación de todos estos actores resulta en nuestra catástrofe: porque en todo caso —y una vez más la cuestión física a la geopolítica—: la suma de todas estas fuerzas equivale a cero. El tablero cae.
