Una noticia pasó desapercibida en el mundial de Brasil 2014: en la sección deportiva de los noticieros de Corea del Norte se ufanaban de haber derrotado a Colombia con un marcador de 3 a 1. Sin embargo, es importante recordar que Corea del Norte no participó en dicho mundial y que es el gobierno en manos del líder supremo Kim Jong-un el que tiene control total de los medios y la información. Crear ficciones y aprovecharse del efecto de entorpecer la capacidad de contrastación y discernimiento con el bombardeo de mensajes tribales, sencillos y de identificación es una estrategia conocida. Hay una dictadura en esa Corea, con la información se construye la idea general sobre la vida, en ella se fundamentan los prejuicios, las emociones y las relaciones. Nunca antes fue tan cierta la expresión “la información es poder”, pero hoy podemos acuñar, sin temor o sonrojo alguno, la frase "la desinformación también es poder". Todo esto ocurre dentro de un absolutismo que escapa a la voluntad del ciudadano del común, quien bajo el agobio de una vida llena de restricciones y bajo la imposibilidad de tener otra visión del mundo sucumbe ante una realidad creada, inventada al acomodo del gobernante que invita a desconocer las situaciones del mismo entorno, o a darles una interpretación amañada y tergiversada de los hechos.
Colombia, pasional y prejuiciosa, desde los tiempos en que vinieron a robar nuestra exuberancia, no es ajena a los efectos y fenómenos de masas que cada vez se comprenden con mayor claridad a la luz del neuromarketing y el estudio del cerebro. Los principales medios de comunicación del país pertenecen a los grupos económicos, dueños además, de los bancos, constructoras y empresas que contratan con el estado y patrocinan las campañas de sus representantes en los órganos legislativos y ejecutivos; cumplen a cabalidad con su función de defender los intereses del poder económico. El internet, si bien, permite cierta libertad, no se aísla de la manipulación. La viralidad es un río en el que se pueden echar peces dorados o basura tóxica. Los estados plataforma de los que habla el profesor Levy, refiriéndose a la forma en la que los grandes motores y redes de internet pueden influenciar nuestras búsquedas, censurar nuestro contenido y vender nuestra información, para volvernos blancos fáciles de nuestras necesidades, preferencias y temores, son otro gran protagonista en el direccionamiento de nuestro país y la pérdida de voluntad y claridad de las masas.
Así como el esclavismo se convirtió en autoesclavismo, como bien lo plantea el filósofo Byung Chul-Han, la dictadura también pasó a ser autodictadura. Acudimos de forma casi voluntaria a grupos en redes sociales en donde la afinidad se convierte en complicidad y en esa militancia, ayudamos a propagar la mentira, la duda, la defensa de lo indefendible y la exhortación del cinismo y el absurdo. Caemos en un universo paralelo en dónde los grupos políticos del gobierno muestran una Colombia diferente. Con imágenes y mensajes sencillos, ajenos a fuentes fidedignas, pero digeribles, reconocibles, estratégicos, aupando el patriotismo, el nacionalismo, la protección, la superioridad y otros elementos básicos, hacen creer que Colombia es un “encanto”; negacionismo contundente, que tapa muertos, tapa puentes caídos, tapa el hambre, tapa sus mansiones y tapa sus mentiras. Nadie nos obliga; la inteligencia artificial y el machine learning de los estados plataforma se venden al mejor postor; nos muestran lo que quieren que veamos, nos invisibilizan lo que no quieren que veamos y damos clic, compartimos y difundimos todo aquello que se parece a nuestros, ya estudiados, intereses. De manera febril defendemos ese pequeño mundo que nos han superpuesto y del que creemos tener participación. Supieron como llevarnos a nuestros extremos, nos descifraron; tanto que, aunque todo ese universo lleno de construcciones falsas, se venga encima y nos aplaste con sus escombros pesados, así; maltrechos, derrotados, junto a la sangre que escupimos, escupiremos la defensa de la roca que nos revienta.
Nadie nos obliga y terminamos encerrados en una ideología; bloqueando al que piensa distinto, afiliándonos a las masas que piensan similar, buscando información para reafirmarnos en nuestra posición, combatiendo la verdad con memes y tuits, aislándonos del mundo real e interpretándolo con las reglas postizas que nos resultan más aceptables, para seguir conservando nuestra pertenencia a esta nueva tribu de la razón exprés, de la validez de lo inverosímil. Autodictadores de una pequeña república que naufraga en el infodiluvio y está anclada, desesperadamente, en ese mar remoto de haters bien pagos.