Un niño llega a la escuela y el primer acercamiento que tiene con el lenguaje es la gramática y el análisis textual. Tildes, sustantivos, adjetivos, verbos, conjunciones, tipos de oraciones y todo un montón de artimañas académicas hechas para los académicos. El lenguaje es para él una marcha perfectamente sincronizada y los estudiantes ante los ojos del tutor un batallón que debe caminar en la misma dirección. Simple es el hecho de que el lenguaje no se aprende para estudiarlo, sino para sentirlo.
Un profesor de español impone las lecturas, dice que es lo que se debe leer y como se debe leer. Por eso se desarrolla la tan triste repulsión a los mágicos mundos que abre la palabra, que en definitiva es el daño más hondo que se le puede causar a un ser humano. Contra el velo de la repulsión a la lectura no hay recurso, por ingenioso y maravilloso, que valga, ya sea una biblioteca, un taller literario, o un concurso. Todos elementos que en personas dispuestas aportan logros fantásticos.
“Siempre que he hojeado libros de estética, he tenido la incómoda sensación de estar leyendo obras de astrónomos que jamás hubieran mirado a las estrellas. Quiero decir que sus autores escribían sobre poesía como si la poesía fuera un deber, y no lo que es en realidad: una pasión y un placer” dijo Borges alguna vez.
Cuando leemos que “el sol se esconde” no es eso necesariamente una irrefutable figura literaria, es una cosa apenas obvia hasta la saciedad que el sol es una bola de fuego mil veces más grande que la tierra y que es ésta la que gira alrededor de él, pero no hay necesidad de decir toda esa carreta para saber que se trata de un atardecer. Y menos debe ser presentado desde el academicismo de las figuras literarias a quien comienza a descubrir la literatura cuando un autor nos cuenta que para él la existencia humana es cómo un río que va a dar al mar. Una figura literaria es solo un nombre que se le da a un logro bello del lenguaje, nada más.
No se puede esperar amor de nadie hacia algo que le fue impuesto. La gracia que surge al escuchar a una persona está en conocer su forma de ver la vida, de saber que caminos ha transitado, imaginado y creado.
Si uno se pusiera en la tarea de ir por ahí a caminar en la calle y preguntarle a la gente si le gusta leer, probablemente muchos dirán que les parece aburrido, que eso es un gusto para la gente inteligente. No vamos más allá, nos quedamos en el remordimiento que el desconocimiento nos impone.
Es natural en alguien que no hace deporte decir que no le gusta hacer deporte, así mismo si uno se la pasa en todo momento viendo contenidos ligeros, como la televisión, seguro no va entender la gracia que tiene la imaginación. Estamos habituados a ser acribillados con ráfagas de ideas ya masticadas y se nos olvida el placer de digerirlas por nuestra cuenta.
La lectura debe ser acercada a las personas, en especial a quienes se están construyendo como tales, desde el compartir de la belleza. La escuela no debe ser un molde de individuos iguales, debe ser un vehículo para la formación de la autenticidad y de la libertad, sobretodo para abordar los libros. Por ahora los jóvenes lectores son salmones nadando río arriba, contra la corriente de la educación. Después que no nos sorprendan las escalofriantes cifras de promedio de lectura, que por el camino que vamos, van lentamente acercándose al cero.
