A un mes de los comicios para elegir el nuevo Congreso y definir los candidatos a la presidencia de las tres coaliciones conformadas es muy poco lo que se debate con respecto al futuro del país, específicamente sobre si continúa por los mismos derroteros de décadas o si se enrumba hacia el cambio sostenible.
Porque parece que primaran el mantenimiento de los procederes politiqueros, por un lado, y los planteamientos anclados en las mismas fórmulas que han ocasionado el desastre nacional, por el otro.
No nos detendremos en indagar sobre las posiciones individuales o en equipo ya destapadas de la derecha, porque ellas son evidentes reediciones del pacto duquista, sino en las que se presentan como alternativas, pero con rasgos soterrados de continuismo que anhelan resucitar a César Gaviria.
Sobre la continuidad o el cambio en disputa, se preguntarán muchos, ¿acaso no están claramente delimitadas esas posiciones entre el uribismo y el petrismo? ¿No es la radicalización imperante entre extremos suficiente patente para orientarse en un sentido o en el otro?
Para responder estas preguntas es decisivo observar la tendencia dominante de los enfrentamientos polarizados, que en realidad consolidan el continuismo porque privilegian el recurso al temor y al odio hacia el contrario, para acabar ocultando las propuestas programáticas y, por ende, el análisis sobre la procedencia de los males que nos aquejan.
Recordemos la ya centenaria pugna entre el trapo azul y el trapo rojo, que les sirvió a las castas dominantes para embaucar a los temerosos votantes y mantenerse en el poder utilizando las prácticas corruptas que se han mantenido hasta hoy.
La confrontación extrema de hace cuatro años, entre Duque y Petro, reducida a los rótulos y la descalificación personalizada, lamentablemente ha pretendido reeditarse hoy, para mal del país.
Por eso, es muy importante la consolidación en esta campaña electoral de una opción de centro político, que pretende erradicar esas prácticas que aparentan el enfrentamiento, pero en verdad están basadas en los mismos presupuestos del todo vale y los golpes de opinión para validarse, para no hablar de la compra de conciencias, el populismo y el caudillismo, que son los que intentan perpetuarse.
Así, la Coalición Centro Esperanza se ha propuesto remover esos males, partiendo precisamente de mostrar una actuación ejemplarizante, que precisamente su rigor le ha ocasionado los resquebrajamientos internos conocidos, que han aprovechado los extremos para atacarla.
Pero lo más importante, en los acuerdos logrados entre los cinco precandidatos de esa Coalición -en el orden del tarjetón, Juan Manuel Galán, Sergio Fajardo, Jorge Enrique Robledo, Carlos Amaya y Alejandro Gaviria-, el objetivo es desentrañar con sus propuestas las causas de los males nacionales, única manera de encontrar las soluciones.
Pero una de las realidades que nos muestra esta campaña, inédita hasta ahora, es que dos de los partidos que han hecho parte del pacto duquista, el Partido Liberal y Cambio Radical, no tienen candidato propio.
Por eso sus jefes están tratando de acomodarse en torno a las coaliciones conformadas para lograr la mermelada a la que están acostumbrados, una vez suba alguno de los presidenciables.
Al respecto, el caso más sonado ha sido el del expresidente y director del Partido Liberal, César Gaviria, que dirige a ese partido como una llave de su bolsillo, y quien confiaba en que la cerradura que le casaba era Alejandro Gaviria para adelantar la campaña con candidato propio.
Pero se le frustró su anhelo cuando el exrector de Los Andes rechazó su propuesta, para entrar a la Coalición Centro Esperanza que había vetado ese apoyo.
Pero ¡oh sorpresa!, resulta que del lado del Pacto Histórico han hecho hasta la imposible por ganarse esos votos dispersos del liberalismo caduco, no los que pregonan del liberalismo histórico.
Ya supimos del puente contrahecho que estaba buscando Gustavo Petro para lograrlo, el del liberal gavirista Luis Pérez Gutiérrez, quien representa una de las corrientes clientelistas más repudiadas en Antioquia, además de ser cuestionado por la fatídica Operación Orión, en Medellín, en connivencia con el paramilitarismo cuando fue alcalde de esa ciudad, en 2002.
Ese puente acabó ocultándolo a medias en el Pacto ante el vergonzoso espectáculo que estaba causando, pero hoy resuena más el llamado público que la mano derecha de Petro, el senador Gustavo Bolívar, le hizo al director del Partido Liberal: “Queremos que César Gaviria decida entrar al Pacto”.
La utilización del verbo querer en primera persona del plural ha causado resquemores dentro de sus integrantes, no solo porque constataron la evidencia del manejo personalista y amañado que ha hecho Petro de esa coalición, sino porque Bolívar incluso condicionó la designación de la fórmula vicepresidencial de su jefe en espera de que el expresidente decida aceptar ese llamado, desconociendo a los otros precandidatos del Pacto que lo podrían ser por derecho adquirido (https://www.elespectador.com/politica/queremos-que-cesar-gaviria-decida-entrar-al-pacto-gustavo-bolivar/).
Si se mantienen los métodos politiqueros en el supuesto extremo del progresismo, también continuarán los presupuestos del continuismo neoliberal encarnado en César Gaviria.
Ya comprobamos la farsa, al cabo de treinta años, de su “bienvenidos al futuro”, porque su respaldo económico era la apertura, seguida de los TLC, que ocasionaron una involución en los pocos avances logrados el siglo pasado en seguridad alimentaria y desarrollo manufacturero.
Hoy en medio del desempleo, las desigualdades, la corrupción y la carestía, se siguen ocultando sus orígenes en beneficio de los atajos para conseguir votos.
Y es lamentable también que en la Coalición Centro Esperanza Alejandro Gaviria esté reafirmando esos postulados del llamado ‘libre comercio’ en aras de lograr apoyos duquistas para su precandidatura.
Por eso, el también precandidato de la misma coalición, Jorge Enrique Robledo, opuesto desde hace tres décadas a las tesis neoliberales, le propuso un debate sobre el tema, que es el que debe desentrañar las causas de los desvaríos en la gobernabilidad de los últimos años, así como las soluciones que debe acometer el nuevo gobierno.
¿Será que debates serios como este, que sobresalgan en medio de la corruptela electoral reinante, por fin se darán en bien del futuro del país?