No sólo Cali, sino todos los caleños se están engalanando para la COP16. Mujeres y hombres. Dirigentes y periodistas. Heterosexuales y diversos. Honestos e indecentes. Políticos y meretrices. Policías y ladrones. Todos sin excepción. Hasta a los indigentes están arreglándolos. Y cuando el evento arranque el maquillaje será fundamental: el de la ciudad, el de las personas y el de los problemas. Porque cuando una persona dice: voy a arreglarme, es concreta y literalmente etimológica, pues la palabra cosmética, viene de cosmos, que es orden. Así fue, así es y así será desde que las caleñas son como las flores y los hombres como los alfajores: polvorosos.
Aunque el uso de pigmentos ya estaba establecido en el Paleolítico –no se sabe a ciencia cierta con qué fin: si religioso, de camuflaje o mítico– es en el antiguo Egipto donde verdaderamente comienza la historia del maquillaje con fines estrictamente estéticos y demostración de poderío que trascendía la vida. La vanidad creó una poderosa industria de la que la mayoría de personas desconoce su poder contaminante o no es consciente del mismo: la cosmética, que está desordenando el equilibrio ambiental del planeta. De modo que esta práctica de ensuciar el mundo con pigmentos y aceites es antiquísima, tanto como la incestuosa relación entre El espejo y la moneda (2012), que develó el escritor Julio César Londoño.
No en vano Françoise Bettencourt Meyers, la heredera de L’Oreal, la más grande multinacional de cosméticos, se convirtió en la primera mujer en acumular una fortuna US$100.000 millones de dólares. ¡Arreglada a lo bien! En Colombia Colgate Palmolive lidera el mercado, Yanbal la venta por catálogo y Epa Colombia –con sus keratinas–, la bobada nacional. ¡Algo huele mal! Tal vez en ningún otro espacio humano como en los cuartos de baño, se pueda evidenciar la huella ambiental que tiene la manufactura de productos que rinden culto al espejo. La tiranía de la belleza inunda el mercado con productos para todo y para todos.
Los perfumes –demos por caso– son tan viejos como los malos olores, al fin que nacieron para disimularlos. En su elaboración intervienen los tres reinos: el mundo vegetal de donde se extraen los aceites de algunas plantas; del reino mineral el petróleo y el sulfuro de hidrógeno, que sirven como preservantes; y las grasas animales, que aportan permanencia para que se adhieran a la piel. Primero se llamaron bálsamos, después ungüentos y hasta pachulíes les han dicho. El alcohol –como a muchos– los puso a volar de nariz en nariz, les dio alas, como a la nefasta bebida energizante con las que los traquetos de pueblo pasan el güisqui.
Hoy por más famoso o costoso que se su perfume está compuesto por un 98% de agua y alcohol, un 1,99% de grasa y un 0,01% de extracto. Se necesitan 10.000 rosas para un frasquito de extracto. De modo que aprovéchelo y aplíqueselo sobre todo en el cuello, las muñecas y los tobillos. Sí señor, sí señora, también en los tobillos. En estas tres zonas –erógenas por demás– las arterias están más superficiales y la temperatura y el flujo sanguíneo actúan sobre las moléculas de la loción liberando más aromas y feromonas, esos efluvios que enloquecen a Eros y no precisamente Ramazzotti. Es obvio que de las flores caleñas emana el extracto de la belleza.
Y va otro ejemplo mundano. Un colorete o pintalabios es un verdadero monumento a la química o a la alquimia. El color intenso y duradero lo facilitan dos ácidos: el linolénico y el luctuosamente célebre, ácido hialurónico. Para que pueda untarse con fluidez y resbalarse cual babosa en vidrio mojado contiene jabón, aceite vegetal hidrogenado y aceite de ricino. Para su fálica y perruna forma y solidez, parafina derivada del petróleo. El brillo se logra con escamas de pescado pulverizadas disueltas en amoniaco. Y para que quien bese no vaya a percibir siquiera esos antirrománticos aromas, la mezcla se adoba con perfumes extraídos de los néctares más íntimos de las féminas. ¡Mua!
En suma, la cantidad de ingredientes químicos que utiliza la cosmética no son sólo tóxicos y perjudiciales para la salud, sino dañinos para los cursos de agua en los que terminan y afectan la biodiversidad. Sólo las nanopartículas de las toneladas de protectores solares que se arrojan a los mares del mundo, se acumulan en los arrecifes de coral del mundo y los están acabando. Los microplásticos, las pruebas en animales, la deforestación, el consumo de agua, de electricidad, la huella del transporte y el volumen de desechos que produce esta industria, son los verdaderos espejos en los que debería mirarse la humanidad.
Desde las materias primas que utiliza la industria cosmética y del maquillaje, a la producción, distribución y los residuos posconsumo, son muchas las instancias que pueden reformularse para que la actividad tienda a la sustentabilidad y usted tal vez no se vea tan bello, pero dure un poco más en un planeta mejor. Porque lo cierto es que tanto producto para el arreglo está desarreglando el medio ambiente.
