Comencé mi vida de médico visitando pacientes en su hogar, durante el año rural. Ahora, transcurridas unas cuantas décadas, sigo en ello con más ahínco, convicción y tesón. Esta experiencia es tal vez de lo más formativo que puede un médico tener durante su ejercicio profesional, ya lejos de la academia universitaria, la academia de la vida nos va moldeando. Nunca deja de hacerlo.
Allí en los hogares, aprendí a tomar “un tintico doctor” que muestra el amor, la amistad y la gratitud, manifiestas a través de esa taza de café. Allí se ve la igualdad que produce la enfermedad, entre ricos y pobres, ambos ofrecen el mismo cafecito. Recuerdo con especial cariño y gratitud cuando en casa de lata y cartón me fue ofrecido el tinto acompañado de ponqué Ramo, artículo por fuera de las habituales posibilidades económicas de esa madre adoptiva, con hija recogida en la calle y manifiesta parálisis cerebral.
Encontrar las fotografías familiares, las pasiones en colecciones de objetos, la flor, el reloj, el viejo piano o la ultramoderna consola de televisión, nos lleva a comprender a qué se aferran la persona y su familia ante el desasosiego de la enfermedad o la inminente muerte. Cambia nuestro lenguaje, incluso las prescripciones son moldeadas por ese ambiente, aquel que queda lejos, inaccesible, en las consultas de consultorio.
Lo que allí se logra, no se logra en un hospital. Las risas, los llantos, las recriminaciones y los “gritos de auxilio enmascarados en demandas” son absolutamente espontáneos. Las relaciones familiares se revelan en toda su magnitud. “No cocine cebolla, ese olor me hace daño” dicho con desespero, pone de manifiesto el temor del final del cáncer extendido. Hay que comprenderlo por allí, por el temor, no por una supuesta agresividad. La persona se desnuda emocional y mentalmente mucho más fácil ante el médico. Todo esto transforma la relación en una verdadera empatía.
Qué bello es cuando médicos, enfermeras y todo el personal de salud
se desplazan a un barrio, una ciudad pobre,
un sitio de desastre a realizar la atención directa
Qué bello es cuando médicos, enfermeras y todo el personal de salud se desplazan a un barrio, una ciudad pobre, un sitio de desastre a realizar la atención directa El apoyo y la compasión van “cabalgando a lomo de mula” para poder llegar
Ahora, ya en los años maduros, regreso con todo a hacer consulta en domicilio. No sólo es la decisión de no tener un consultorio, sino el que la vida me ha puesto en el área de los cuidados paliativos. El acompañamiento en enfermedad terminal. Última faceta de una pasión, la medicina.
Dada la imposibilidad física de realizar todas las consultas en los hogares, cada médico podría disponer de una tarde a la semana en que lo hiciera. Debería ser una regla o por lo menos un hábito muy arraigado y saludable el que el médico destinara unas horas a la semana para hacer consulta en la casa de sus pacientes. Más que ello, es un regalo que se da a sí mismo, el médico. Seguro ayudaría a reducir la brecha entre el humanismo y el cientificismo, que se ha creado.
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“Allí en los hogares, aprendí a tomar “un tintico doctor” que muestra el amor, la amistad y la gratitud, manifiestas a través de esa taza de café”. Foto del autor