Como todas las pestes, la bubónica aterró a la humanidad. Al igual que están aterrando las del COVID-19 y un posible rebrote de la bacteria Yersinia Pestis en Mongolia, donde es endémica por la ingesta de la marmota. Pasa igual en California. Conocer las pandemias de “peste negra” puede servir para comprender los días de pánico que vivimos. Terror pánico que algunos valientes galenos, como los de hoy, supieron vencer a costa de grandes sacrificios y, a diferencia de los de hoy, con mejores salarios.
Los síntomas de la peste bubónica son terribles: ganglios inflamados, afectación de órganos sexuales, ojos, boca, pulmones y nariz; son síntomas parecidos a los de la gripe, que aparecen pronto: dolor de cabeza, vómitos, dolor corporal generalizado, purulencia. Fue azote de la humanidad durante mucho tiempo.
Cabalga la peste negra por la historia
Los musulmanes la extendieron por toda Europa, donde tomó el nombre de “peste negra”. En el Imperio Bizantino fue llamada “Plaga de Justiniano”, quien pudo sobrevivirla. El brote del siglo VI d.C. produjo la muerte de cincuenta millones. Migró por todos los puertos del Mediterráneo, y luego se extendió por toda Asia. El mal iba en las pulgas de las ratas de los navíos. Constantinopla fue el gran distribuidor del mal. A Justiniano se le acusó de ser el responsable, por pecador.
A finales de la Edad Media la peste negra se convirtió en pandemia. En 1347 mató a un tercio de la población humana en medio de grandes violencias y revueltas sangrientas. El pánico trajo grandes emigraciones que extendieron la peste. Como en Santo Tomás de Atlántico, los flagelantes trataron de ahuyentar la peste con fuetazos y rezos. Como ahora, los enfermos eran estigmatizados. La explicación más frecuente fue el castigo de Dios y para lograr su perdón se tallaban cruces en las puertas de las casas (hoy apedrean la casa de los profesionales de la salud). Para evitar el contagio los asustados habitantes se ponían flores alrededor de la nariz y así evitar el hedor del mal (hoy se ponen barbijos con flores). Los burgos tomaron precauciones: no visitar zonas infectadas (hoy no hay tráfico intermunicipal ni interbarrial), no ingreso de infectados (en algunos pueblos hay retenes “ciudadanos”), no dejar entrar ropas de fuera (hoy no hay ropa adecuada para los profesionales de la salud), no enterrar cadáveres en la ciudad (en Quito han sido dejados en la calle), aislamiento de sanos (hoy algo más estricto, confinamiento de cinco meses, hasta ahora), menor cantidad de alimentos para los contagiados (hoy reducción de hasta dos comidas diarias en algunos estratos) y prohibición a estos de hablar entre sí (hoy hasta los nietos están proscritos).
Posteriormente hubo brotes menores en España, Milán, Londres, Viena, el mar Báltico, Marsella, Bucarest. La peor fue la Gran Plaga de 1738 y la de Caragea de 1813. Los médicos buscaban las explicaciones: el aire corrompido (hoy abrir puertas y ventanas), el tiempo húmedo (se vinieron las lluvias de Macondo), los cadáveres insepultos, los vapores mefíticos por la falta de higiene (hoy distanciamiento social). También las terapias: buena dieta, descanso en ambiente no infectado, aire limpio. La causa real no era todavía percibida con claridad: las pulgas alojadas por los roedores.
La peste reapareció hacia mediados del siglo XIX en Asia Oriental, donde sigue siendo endémica. De Yunnan, China, en 1885 pasó a Hong Kong, a la India (13 millones de muertos), a Hawái llevada por las ratas de los barcos chinos, a Australia donde fue propuesta la tesis de “la picadura de pulgas infectadas como factor desencadenante”.
La OMS la declara extinguida (?)
En 1959 la OMS consideró que la pandemia había terminado, pero hubo brotes en la India debido a barcos europeos que llevaban ratas infectadas con pulgas. En este funesto año de 2020 se han dado dos casos en Mongolia (por marmotas) y uno en Wuhan, en las cuevas de murciélagos, también por ingesta de pangolines, culebras, cucarachas y toda suerte de “manjares” exóticos, de gastronomías exóticas. ¿Regresan los “bubos”?
De ratas portadoras y pulgas transmisoras
Las ratas portan las pulgas que al picar a los humanos les transmiten la peste. También por el contacto con fluidos corporales de animales infectados (hoy por mucosidades). La bacteria ataca a los ganglios linfáticos con hinchazón, dolores intensos, pústulas y esputos malignos, fiebre, calambres, asfixia, vómitos de sangre, tos, diarrea, delirio, coma (síntomas que se asemejan a los del CV19). Cura con antibióticos (90% de efectividad), si no se suministran muerte en diez días. Los “bubones” (del griego boubon y búas, del latín “bola en la ingle”) inflaman los ganglios linfáticos en axilas, fémur, ingle, cuello, gangrena acral en rostro, manos y pies impidiendo la fagocitosis o matando los fagocitos al habitar dentro de ellos. Septicemia segura, colapso del pulmón.
La literatura del terror pestífero
Del terror desatado por la peste negra da cuenta la literatura de Chaucer, Petrarca, Bocaccio. En el Decamerón se narra la peste negra en Florencia y la fuga de individuos asustados hacia lares más sanos. Manzoni en Los Novios describe la Gran Peste de Milán de 1629-1631. Camus en La Peste narra los horrores del sufrimiento de los contagiados. Ingmar Bergman en El Séptimo Sello describe una cuarentena de miedo. En todas ellas ronda la desesperación, la superstición, la revuelta social, la violencia (contra enfermos y tratantes, como hoy en día bajo el CV-19), la crueldad (lanzamiento de cadáveres infectados mediante catapultas a ciudades bajo sitio), el choque entre vecinos y extraños (como en los conjuntos de hoy en día de todo el mundo), la miseria y la grandeza humana (conciertos, mariachis hoy en día). Grandeza del personal médico universal. El de antes y el de hoy.
Los contratos municipales del medioevo con doctores de peste negra
De ellos da cuenta la historia de la medicina medieval. Del “Contrato de Doctor de la Plaga” entre las autoridades de una ciudad y un “doctor” para tratar de curar la peste bubónica en pacientes infectados —ricos o pobres— en tiempos de epidemia. Tiempos de grandes crisis económicas, como hoy (con un crack de años 20). Varias ciudades europeas los suscribieron, bajo urgencia manifiesta. Por ejemplo, el de Turín y un médico de peste negra, el doctor Maletto (1600). Objeto: cuidar y sanar con exclusividad a los pobres infectados de peste bubónica y de ninguna otra enfermedad, a fin de no diseminarla en otro tipo de pacientes sanos. De allí que podían verse compelidos a guardar cuarentena.
Médicos, estadígrafos, notarios y guías espirituales
Además de galenos, los médicos de la peste negra fungían de estadígrafos porque debían anotar en los registros públicos los decesos causados por la peste. También de notarios de testamentos in artículo mortis y —con frecuencia— en calidad de testigos. Igualmente, algo de gran utilidad en tiempos de sumo terror a la muerte: prestar asesoría espiritual a los pacientes para el viaje al más allá. Tal cúmulo de funciones profanas y espirituales condujo a las ciudades a establecer un código deontológico complejo y estricto (que seguramente era respetado por los “sindaci” de villas italianas y muy poco por ciertos alcaldes deshonestos de algunos municipios CV19).
Un oficio peligroso
Los tratantes eran en veces falsos doctores, médicos de segunda categoría o jóvenes médicos primerizos. Casi todos empíricos. Debían atender largas cuarentenas y someterse a ellas, pues eran muy queridos y hasta bien votados los Doctores de la peste negra. Pocos se le medían a este peligroso oficio de allí que para protegerse y ser identificados utilizaran máscaras en forma de pico de aves llenas de paja, flores y sustancias aromáticas cuales: ámbar gris, hojas de menta, estoraque, mirra, láudano, pétalos de rosa, alcanfor y clavo de olor. El pico era para protegerlos del aire podrido (el mal aire “miasmático” de la mitología griega, bajo forma de castigo divino), supuesta causa de la infección, siguiendo la teoría miasmática de la enfermedad de Thomas Sydenham (1624-1689). Además, portaban lentes de vidrio sobre los ojos (como hoy las caretas de plástico). Ciertos fenómenos actuales de fervientes devociones religiosas y algunas de magia parecen recordar los miedos religiosos medievales, estudiados por Vilfredo Pareto bajo la rúbrica de residuos y derivaciones (irracionales).
La de “Al doctore della Peste” era sin duda una profesión u oficio de gran riesgo: para 1348 Venecia había perdido sus dieciocho médicos plenos, quedando solo uno; cinco habían muerto de la peste, y doce habían desaparecido quedando la duda de si uno se había fugado por miedo a la infección.
Elegantes y severos
La vestimenta procuraba protegerlos del contagio, la había creado en París un famoso doctor de peste negra, Charles de Lorme, en 1630. Moda parisina que irradió por toda Europa, cual Dior. Consistía en una túnica de tela encerada, bastón de madera para no tocar al paciente con una función adicional: golpearlo para ayudarle en el arrepentimiento, la peste negra era percibida como un castigo de Dios; bastonazos que recuerdan los propinados por San Lázaro y Yemayá Ayé (hoy bastonazos dan, pero a los tratantes del CV19). A golpes tan miraculosos, agregaban procedimientos más terrenales cuales sangrías, sanguijuelas y sapos chupadores de las excreciones de los bubos. Esta técnica consistía en tratar de lograr un balance entre los humores de los pacientes (humores y mal genio que hoy deben soportar los abnegados tratantes del CV19 por desesperados parientes impedidos de darles el último adiós a sus seres queridos, derecho fundamental según la CIDH y la UE).
Riesgos, sí. Compensados con ciertos privilegios
Los servicios de los doctores de la peste eran muy apreciados, de allí que se les concediesen grandes privilegios fuera de lo común: podían realizar autopsias (!), algo bastante prohibido durante la Edad Media, autorización que se daba para que pudieran encontrar las causas y la posible cura de la infección. Otra gabela, muy merecida por cierto, de médicos-barberos de bata-corta, podían llegar a serlo de bata-larga; es decir, médicos plenos.
Salarios que harían morir de envidia a los actuales y de vergüenza a los gobiernos
La paga solía ser buena: Volterra en 1527 pactó con Bernardino di Francesco Rinaldi un buen contrato para este. Obligación principal de la ciudad: proporcionarle todo lo que fuese necesario para su digna y conveniente manutención. En 1527 lo hizo Prato con el Médico de plaga Stefano Mezzettino. Cláusula estricta: visitar y asistir a sus pacientes sin otra compañía. Stefano la rompió y recibió multa por haber puesto en riesgo a la población. Otro caso de buena paga se dio en 1348 entre Orvieto y Matte fu Angelo M.D. a quien se le pagó cuatro veces cincuenta florines, la tarifa normal anual de un doctor pleno. Es de anotar que los papas romanos, los de Venecia y Aviñón no escatimaban florines para contratarlos en épocas de grandes epidemias de peste negra. Para la ciudad y los santos padres estos doctores eran muy útiles, tal vez más que los milagros.
Un médico de peste bien remunerado y de buena Ventura
La negociación de estos contratos podía ser difícil. Como lo fue el suscrito entre Pavía y el doctor Giovanni de Ventura, de dieciséis cláusulas y modificado varias veces. Precio: 30 florines al mes, precio más tarde aumentado (a los de hoy CV19 a veces ni se les paga a tiempo). Dos meses de indemnización por despido injusto (hoy esto no opera sino luego de pleito interminable). Al comienzo, solo pacientes contagiados de la plaga negra; vino un adendo: a todos los pacientes y visitar adicionalmente los lugares infectados (hoy jornadas también de 24/7 con menos ventajas). Gabela: otorgamiento de la ciudadanía plena al finalizar el contrato (hoy a los estudiantes de último semestre se les ponen trabas para ejercer pese a urgencia manifiesta de pandemia). En el resto de cláusulas se precisaban otras obligaciones y modo de comportarse. A los del CV19 se les pide hasta no temerle a la kryptonita, tan heroicos son.
El contrato de plaga negra entre el doctor Giovanni de Ventura y la ciudad de Pavía vale la pena profundizarlo. Se suscribió en 1479. Médico novel con título universitario en Medicina, deviene en médico municipal de la peste bubónica. Contrato lucrativo. Cláusulas: 16. Salario:30 florines al mes (360 florines al año, el salario promedio era de 60 florines al año en el siglo XV italiano), más casa amoblada (para que no contagiase a otros vecinos y con la ventaja de no ser apedreadas por los vecinos, tanto era estimados) y dinero para cubrir gastos cotidianos e indemnización por despido (pago por adelantado de dos meses de salario). Prohibición de cobrarles a sus pacientes a título individual, puesto que le pagaba el erario; empero sí podía recibir regalos de sus pacientes como prima de buen resultado. Y, lo más preciado para de Ventura -hombre que venía del campo-, la ciudadanía plena de la ciudad de Pavía lo que le permitiría trabajar más adelante en la urbe como médico al finalizar el contrato. Debía trabajar 24/7 con sus pacientes, acompañado por un escolta de la ciudad (¿un vigilante?) para evitar que contagiase a habitantes sanos en los trayectos, o que visitara pacientes con otras enfermedades. Solo podía visitar a los contagiados con la peste bubónica: “Mastro Giovanni carece de autorización para desplazarse por la ciudad para atender pacientes, a menos que un hombre específicamente designado por la comunidad le acompañe” (cláusula 16). De Ventura era al parecer soltero y todavía hijo de familia. Si moría no debían sus deudos devolver lo recibido por pago anticipado, ni total ni parcialmente (¿tienen los de hoy, los del CV19, seguro mortuorio y prima de fallecimiento en ejercicio del cargo?)
Médicos de peste notables y hasta adivinos
Además de Giovanni de Ventura M.D. otros galenos se destacaron en tiempos de pandemias medievales y renacentistas cuales: un valiente, el irlandés Niall O'Glacáin (c.1563?-1653) famoso en la Europa ya casi ecuménica de Italia, Francia y España; el primer cirujano-barbero, luego anatomista y gran cirujano de bata-larga Ambrosio Paré (1510-1590); y el afamado alquimista, médico y astrólogo suizo Teofrasto Paracelso (1493-1541).
Sin embargo, tal vez el más famoso doctor de la peste negra fue Nostradamus, quien dio valiosas recomendaciones sobre medidas preventivas contra la plaga: deshacerse de los cuerpos infectados quemándolos (no había buldóceres), erradicar las ratas, aire fresco, consumir agua limpia (muy utilizada, con menor mortalidad, por árabes y judíos además acusados de ser los causantes injustamente y masacrados), jugo de rosa mosqueta, no sangrar al paciente. A Nostradamus le tocó vivir períodos difíciles y hasta de grandes pestes. Hizo predicciones sobre ellas. Venía de una familia de médicos. La peste negra interrumpió sus estudios, sin embargo, fue un gran médico y se distinguió en su lucha contra la peste negra de la cual no pudo salvar a su esposa ni a sus dos hijos. ¿Cuántos miembros de familias de nuestros doctores de COVID-19 y demás tratantes han sido infectados? Honor y gloria para todos ellos.