Colombia es un país difícil de entender. No acaba de ser una verdadera Nación. Nuestro pueblo es complejo, variado, diverso y heterogéneo. Colombia es una sumatoria enmarañada de regiones, de pueblos, etnias e historias paralelas. No ha podido construir verdadera identidad. Su desarrollo histórico debe mirarse con detenimiento para acercarse a su realidad. Hay que hacerlo con pinzas y una lente grande para captar detalles que son fáciles de pasar por alto. Es una verdadera “formación social abigarrada” de acuerdo a la definición de René Zavaleta.[1] Pero además, la intervención imperial ha sido la constante.
Si superamos el conflicto armado se crearán mejores condiciones para avanzar en ese proceso de construir identidad pero, no va a ser fácil ni simple. Sólo la conquista de la democracia – aunque sea formal y “burguesa” – puede crear condiciones para generar una “participación entre iguales”, así seamos diferentes. Ese proceso ya se desarrolla en Bogotá. Ésta ciudad representa, si incluimos a todas las ciudades y pueblos que están alrededor de su área metropolitana, la cuarta parte de la población colombiana. En el resto del territorio esa falta de identidad se mantiene y a veces, se agudiza. Nos subdividimos y dispersamos en grupos humanos cada vez más sectorizados.
Para quienes no conocen la historia es bueno recordarla. Brevemente. En el territorio colombiano nunca ha existido un poder centralizado. Ni antes de la invasión europea a cargo de españoles ni después. Aquí existía un pequeño “imperio” muisca en la altiplanicie cundi-boyacense pero en el resto del territorio vivían múltiples pueblos autónomos e independientes. La región sur-occidental fue poblada con legiones “yanaconas” traídas por los españoles en su proceso de conquista y colonización del Perú y Ecuador. Hubo regiones en donde la población blanca no se mezcló ni con indios ni negros. En otras zonas se ubicaron grandes poblaciones afrodescendientes traídas para la explotación de oro en minas y ríos. Poco a poco surgió una indiada mestiza que hoy es la mayoría de los colombianos pero no termina de auto-identificarse. Poderes regionales y orígenes diversos los separan.
La geografía también atenta contra la unidad. Tres imponentes cordilleras nos han separado y aislado históricamente pero, a la vez, han sido nuestro principal hábitat y parcialmente nos ha definido. Costeños, paisas, santandereanos, boyacenses, vallunos, caucanos, nariñenses, chocoanos, tolimenses y huilenses, llaneros, son sus principales expresiones regionales. Y en medio de esas denominaciones, existimos negros, indios, mestizos y blancos. También, citadinos y rurales, obreros y campesinos, grandes propietarios y pequeños y medianos productores, y últimamente una masa creciente de profesionales y técnicos de todas las razas y colores que al lado de los trabajadores tradicionales e informales, crecen en las ciudades a ritmo exponencial. Allí, en medio de esa población, 6 millones de desplazados por la violencia se debaten por sobrevivir sin contar los más de 4 millones de migrantes que están dispersos por el mundo, especialmente en Venezuela, Ecuador, EE.UU. y Europa. Esa es la variopinta complejidad de Colombia.
Hoy somos un país fundamentalmente urbano. La mayoría de los campesinos, a excepción de los que habitan en zonas de colonización, alejados y marginados, tienen un pie en su finca o parcela, y otro en la ciudad. La oligarquía colombiana y el imperio – utilizando e instrumentalizando el conflicto armado – han despoblado gran parte de zonas rurales que están en la mira de grandes inversionistas para impulsar grandes proyectos minero-energéticos, producción de agro-combustibles con base en caña de azúcar y palma africana, y otros productos tropicales como café robustas. También pretenden apropiarse de la biodiversidad natural con fines industriales y de turismo ecológico y cultural. Ya lo hacen.
Es por ello que en Colombia nunca ha existido un control territorial absoluto. La colonización española que después se transformó en colonización criolla siempre se enfrentó con levantamientos y resistencias de diferente tipo en zonas agrestes y de difícil acceso. Los indios pijaos, nasas y wayuu fueron los más difíciles. Negros cimarrones se rebelaron en diferentes regiones y momentos. Los patriarcas y la nación paisa durante las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, fueron grandes expulsores de “bastardos mestizos” que fueron poblando gran parte del territorio nacional, colocándose a la cabeza de diversas colonizaciones, empujados por procesos violentos de despojo sistemático de tierras domesticadas por los procesos de colonización.
Las guerrillas rurales son una herencia genética. Desde la conquista y colonia, pasando por la época republicana, siempre han existido núcleos armados en Colombia. En 1936, con ocasión de la aprobación de la Ley 200 durante el gobierno de la “Revolución en Marcha” de López Pumarejo, la reacción de los grandes latifundistas obligó a los campesinos a iniciar procesos de resistencia armada. Después vino el asesinato de Gaitán y la violencia de los años 50s del siglo XX. Los vestigios de las guerrillas liberales fueron alimentados con ideas comunistas y socialistas durante el auge revolucionario que se produjo entre la juventud e intelectualidad citadina después de la revolución cubana (1959). Y así se originaron las nuevas guerrillas izquierdistas que han sido protagonistas del conflicto armado de los últimos 60 años.
Pero siempre, detrás de ese fenómeno ha estado la oligarquía utilizando la fuerza violenta contra el pueblo, especialmente campesino. Han usado a las fuerzas armadas del Estado (ejército y policía) o a grupos paramilitares para ejecutar sus planes de despojo y arrasamiento de la resistencia popular, pero se han dado las mañas para mantener la apariencia de ser una democracia “respetuosa de la institucionalidad”. Esa combinación de formas de lucha ha sido usada a la perfección para derrotar los intentos revolucionarios y democráticos, recurriendo al crimen, al saboteo, la infiltración, la discriminación, la criminalización de la lucha popular, y sobre todo, a la propaganda negra para desprestigiar a los luchadores revolucionarios procurando obligarlos a la degradación de sus métodos y prácticas de lucha y de resistencia. Y lo han logrado, desgraciadamente.
Pero la oligarquía también diseñaba paralelamente formas de control corporativo extremadamente eficientes paras otros sectores de la población. Para gran parte de los campesinos productores de café que fueron fruto de la “colonización antioqueña blanca” diseñaron un modelo relativamente exitoso. Les funcionó hasta la caída del Pacto Internacional del Café en 1989. Decenas de miles de pequeños y medianos productores tenían asegurado un precio de compra. Se organizó la Federación Nacional de Cafeteros que siempre fue controlada por el gobierno y por los grandes productores y exportadores de café. Ellos siempre han tenido acuerdos ocultos con las grandes compañías procesadoras, tostadoras y comercializadoras de los EE.UU., y se establecieron impuestos parafiscales y los recursos eran invertidos en infraestructura productiva y asistencia técnica para producir y transferir tecnología. El control era efectivo y los campesinos estaban satisfechos.
Es decir, en Colombia la oligarquía se “portaba bien” con la población cortesana y conformista. Algo compartía con ella. En otras regiones como el Cauca y Nariño, el paternalismo era más evidente. Las masas campesinas mestizas de origen “yanacona” o de procedencia nativa pero domesticada, que eran supuestamente “sangre de su sangre”, compadres, ahijados, allegados y sirvientes, eran controladas totalmente hasta hace un poco más de 2 décadas. Servían de cobertura para tener neutralizados a los indios bravos (nasas, guambianos y coconucos). Y por ello les “dieron” tierra y confianza a los campesinos mestizos. En la Costa Atlántica la situación con la población “sabanera” y “vallenata” es similar. Todavía las clases dominantes tienen cierto control aunque cada vez más débil. Por ello impulsaron la estrategia paramilitar.
Fenómenos colombianos aparentemente incomprensibles
Es por todo lo anterior – y seguro, muchas más cosas que se nos pasan – que Colombia es la tierra del “realismo mágico”. Los contrastes son enormes y difíciles de comprender. Nadie entiende, por ejemplo, cómo fue que el Partido Comunista se opuso a Jorge Eliécer Gaitán en los años 30s y 40 del siglo pasado (XX). Menos, que apareciera el general Gustavo Rojas Pinilla, un conservador empedernido que a la vez fue el principal realizador de transformaciones administrativas del Estado en el siglo XX, sin llegar a ser un verdadero reformador. Tuvo en su momento un fuerte apoyo popular fruto de su imagen anti-oligárquica, lo cual se corroboró en las elecciones de 1970. Otra de las perlas que produce este país es un "partido maoísta" que de ser "proletario" termina convertido en el "ala izquierda" de la burguesía agraria y aliado de Uribe y del paramilitarismo.
Tampoco es fácil de entender la dupla actual de fenómenos entrelazados. En medio de la enorme desigualdad e injusticia de nuestro sistema económico y político, la insurgencia guerrillera tiene un gran rechazo entre la población. Mientras tanto, Álvaro Uribe Vélez – así nos duela – tiene un evidente respaldo popular, por ser la contraparte de la guerrilla y por supuestamente, estar enfrentado a la oligarquía bogotana. A eso se refería el escritor William Ospina en su artículo de la Revista Semana "De dos males" (http://bit.ly/1px15NY). Es que es difícil entender cómo es que Colombia produce la única guerrilla comunista que sobrevive en el siglo XXI y a la vez, el único presidente paramilitar y mafioso del Sudamérica que emula en crímenes a Pinochet y a Fujimori pero que ha logrado sobrevivir políticamente. Sigue siendo una amenaza para el pueblo y, claro, para construir democracia porque logró comprometer en sus acciones delictivas al grueso de la oligarquía colombiana y al mismo imperio estadounidense, y a la vez, se presenta como un enemigo de la rancia oligarquía bogotana.
Un fenómeno típico colombiano es lo que ocurre con el actual presidente Juan Manuel Santos. Fue el principal alfil de Uribe, de la más estirpe oligarquía bogotana, obsesionado por detener lo que el mismo consideraba como el principal enemigo de América Latina: el “populismo chavista”. Ahora, su anterior “patrón” lo califica de ser agente del “castro-chavismo”, y lo acusa de estar entregándole el país a la guerrilla. Son aparentes paradojas que para cualquier desprevenido pueden parecer inexplicables.
Pero no hay tal, si se mira la realidad sin tanta floritura ideológica, se puede concluir que la oligarquía siempre ha jugado con dos alas o fracciones: la derecha extrema (Reyes, Abadía Mendez, Laureano Gómez, Turbay Ayala, Uribe) y la derecha que se presenta a veces como “reformista”, moderada, “estatista”, “social”, pero que cuando ve sus intereses en peligro, cede totalmente ante las fuerzas del gran latifundio conservador o de la gran burguesía nacida en su seno. Si el pueblo y los demócratas se unen, ellos inmediatamente se juntan para defender sus intereses. Es lo real y visible.
La coyuntura actual
La dinámica político electoral que se observa en Bogotá frente a las elecciones regionales y locales es un buen referente del comportamiento que asumen las diferentes fuerzas y agrupaciones políticas. La bandera de la Paz sigue jugando pero en el terreno municipal, distrital y departamental no es el determinante. Intereses grupistas y sectoriales quieren utilizar esa consigna para justificar alianzas oportunistas y así, mantener o acceder a niveles de gobierno que les garanticen puestos y contratos.
¿Cuál es esa dinámica? El uribismo juega a tener candidato propio y atraer a sus aliados naturales, los conservadores. Atacan a los últimos tres gobiernos distritales ubicándolos como uno sólo. De esa manera colocan su objetivo en identificar a todas las fuerzas progresistas con el “castro-chavismo” y buscan identificar a la izquierda con la guerrilla. El “santismo” sabe que para poder incidir en la política distrital debe ganarse a un sector del “movimiento democrático” y por ello aspira a formar un bloque con el “petrismo”, sea alrededor de un candidato progresista, si uno de ellos despega electoralmente, o buscando que dichas fuerzas apoyen a Rafael Pardo. El “cuento” de la Paz y de la amenaza uribista es su principal argumento.
La Alianza Verde está en graves problemas. Los acuerdos que le dieron vida han saltado por los aires desde las elecciones presidenciales. Era lo previsto. Carlos Vicente de Roux es el candidato más preparado y capaz de aglutinar las mermadas fuerzas pero el problema es que hasta ahora no despega entre la opinión pública. Lo más seguro es que las fuerzas y agrupaciones políticas que lo respaldan, se posicionen para negociar más adelante. Posiblemente sean el factor que incline la balanza hacia la alianza “petrismo-santismo” o hacia una convergencia efectiva y nítidamente democrática y de izquierda que podría encabezar Clara López.
La candidata del Polo va firme en sus pretensiones de ser Alcaldesa y sólo tiene que lidiar al interior de su partido para flexibilizar su posición y construir una alianza más amplia, incluyendo sectores liberales, conservadores y aún de otros partidos tradicionales que pueden dar el paso hacia lo social. Para ello debe entender que las bases de todos los partidos políticos – en el ámbito regional y local – se mueven frente a intereses concretos y que el tema de la Paz no es el determinante. Éste es un asunto eminentemente nacional.
Lo ideal es que todo el campo independiente, alternativo, liberal-social, socialdemócrata, progresista y de izquierda se unificara. Pero tal como se percibe, va a ser una tarea imposible. Y ese panorama es el que se repite en los municipios y departamentos en donde las fuerzas burocráticas incrustadas en el movimiento social y político popular utilizan la “amenaza uribista” para justificar todo tipo de conciliaciones y oportunismos para disfrutar de mínimas migajas que el “santismo duro” – profundamente corrupto y clientelar – comparte desde el gobierno. Es muy triste constatar esa realidad.
Todo lo anterior – que podría sustentarse con mayores detalles – nos reafirma en el criterio de que debemos construir un Nuevo Proyecto Político, cualitativamente diferente a lo que existe. Es urgente hacerlo de cara al 2018 que podría ser una nueva versión de lo que ocurrió en las elecciones presidenciales de 2014 y lo que ya se está presentado en las elecciones regionales y locales de 2015. Lo que sucede ahora desnuda – una vez más – la enorme dispersión y división del “movimiento democrático”. La influencia de intereses grupistas y partidistas, unos “ideológicos”, otros burocráticos, y unos más, personalistas y ególatras, no permiten la indispensable y necesaria unidad que se puede y debe construir no sólo para derrotar al uribismo sino para enfrentar y superar al conjunto de las fuerzas oligárquicas, corruptas y criminales que gobiernan este sufrido país.
El Nuevo Proyecto Político ya camina y lo hará con mayor consistencia en la medida que seamos claros de lo que sucede con nuestra dirigencia democrática y de izquierda. La “nueva clase trabajadora”, el “nuevo proletariado” compuesto por profesionales y emprendedores “precariados”, muchos de ellos desempleados o subutilizados en su capacidad profesional, va a ser – en lo inmediato – el sujeto social y político que nos va a ayudar a construir la IDENTIDAD, popular y nacional, con forma “ciudadana”. Ya lo empezó a hacer con la “ola verde”, la solidaridad con el paro agrario de 2013 y la defensa del gobierno de Petro. Pero va a ir más allá y con ellos construiremos la avanzada democrática de nuestra Nación. ¡No lo dudemos!
NOTA: Un grupo de jóvenes profesionales en Bogotá han constituido la herramienta inicial y provisional para impulsar el Nuevo Proyecto Político. Se han denominado “SOMOS CIUDADANOS – Red Democrática”. Apoyamos esa iniciativa y les deseamos mucho éxito, trabajo colectivo, persistencia y fe en el futuro.
Su e-mail es y su Twitter es @somosciudadania
http://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com/2015/02/a-construir-la-avanzada-democratica.html#.VNTqHeaG9A1
[email protected]; @ferdorado
[1] “Formación social abigarrada” es una sociedad en la que se yuxtaponen en relaciones asimétricas de poder distintas culturas y sus modos respectivos de producción. Concepto que no implica que esa complejidad y diversidad sea una condición negativa o positiva. ES, nada más. (René Zabaleta Mercado, obras varias).