Al ver que todos los medios de comunicación del mundo estaban centrados en el fallecimiento de Pelé, con coloridos, memorables y emocionantes resúmenes de su vida social y deportiva, la Iglesia Romana ha optado por ampliar tres días más las ceremonias funerarias del papa emérito; es decir, tres días más después de sepultado Pelé.
Probablemente, la institución estaba sintiendo que la muerte del astro del fútbol estaba "opacando" el fallecimiento de Benedicto XVI, a quien se le dedicaron pocos resúmenes, la mayoría de ellos planos, tediosos y sin emoción. La mercadotecnia sucia, política clásica de la iglesia, no permite que un "futbolista negro" le robe la atención y el rating a un "papa blanco".
Ratzinger dejó el papado hace 10 años. Pelé dejó el fútbol hace 40 años. Aun así, uno se roba más los reflectores que el otro. Los editores internacionales de noticias lo saben. Ellos conocen las preferencias de su audiencia, no en vano de estos conocimientos es que logran obtener beneficios por pauta.
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Ahora bien, aunque la mayoría de habitantes de Santos nunca vio jugar a Pelé, ellos lo lloran más que nadie. Sin embargo, no son los únicos. La fila de dolientes del astro es larga y diversa. De hecho, muchos de sus fanáticos clamaban para que su ataúd fuera llevado a Sao Paulo, principal ciudad brasilera.
La idea era organizar un apoteósico y monumental desfile funerario por las gigantescas avenidas y calles de la ciudad, aprovechando que millones de brasileños quieren darle un último adiós a la estrella del balompié, tal como sucedió en su momento con Ayrton Senna, tetracampeón del mundo de Fórmula 1.
Sin embargo, su familia decidió que las honras fúnebres se realicen en el pequeño puerto lejano de Santos, donde él jugó la mayor parte de su vida. Como dato conmovedor, se hará un corto desfile con su féretro desde el estadio donde reposa en cámara ardiente hacia el cementerio para su sepultura. La caravana fúnebre solo se detendrá por un minuto frente a la casa de Doña Celeste Arantes, la madre del jugador, quien tiene 100 años y no sabe que su hijo murió.
¡Qué diferencia con el boato del Vaticano!