Sí, tal vez vengo a ser otro “macho hablando de reglas uterinas”, aunque es porque tengo algunas preguntas que me amargan el almuerzo. No pretendo cuestionar la tan alegada defensa de la vida entre quienes protestan contra la despenalización:
Seguramente lo sienten en lo más profundo y eso los convierte en adalides de la existencia como mero fenómeno biológico... ¡porque, ojo, no les vengan a colar aquí la exigencia de la dignidad!
Es, entonces, cuando surge mi primera inquietud: ¿que los niños nazcan sea como sea, así vengan con una deformidad que comprometa las condiciones de su crecimiento, o se arriesgue la salud física o mental de la madre, sea fruto de una violación cuyo trauma no sé si se supera, o cualquier otra de las causales no lo bastante divulgadas?
¿Y cuando existe la alta probabilidad de que hereden alguna enfermedad grave, desde la predisposición a la diabetes hasta la depresión, por ejemplo? Tal vez esgriman el argumento —posible, claro— de que se trata de un regalo de dios y que, de acuerdo con la sabiduría popular, no se le deber mirar colmillo... ¿aunque sea un caso como el de cierta niña en Bolivia, de once años, violada durante meses por un anciano y embarazada por el mismo?
Al menos todos deberíamos detenernos a pensarlo.
Entre paréntesis: ¿por qué arrogarse la vocería de la Providencia? Tal vez en el Olimpo, aunque silenciosos, sean ahora más sensatos, en medio de sus eternas disputas por manzanas e hijos no reconocidos.
Quizá muchos de los supuestos ”provida” —a no todos aplico el adjetivo, más por optimismo que por conocimiento― sientan la inminencia del castigo divino, y se obliguen o sientan la conveniencia de estar del lado de los “justos” (¿qué diría Pascal?); o pretenden pregonar moral —algunos la tienen en cantidad, hasta doble o triple― para creerse héroes.
O necesiten pertenecer a un grupo en el cual coquetear, como quien se consigue un perro al cual pasear por un parque donde ya ha acechado previamente a una verdadera animalista; o va obligado por su abuelita.
O solo porque son los hijos de otros y esos deben hacerse responsables; o no haya encontrado más conjunciones de una sola vocal para darle diversidad a su vida... ¡Hay tantas posibilidades! Incluyendo, sí, en algún rincón de la discutible firmeza de carácter, las relacionadas con la convicción.
¡Ay, pero tengo más inquietudes!
Si amparan tanto la vida, ¿dónde están cuando se trata de luchar por los derechos de tantas personas —niños, sobre todo, por si no han echado un vistazo— que mueren de hambre, desnutrición, deficiencia en servicios médicos, grupos armados—comenzando por los “legales”―, entre otras razones, todos los días, en nuestro país? ¿Y por los líderes sociales, verdaderos defensores? ¡Ah, cierto que todo eso queda muy lejos y todos son hijos ajenos!
Nuestro sentido de la indiferencia es bien curioso.
Epitafio 1:
No voy a meterme, al menos por ahora, con las condiciones límite de gestación para que se permita o no un aborto. Tampoco es que tenga alguna idea al respecto. Sin embargo, creo que hasta el momento del parto, el feto hace parte del cuerpo de la madre y es ella quien debe decidir. Ahora bien, entran en juego factores de seguridad del procedimiento y otros.
Epitafio 2:
Puede que me haya burlando un poco ―vale, junto a los dioses―, pero es para mitigar un poco la acritud de mi almuerzo. Además, también estoy iluminando un poco mi propia mediocridad y doble moral.