Relató en el siglo XVI el dramaturgo español Lope de Vega el asesinato de un comendador que prevalido del presunto derecho de pernada —poseer carnalmente a una doncella a punto de casarse por el hecho de pertenecer a su feudo— violó a quien sería la esposa de Frondoso. Ante tal hecho, el hombre tomó venganza, dándole muerte a pedradas en compañía de otros amigos.
Los hombres fueron llevados a la justicia y todo el pueblo los respaldó. Ninguno, ni siquiera bajo tortura, delató al autor del asesinato, y ante la pregunta repetida del juez la respuesta siempre era la misma.
—¿Quién mató al Comendador?— preguntaba el juez.
—Fuenteovejuna, señor— respondían los imputados.
—¿Quién es Fuenteovejuna? Todo el pueblo, a una.
Es lo que toda Colombia debe hacer: solidarizarnos unos a otros para combatir el microtráfico sobre la base de que los distribuidores de estupefacientes están matando el cerebro de la adolescencia y la juventud. La sociedad no debe fomentar, ni dejar que siga el irreparable y mortal daño físico y moral que causa la droga a nuestros niños y jóvenes; enviciándolos y conduciendo a quienes la distribuyen a la desgracia por ganarse unos pesos para medio comer y enriquecer a los "dones", los grandes productores y distribuidores.
Acaba la Fiscalía de informar que en lo corrido de este año (cuatro meses) han logrado desmantelar 120 bandas criminales que comercian marihuana, cocaína, heroína, anfetaminas, entre otros estimulantes, dejando en la cárcel a 1.330 capturados en los 32 departamentos del país.
Tenemos la obligación civil, moral y ciudadana de delatar a los vendedores de estupefacientes que están fomentando una sociedad de drogadictos y llenando las calles de menesterosos por haber caído en la tragedia de consumir esos elementos. Ese dinero que reciben los narcotraficantes es criminal, es producto de una actividad ilícita, repudiable y condenable por el irreparable daño que causa al individuo, la familia y la sociedad. Por eso todos debemos atacar ese mal como en Fuenteovejuna, actuando todos a una.