Si bien es cierto que no es verdad la afirmación de los políticos tradicionales quienes afirman que los resultados de las elecciones territoriales de octubre son un rechazo al gobierno nacional, también es cierto que el gobierno de Petro no es un dechado de virtudes ni que el presidente sea una pera en dulce. Ya se ha señalado que el gobierno, como cualquiera, comete errores a la luz de la teoría de la gestión pública y considerando las expectativas creadas con su elección.
Se ha reconocido que la elección de un gobernante de afuera de las élites tradicionales de poder, fue consecuencia o efecto del descontento generalizado derivado de la situación económica, social e institucional que, todavía, reina en Colombia.
Examinando las causas del fenómeno que originó la reacción masiva, está muy claro que los factores estructurales causantes del problema radican en las políticas neoliberales que durante treinta años se han impuesto en Colombia y que los factores coyunturales se ubican en el fracaso del pésimo y corrupto gobierno del anterior presidente. Así, blanco es, gallina lo pone; por lo cual la esperanza de la ciudadanía, sin saberlo a ciencia cierta, pero sintiéndolo, estaba centrada en cambio de las políticas neoliberales y la lucha contra la corrupción que tiene hastiada a la comunidad.
Pero, el direccionamiento que ha impuesto el gobierno actual, no corresponde a los elementos estratégicos existentes en el escenario y la respuesta no ha sido del todo pertinente frente a las necesidades específicas de los colombianos.
No se observa una ruta concreta para avanzar en la dirección correcta durante los cuatro años del período, sino una dispersión de acciones diversas, que dan oportunidad para el ejercicio de la oposición y la publicidad engañosa de las élites tradicionales.
Ahora, no se trata de hacer un listado de los desaciertos o elementos impertinentes aplicados, sino de pensar en una solución hacia el futuro que responda a los mismos motivos, que aún mantienen, del descontento generalizado. Una solución política más coherente con la causa estructural señalada y que permita sembrar un proceso político organizado, con una arquitectura adecuada, que corrija las debilidades del tradicional caudillismo empotrado en la cultura política colombiana.
Lo apropiado es la conformación de una organización política única, cohesionada, que sobrepase las limitaciones del proceso que llevó a Petro a la presidencia, cuyo carácter se asimila más a una “colcha de retazos”, además contaminada con los viejos vicios de la izquierda del siglo XX, esos que no precisaban quién era el verdadero rival y se dedicaban a atacar a los propios compañeros.
Una organización donde pueda operar la democracia interna, que hoy no es eficaz por la pequeñez de la cultura política y los resabios individuales de muchos miembros de la dirigencia, sobre todo en los niveles territoriales.
De acuerdo a la reciente historia política latinoamericana, la ola progresista, de la que se dice que estamos en la segunda ola, es la corriente recomendada para sostener un proceso político de largo alcance. Según Ángel Arellano, un analista uruguayo, “el discurso progresista rescata la promoción de la justicia y el progreso social, la equidad, la participación, la democracia, y da al Estado un rol esencial como actor garante de la disminución de la desigualdad y las discriminaciones de las minorías, apoyado en una nueva lógica de la distribución de los recursos públicos”: Por ello, el progresismo constituye el mecanismo más idóneo para conducir el desmonte del neoliberalismo, el que por fortuna, ya está dando los últimos estertores en todo el planeta y que se espera se derrumbe totalmente dentro de esta misma década, fecha para la cual ya se debe haber avanzado en el proceso de caracterizar las propias especificidades nacionales, porque en cada país la implementación de los fundamentos generales es diferente, y con base en ello construir el Progresismo Colombiano.