Si faltaba alguna prueba que demostrara lo demencial de la política en Colombia el gobierno actual está dispuesto a aportarla al proceso histórico si trata de convocar a una asamblea constituyente que sustituya el Estado por el cual fue elegido. Sería como si el hijo apuñalara al padre para despertarlo si lo ve dormido.
La justicia soporta la crisis de una sociedad, no la origina. Si el motivo para convocar esa constituyente es reformar la justicia, es tanto como el padre que llega borracho a la casa a impartir justicia.
Lo más extraño es que la supuesta crisis de Estado la declararía en la propia Casa de Nariño quien representa en virtud constitucional esas mismas instituciones, en el puesto del padre, con el grito indignado de Conmoción Interior, la cual no declaró ni su padre político, el presidente Uribe, en sus sucesivos gobiernos; ni siquiera para el segundo, prefirió valerse de todos los recursos, como un buen amante de la patria, al violar la Constitución sin causarle ningún dolor.
Y despierta sospecha que se quiera sustituir el Estado que con bandera patriótica se defendió de la amenaza de una guerrilla comunista que lo quería echar abajo, cuyos líderes hoy pagan condena tras los barrotes de un Congreso en el que son torturados viendo aprobar las leyes más despiadadas de sistema capitalista alguno, en medio de una selva de cemento, salvaje, que les hará añorar la selva recóndita en la que solo tenían que pagar a los mosquitos mínimas vacunas de toda la sangre que le hacían derramar al pueblo colombiano.
Por eso la idea de un golpe de estado a manos de su propio gobierno resalta inverosímil, y más aún si es a causa de un guerrillero viejo, cegatón y cansado, que genera un inusitado afán de justicia por pedido de otro Estado, a este Estado en que campea la impunidad en un 98 por ciento, en el justo momento en que la implementación de los acuerdos de La Habana nos lleva a desandar los pasos de la cincuentenaria guerra que enterramos, para exorcizar el demonio que se tomó a Colombia y poder descansar en paz.
La guerrilla contrita está dispuesta a contar su verdad, dada la impudicia de la ilegalidad en que actuaban y los supuestos ideales que la animaban, cuyo poder lo basaban en mostrar el horror que causaban. El problema que le surge al establecimiento dominante, desde su propia verdad, es que se hizo defensor del estado de derecho por medios ilegales, tomándolo de pretexto para defender sus grandes intereses privados, como si detrás tuvieran su propio estado paralelo.
Es por eso que temen que se desvele el telón de la legalidad y se muestre desnudado el real estado de cosas que nos gobierna, con sus verdaderos protagonistas y su rey de turno, que determinaron un exterminio de gentes inocentes, por el prurito de mostrar que actuaban como un Estado eficaz que ganaba la guerra a su enemigo, sin descuidar que al sacarlos vivos o muertos del lugar que habitaban alguien debía quedarse con la tierra que les despojaban.
Para no dejar conocer esa verdad proponen sacrificar 200 años de vida institucional, que bien o mal nos representa como nación, para refundar otro Estado a la medida justa de su impunidad, y borrar de un tajo, como han venido haciendo poco a poco, todos los logros democráticos del Estado social de derecho contenido en la Constitución del 91, cuyo costo político fue el sacrificio mortal de varias generaciones que no comulgaban con el Estado confesional anterior.
Y por temor a esa verdad le han vendido al diablo el alma de la nación, para librarse de una condena, que sería moral y material si aportaran esa verdad al tribunal (JEP) que juzga la guerra por superar. Por ello han permitido instalar bases militares extranjeras en el territorio nacional, y lo han dispuesto como teatro de operaciones de una planeada invasión al hermano país para robar sus riquezas, con una premeditación que no tuvo Caín con Abel; después rinden cuentas y piden clemencia del dios imperial, que los juzga y les ordena seguir de rodillas, callan si le niegan la entrada al cielo americano a los altos magistrados de nuestro Estado sin presunción de inocencia, claman que mande de castigo lluvias de veneno sobre su gente como plagas bíblicas, y por más a su Señor le parecen pocos los gestos de fidelidad así le meneen la cola.
Con tanto sacrificio de un gobierno con cara de niño obediente, puede estar ocurriendo en Colombia lo que sucede en algún pasaje de la Biblia, en que el padre para probar la fe a su dios ofrece cuchillo en mano el sacrificio de su hijo inocente y purgar los pecados cometidos por él. Y quién sabe si el dios de la tierra que reside en el norte, que se hace el de la vista gorda cuando le conviene, le detenga la mano como hizo con Abraham el dios de los cielos.