Me divierte mucho Fernando Vallejo. Es un escritor maravilloso, su prosa es limpia, su estilo directo, sus novelas duras e impactantes. Es un iconoclasta que le gusta provocar desde una posición política indetectable, aunque él se reconozca “Laurianista”.
Desde que iniciamos este encierro virulento, he venido leyendo sus crónicas del coronavirus publicadas en el diario El Espectador bajo la libertad y el respeto a que nos tiene acostumbrados ese medio de comunicación. Unas le salen mejor que otras, es verdad, pero todas siguen los mismos ejes temáticos recurrentes. Y si uno lo toma muy en serio (como seguramente él quisiera), se podrían debatir sus ideas (cosa que seguramente él no quisiera), y eso es lo que voy a hacer, aunque él considere las mías poca cosa para siquiera detenerse un instante en este texto.
Se empeña en rebatir el término “casos” usado para referirse a personas que han sido detectadas positivas en las pruebas del coronavirus. Y le enfurece que todo el mundo y nosotros los periodistas lo estemos usando en vez de la palabra “infectados”. Tal vez deba explicarnos en alguna otra de sus columnas si la diferencia semántica tiene alguna implicación en el concepto manejado para dar las estadísticas sobre personas que han sido encontradas con el virus adentro. De lo contrario, a mí y creo que a todo el mundo nos da igual que digan “casos o infectados” porque entendemos la misma desgracia: la presencia de la enfermedad denominada covid-19.
Que se mueran 100.000 o 500.000 personas en todo el planeta poco le preocupa el escritor Vallejo. Somos muchos, tal vez demasiados, los habitantes de esta pobre tierra, así que unos pocos menos no le harán ningún daño a la humanidad (Mucho menos si se trata de ancianos, abuelitas o abuelitos, entre los que él no quiere verse porque no tiene hijos y nietos que lamentar). Pensar o desear la muerte de los otros es fácil; pero no lo es tanto cuando la maldita Parca ronda cerca a nuestra casa o a nuestro propio cuerpo. Como el virus no discrimina, ¿qué tal que se murieran los que a Fernando Vallejo le gustan y solo quedarán los que desprecia? ¿Seguiría pensando que da lo mismo que se mueran unos pocos?
Su reflexión me hace pensar en una multitud que se enfrenta desarmada a un solo hombre armado. Es cierto que si la multitud reacciona terminará ganando la pelea. ¿Pero quién da el primer paso?, ¿quién quiere ser el mártir que enfrente al hombre armado, mientras logran desarmarlo? ¿Por qué -nos hemos preguntado muchas veces- ocho millones de judíos no enfrentaron a los nazis armados que los masacraron? ¿Por qué la masa no enfrenta al coronavirus? Tal vez porque el ser humano y los animales tenemos un instinto profundo de conservación que nos amarra cuando nos vemos cara a cara con el peligro. ¡Nadie quiere ser el primero en la fila que va al matadero!
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Después de que se mueran unos pocos se obtendrá la “inmunidad de rebaño” y los que queden vivos habrán vencido la amenaza microscópica
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Su otra obsesión es la cuarentena o el aislamiento preventivo obligatorio, como la ha querido llamar el gobierno. Que la levanten, grita en todas sus columnas y en carta dirigida al presidente. Después de que se mueran unos pocos se obtendrá la “inmunidad de rebaño” y los que queden vivos habrán vencido la amenaza microscópica. Esta solución, que él defiende con fervor casi religioso, tampoco está probada; en cambio, si se ha visto que en lugares donde no se ha decretado el aislamiento, o por lo menos no se ha hecho de manera oportuna, ha colapsado el sistema de salud y no solo se producen más muertes por el coronavirus, sino que esos sistemas colmatados no puede tampoco atender los males cotidianos; y los cadáveres, muertos de una cosa u otra, se multiplican, situación que con el encerramiento ha podido controlarse en otras partes, así no baste sólo encerrarse sino que sean necesarias otras medidas como las pruebas y como la calidad de la atención en la red hospitalaria.
Para Vallejo, todos los epidemiólogos, todos los presidentes, todos los ministros de salud, en fin, todas las personas que dirigen la lucha contra la pandemia son corruptos y son incompetentes. Qué extraño que, en más de 7.000 millones de habitantes del planeta, solo nuestro escritor y otros pocos como Trump, Bolsonaro o López Obrador coincidan en que la cuarentena no sirve para nada, hay que dejar morir unos cuantos y enfrentarnos valientes a ese bicho llamado coronavirus. Tal vez a estas personas las ha picado otro virus, el de la soberbia.