La tensiones entre China y Estados Unidos se han incrementado ostensiblemente por Taiwán, tras la provocadora visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de representantes estadounidense, a esta isla autónoma y democrática. Desde antes de su arribo, el 2 de agosto, Beijing había advertido que adoptaría “medidas decididas y contundentes” frente al anunciado viaje de Pelosi que finalmente no demoró 24 horas. De ahí que la respuesta china no se hizo esperar, inicialmente, con la intensificación de patrullajes y sobrevuelos en la zona de defensa aérea taiwanés, seguido de ejercicios militares y cuatro días de bloqueos simulados, extendidos la semana pasada a otras maniobras con fuego real, las cuales pueden convertirse en rutinarias.
Lo anterior está ligado a la “Ley antisecesión” expedida por China en 2005, mediante la cual adoptó la política de “una sola china” y le otorga el derecho de acudir a “medidas no pacíficas” contra Taiwán, si intenta separarse oficialmente de China continental. Por consiguiente, puede implicar una intervención militar para controlar y reunificar a Taiwán, la provincia rebelde. Así se infiere de las reiteradas amenazas expresadas por Xi Jinping, presidente de la República Popular China, durante los últimos años, las cuales han estado acompañadas de frecuentes maniobras militares sobre el espacio aéreo de la China nacionalista.
Al respecto, cabe destacar la maniobra efectuada en octubre de 2021, cuando 150 aviones de guerra sobrevolaron dicho espacio, constituyéndose en la mayor incursión ejecutada hasta hoy, según estadística del Ministerio de Defensa Nacional de la República de China, nombre oficial de Taiwán. Por tanto, está claro que para la China continental, su territorio es indisoluble y esa parte insular (cuya capital es Taipéi) separada por un estrecho, la considera una provincia suya e inalienable, en oposición al argumento taiwanés que más allá de ser una provincia se ve como un Estado soberano.
Entre ecos de represalias, Pelosi parte de Taiwán tras una visita que enfureció a China
Esta problemática se remonta a 1949, cuando Chiang Kai-shek y lo que quedaba de su gobierno nacionalista del Kuomintang (KMT) se refugiaron en la isla, luego de la derrota en la guerra civil contra los comunistas liderados por Mao Zedong. Desde entonces, este territorio fue proclamado como la República de China, se autodenominó país independiente y defendían ser el gobierno legítimo. Posteriormente, el presidente Lee Teng-hui (padre de la democracia taiwanés), lideró los cambios constitucionales que condujeron a la apertura política y, en 2000, permitieron la elección del primer presidente no perteneciente al KMT, Chen Shui-bian.
Sin embargo, las divergencias políticas pasaron de la retórica hostil en las décadas previas a los años 80, al fortalecimiento de sus vínculos como pueblos y a estrechar sus relaciones comerciales que les ha favorecido su crecimiento económico. Por otro lado, la vieja relación de Estados Unidos con Taiwán desde la segunda guerra mundial, llevó a que el Congreso estadounidense aprobara el Acta de Relaciones con Taiwán, comprometiéndose a suministrarle armas defensivas y declarando que cualquier ataque de China sería de su “grave preocupación”.
Esto en respuesta a que en 1979, el presidente Carter terminó el reconocimiento diplomático a Taiwán y dijo que “Estados Unidos reconoce al Gobierno de la República Popular China como el único Gobierno legal de China”. Su justificación, el beneficio mutuo y para todos los pueblos del mundo, impulsando el bienestar de la nación estadounidense y la estabilidad de Asia. Aceptando, además de la ruptura de relaciones con Taiwán, la retirada de sus mil soldados destacados en la isla y el cumplimiento del Tratado de Defensa Mutua con China. En contrapartida, China se comprometió a no invadir el territorio taiwanés por la fuerza, con el fin de unificar el país.
Por todo lo dicho, la visita de Pelosi levantó una ampolla en la dirigencia china y fue considerada como una “seria violación a su soberanía nacional y al principio de una sola China”, bajo la argumentación de los acuerdos internacionales realizados frente a esta política, incluyendo a Estados Unidos. No obstante, si bien la administración Biden reconoce y reafirma tales acuerdos, rechaza la idea que Taiwán pueda ser tomada por la fuerza, al mismo tiempo que la califica de inapropiada e inconveniente. Más aún, existiendo el compromiso adquirido por China.
No es para menos, partiendo del antecedente de tensión generado entre Beijing y Washington en mayo de este año, ante el pronunciamiento del presidente Biden de responder militarmente en la eventualidad que China interviniera en Taiwán, teniendo como un deplorable precedente la invasión de Rusia a Ucrania. En este punto se hace patente la dualidad de la postura estadounidense, toda vez que aunque concuerda con la política de una sola China y tiene vínculos diplomáticos formales con la República Popular China, sin tenerlos con la isla, también mantiene lo que denomina una “relación sólida y no oficial” con Taiwán.
De hecho, se encuentran en juego factores de índole geoestratégicos. Por un lado, para China, la ubicación de Taiwán y la cadena de islas circunvecinas aliadas de Estados Unidos, le representan un encerramiento que solo se puede romper con la posesión del territorio taiwanés. Por otro lado, el contexto regional del Pacífico es el más importante en la economía global, donde la dependencia económica de China es muy fuerte. A su vez, Taiwán es uno de los mejores socios comerciales estratégicos de Estados Unidos, sobresaliendo porque le compra armas y abastece los semiconductores del fabricante de chips taiwanés TSMC, líder de este sector del mercado mundial.
En conclusión, la política asumida por Estados Unidos es a todas luces de ambigüedad estratégica, por lo que no es del todo claro cómo defenderá a Taiwán, si llegado el caso es objeto de un ataque por parte de China. Aún con todo, se advierte que su postura es predominantemente disuasiva para prevenir tal reacción china, manteniendo latente la posibilidad de una respuesta militar y previniendo impredecibles consecuencias para la economía mundial. Paralelamente, desestimular al gobierno taiwanés en sus intenciones de oficializar la independencia de la isla, en términos de garantías, por la incertidumbre que genera la actitud de ambivalencia estadounidense.