A comienzos de octubre el director de El País de España, Javier Moreno, le confesó a 6AM de Caracol, que Luigi Echverry y el uribismo le enviaron "la carta más extraña que he recibido en mi vida". La queja del asesor presidencial era por haber brindado espacio en sus páginas al senador Iván Cepeda a quien Echeverry no dudó en calificar de demonio, lobo, verdugo, inquisidor moderno" e incluso "líder de la guerrilla parlamentaria".
Lejos de obedecer el uribismo El País ha contraatacado y con todo. Acaba de publicar una investigación durísima contra Álvaro Uribe en donde exponen un perfil del expresidente poco divulgado por los medios nacionales. Este es el informe Uribe, la sombra política de Colombia. Esto pondrá los pelos de punta del uribismo. Este es el informe escrito por las periodistas colombianas Sally Palomino, Camila Osorio, Catalina Oquendo, Santiago Torrado:
La noche en que se convirtió en gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez le dio un puñetazo a un viejo amigo que en ese momento era un rival político. Era el 30 de octubre de 1994, la elección estaba reñida y el ganador se iba a definir por unos pocos votos. En medio de la tensión del escrutinio, Fabio Valencia Cossio, veterano dirigente conservador que impulsaba al candidato opositor, llegó a la Registraduría de Medellín y dijo que temía un fraude. Poco después Uribe cruzó la sala y sorteó los controles. “Se pasó por encima al general de la Policía y sin mediar palabra me lanzó un golpe”, recuerda Valencia Cossio, que lo conocía desde la universidad, donde ambos habían estudiado Derecho. Esa noche, Uribe dio un giro a su carrera y se convirtió en la máxima autoridad del departamento de Antioquia, el segundo territorio más poblado y con mayores recursos de Colombia. Años más tarde, Valencia Cossio recibió una llamada de su antiguo compañero de estudios: Uribe ya era presidente, le pidió recuperar la amistad y le ofreció un cargo en su Gobierno. Y él aceptó.
Más allá de su temperamento volcánico, el episodio condensaba la esencia que ha forjado la imagen de Uribe: la de un hombre de extremos, avasallador, sin talante para la duda o los matices. Así de radicales son los sentimientos que despierta en la sociedad colombiana (“Es lo mejor que le pasó al país” / “Es lo peor que le pasó al país”). Así de binario es el carácter de sus vínculos políticos, donde solo caben la lealtad o la traición. Así de absolutos son los logros que le atribuyen sus incondicionales, empezando por el actual presidente, Iván Duque, que ganó las elecciones del 2018 gracias a él. Así de opacas son las sombras que llevan décadas envolviendo su figura y que en agosto motivaron un hecho sin precedentes en el país. La Corte Suprema dictó en su contra una medida de detención domiciliaria preventiva por un caso de manipulación y supuesto soborno de testigos. Detrás de esa investigación está una de las acusaciones más graves que le persiguen desde hace años: sus presuntos vínculos con grupos paramilitares. La semana pasada, una juez de garantías ordenó su libertad mientras el proceso sigue su curso.
Uribe fue el principal opositor al proceso de paz y los acuerdos con las FARC, hoy desmovilizadas. Se enfrentó de forma visceral con su sucesor, el entonces presidente Juan Manuel Santos, que había sido su ministro. Se resistió a abandonar la primera línea de batalla política tras terminar sus dos mandatos presidenciales (2002-2010) y, hasta agosto, cuando presentó su renuncia, fue senador. En 2018 fue el candidato más votado en las legislativas. Hoy se enfrenta a la justicia, pero a sus 68 años conserva buena parte de su poder y no ha dejado de agitar la opinión pública desde las redes sociales, ni de guiar al actual Gobierno en nombre de la defensa de su “honorabilidad”. Los que le consideran poco menos que un salvador de Colombia siempre evocan su mano dura frente a la guerrilla. Su política de seguridad, sin embargo, le ha puesto bajo la lupa por graves violaciones de los derechos humanos. Su Gobierno dejó atrás miles de asesinatos extrajudiciales —conocidos como “falsos positivos”—, crímenes ejecutados por los militares contra civiles con la intención de presentarlos luego como combatientes del campo enemigo.
Para la realización de este perfil, EL PAÍS contactó con el círculo más cercano del expresidente, con aliados y adversarios, con víctimas y con protagonistas de la política colombiana de las últimas décadas. Tanto Uribe como su sucesor, Santos, al igual que Duque, optaron por no pronunciarse. La mayoría de los relatos suelen coincidir en una idea que sirve para arrojar luz sobre su personalidad, sus obsesiones y su carrera, ahora al frente del partido del Gobierno, el Centro Democrático: la construcción de la figura de autoridad. Y el afán por doblegar a todo aquel que se atreva a cuestionarla.
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