Ante la cruzada mediática contra Rusia, ante las denuncias sin pruebas sobre espionaje, expansionismo imperial, geopolítica, etc, me anime a compartir un ensayo de Ilyin que refleja en gran medida el sentir ruso actual.
Ivan Ilyin fue un anticomunista exiliado en Berlin desde 1922 quien se convirtió en el ideólogo del Ejercito Blanco, profundamente religioso fundamento gran parte de su trabajo político y filosófico en el trabajo de Hegel. Escribir en pocas líneas sobre su extenso trabajo es imposible, pero se podría resumir en tres temas centrales. Estado, conciencia jurídica y nacionalismo. La traducción en mía.
En donde sea que estemos dispersos nosotros los emigrantes rusos, debemos recordar que otras personas no nos conocen y no nos entienden; que ellos le temen a Rusia, que no simpatizan con ella y que son felices buscando su debilidad de cualquier manera. Solo la pequeña Serbia simpatiza de forma instintiva con Rusia, pero sin conocerla ni entenderla, y solo los Estados Unidos se inclinan instintivamente a preferir una Rusia nacional unida como un contrincante seguro y un leal, y solvente consumidor de sus bienes.
En otros países y en medio de otras personas, nosotros estamos solos, incomprendidos y somos impopulares. Este fenómeno no es nuevo. Tiene su propia historia. M. V. Lomonosov y A. S. Pushkin fueron los primeros en entender la peculiaridad de Rusia, su singularidad con respecto a Europa, su «no Europanidad». F. M. Dostoyevsky y N.I.a. Danilevsky fueron los primeros en entender que Europa no nos conocía, no nos entendía y no nos quería. Han pasado muchos años desde eso y nosotros hemos vivido y confirmado, por nosotros mismos, que esos grandiosos rusos fueron sagaces y correctos.
La primera razón por la que Europa occidental no nos conoce es porque el idioma ruso es extraño para ella. En el siglo IX, los eslavos vivían en el centro de Europa; de Kiel a Magdeburgo hasta Halle, más allá del Elbe, en la Selva de Bohemia, en Carintia, Croacia y en los Balcanes. Los alemanes los conquistaron de forma sistemática, mataron a sus clases dominantes y al haberlos hecho menos líderes de esta manera, los desnacionalizaron. Europa, por sí misma, condujo a los eslavos del oriente al sur; y en el yugo del sur turco subyugado, pero no los desnacionalizó. Así es como el idioma ruso se volvió extraño y «difícil» para los europeos occidentales.
La segunda razón por la que Europa occidental no nos conoce es porque la religiosidad rusa (ortodoxa) es extraña para ella. Desde tiempos inmemoriales, Roma controló a Europa a través, primero, del latín y, después, de la religión católica, la cual adoptó las tradiciones básicas del primero. Pero Rusia no adoptó la tradición romana, sino la griega. «La fe griega, diferente de todas los demás, nos dio nuestro especial carácter nacional» (Pushkin). Roma nunca respondió a nuestra alma y a nuestro carácter. Su confianza propia, arrogante y cruel siempre repelió la conciencia rusa y el corazón ruso. Nosotros adoptamos la fe griega sin distorsiones, pero muy en nuestro camino; alguien puede hablar de su «Greciaidad» solo en un sentido condicional, histórico.
La tercera razón por la que Europa occidental no nos conoce es porque la contemplación eslavo-rusa del mundo, de la naturaleza y del hombre es extraña para ella. A los europeos occidentales los guían la voluntad y la razón; a los rusos, sobre todo, sus corazones e imaginaciones, y solo después la voluntad y la razón. En consecuencia, el europeo promedio está avergonzado de la sinceridad, la conciencia y la bondad como «estupidez»; el ruso, por el contrario, espera sobre todo bondad, conciencia y sinceridad de parte de las personas. La percepción legal europea es formal, desalmada, e igualitaria; la rusa es informal, buena y justa. A los europeos los crio Roma, que despreció a otras personas (incluyendo a los europeos) y quería gobernar por encima de ellos. Los rusos siempre han disfrutado de la libertad natural de su amplio país, la libertad de su existencia apátrida y la naturaleza dispersa de su población. Los rusos siempre han sido sorprendidos por otras personas y solo odian a invasores que llegan a esclavizar; ellos han valorado su libertad espiritual por encima de su libertad legal y si otras personas no los han molestado, entonces ellos no han tomado las armas y no han buscado poder sobre ellos.
A través de todo esto, una gran diferencia se ha desarrollado entre la cultura rusa oriental y occidental. Toda nuestra cultura es diferente, es nuestra, porque tenemos un maquillaje espiritual diferente y distinto. Tenemos iglesias completamente diferentes; distintos servicios religiosos; diferente bondad; distinta valentía; diferente vida en familia; nosotros tenemos literatura completamente distinta; música, teatro, arte y danza diferentes; no la misma ciencia, no la misma medicina, no las mismas cortes, no las mismas actitudes hacia el crimen, no el mismo sentido de rango, no las mismas actitudes hacia nuestros héroes, genios y zares. Y, sin embargo, nuestra alma está abierta a la cultura de Occidente; la vemos, la estudiamos y la conocemos, y si hay algo en ella, lo hacemos nuestra; nosotros hablamos sus idiomas y valoramos el trabajo de sus mejores artistas; tenemos el don de la solidaridad y la transformación.
Los europeos no tienen este don. Ellos solo entienden lo que es similar a ellos, pero luego tergiversan todo para que se ajuste a su propia manera. Para ellos el ruso es extranjero, molesto, extraño, raro, no atractivo. Ellos nos escudriñan desde arriba con orgullo y consideran nuestra cultura despreciable o algún tipo de enigmático y gran «malentendido».
Treinta años de revolución no han cambiado nada. Entonces, a mediados de agosto de 1948 el llamado «movimiento de la iglesia ecuménica» hizo una conferencia en Suiza, a la cual doce importantes curas y pastores suizos (de la iglesia reformista) fueron elegidos para asistir al congreso «mundial» en Ámsterdam. ¿Y después qué? Simpatía «de hermanos» por el marxismo, por la iglesia soviética y por la Unión Soviética fue lo que dominó el congreso, mientras esta ignoraba la Rusia nacional, su Iglesia y su cultura. Ellos no consideraron la cultura rusa, su espiritualidad o su vida religiosa. Para ellos, el marxismo es «de ellos», europeo, aceptable; y entonces el sóviet comunista está más cerca de ellos que Serafín de Sarov, Suvórov, Pedro el Grande, Pushkin, Tchaikovsky y Mendeléyev.
Lo mismo ocurrió entonces en el congreso «mundial» en Ámsterdam, en el cual prevaleció un extraordinario revoltijo de cristiandad y comunismo.
Y entonces, Europa occidental no conoce a Rusia. Pero lo desconocido siempre es terrible. Y Rusia, por el tamaño de su población, su territorio y sus recursos naturales, es enorme. Algo enorme y desconocido siempre se considera una amenaza existencial, sobre todo después de que Rusia le mostró a Europa la gloria de sus soldados y la genialidad de sus comandantes en los siglos XVIII y XIX. Desde Pedro el Grande y, en adelante, Europa le ha temido a Rusia; desde el mariscal Saltykov (batalla de Kunersdorf), Suvórov y Alejandro I, Europa ha sentido miedo de Rusia. «¿Qué pasa si esta amenaza masiva del Este se mueve hacia el oeste?». Las dos guerras mundiales han fortalecido este miedo. La política mundial de la revolución comunista ha convertido a Rusia en una preocupación incesante.
Pero el miedo es degradante y las personas lo ocultan con desprecio y odio. Ignorancia, alimentada por el miedo, desprecio y odio, fantasea, vocifera y fabrica. Es verdad que nosotros vimos a los prisioneros de guerra alemanes y austriacos regresar de los campos rusos soñando con Rusia y con la sociedad rusa. Pero la mayoría de europeos, sobre todo sus democráticos ministros, se alimentan de ignorancia, les asusta Rusia y constantemente fantasean con debilitarla.
Europa occidental le ha temido a Rusia desde hace 150 años. Ningún servicio prestado a Europa por parte de Rusia (la Guerra de los Siete Años, la lucha en contra de Napoleón, salvar a Prusia entre 1805-1815, salvar a Austria en 1849, salvar a Francia en 1875, la paz de Alejandro III, el Convenio de La Haya, la sacrificada lucha con Alemania entre 1914 y 1917) cuenta para nada por este miedo; ni la nobleza o el altruismo de los zares rusos ha detenido este despotrique europeo. Y cuando Europa vio que Rusia se había convertido en una víctima de la revolución bolchevique, aquella decidió que esa era una victoria de la civilización occidental, que la nueva «democracia» debía desmembrar y debilitar a Rusia, que eso podía detener a la temida Rusia y que el sóviet comunista significaba «progreso» y «paz» para Europa. ¡Qué ceguera! ¡Qué error!
La actitud fundamental de Europa con Rusia es eso; es enigmática, semibárbara «sin validez»; Rusia necesita ser «evangelizada» o convertida al catolicismo, «colonizada» (literalmente) y civilizada; si es necesario, esto puede y debe ser usado para el comercio de Europa occidental y sus objetivos, e intrigar, sin embargo, siempre se requiere para debilitar a Rusia. ¿De qué manera?
Al arrastrar a Rusia a las guerras destructivas en un momento inconveniente; al no permitirle el acceso a los mares; si es posible, al desmembrarla en pequeños estados; si es posible, al reducir su población (por ejemplo, al apoyar el terror bolchevique que fue la política de Alemania desde 1917 hasta 1938); si es posible, al sembrar revolución y guerra civil (como en China); y luego al poner agentes internacionales en Rusia; al imponer obstinadamente las formas de republicanismo, democracia y federalismo de Europa occidental, las cuales la población rusa no puede soportar; al aislarla política y diplomáticamente, pero exponiendo de forma insistente el «imperialismo» ruso, su «naturaleza reaccionaria», su «falta de cultura» y sus «agresiones».
Todos nosotros deberíamos entender esto y nunca olvidarlo. No para responderle a nuestro enemigo con odio, sino para predecir eventos con exactitud y no rendirnos a las ilusiones sentimentales tan características del alma rusa.
Necesitamos solemnidad y vigilancia.
Estas son personas, estados, gobiernos, iglesias, organizaciones secretas e individuos que son hostiles a Rusia, en particular a la Rusia ortodoxa, y aún más a la unidad imperial de Rusia. Así como hay «anglohablantes», «germanohablantes» y «niponhablantes», el mundo tiene abundancia de «rusohablantes», enemigos de la Rusia nacional, que se han prometido a ellos mismos aplastarla, humillarla y debilitarla. Nosotros nunca debemos olvidar eso.
Por consiguiente, nosotros debemos medir vigilante y soberbiamente a cualquiera que le hablemos, y a cualquiera que dirijamos, al medir su simpatía y sus intenciones con respecto a una Rusia nacional unida, y no debemos esperar ninguna salvación por parte del conquistador, ninguna ayuda del “divisor”, ninguna simpatía ni entendimiento por parte de embaucadores religiosos ni benevolencia por parte del destructor o alguna verdad del calumniador.
La política es el arte de conocer a nuestro enemigo y de volverlo inofensivo. Quien no esté en capacidad de hacerlo, debe quedarse fuera de ella.
Ivan Ilyin. 1948.