La paz pactada con las Farc y su implementación mediante leyes, comisiones, reformas constitucionales, sentencias, planes marco, proyecciones presupuestales y Conpes está capturada por la visión institucional y “estadocéntrica”. Ya lo hemos señalado, es la “paz liberal” que prioriza el esquema gubernamental para supeditar al ciudadano y las comunidades a dispositivos molares enfocados en la perpetuación de los poderes políticos tradicionales, de contenido excluyente y antidemocrático.
Una paz así va derecho al fracaso y la ruina, como por ejemplo lo está indicando el mediocre avance en la organización de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet) a cargo de la Agencia de Renovación del Territorio. Los procesos de participación veredal en los 170 municipios escogidos para su aplicación, las asambleas municipales y el cierre en cada uno de los 16 territorios proyectados para el efecto no ofrecen la mejor calidad democrática y social.
La paz que se está construyendo adolece de un vacío descomunal por el desconocimiento de las comunidades y su vida cotidiana.
La paz requiere la articulación de la ciudadanía y las comunidades mediante la reconstrucción de su vida cotidiana. La aspiración a la paz no puede satisfacerse únicamente por las instituciones del Estado. También debe incorporar lo cotidiano, pues las prácticas cotidianas dan sentido a la vida y a la comunidad, y constituyen la base de la paz, antes que las instituciones, a pesar de que sería útil que las instituciones posteriores así lo reflejaran.
La guerra y la violencia durante varias décadas causaron enormes daños en la sociedad provocando la destrucción de la vida cotidiana de millones de seres humanos, campesinos y trabajadores del campo que fueron despojados de sus tierras y desplazados de sus lugares de vivienda y trabajo. Las masacres, los homicidios, los “falsos positivos”, las desapariciones, la irrupción sorpresiva de la confrontación en las veredas, sitios de trabajo, lugares de vivienda, escuelas, centros de salud, trochas, caminos, provocaron la fractura de la vida cotidiana.
Erradicar la violencia como sentido común y lo obvio en la vida cotidiana es la tarea principal en la implementación de los acuerdos, promoviendo el sentido común de la paz mediante el desarrollo de un imaginario asociado con la solidaridad, la convivencia, la reconciliación, los derechos humanos, el respeto por el otro, el pluralismo y la tolerancia.
Los desafíos de cuidar la vida en un país que sale paulatinamente de un complejo conflicto armado prolongado y en un escenario de posconflicto son múltiples. Una vía para afrontarlos se encuentra en el acercamiento a la vida cotidiana máxime si esta incorpora y explora los sentidos y significados que las personas construyen desde sus vivencias y experiencias, pues es allí donde se encuentran las respuestas más potentes para los procesos de recuperación de la sociedad. El acercamiento a la vida cotidiana constituye una fuente fructífera para hacer del cuidado de la vida un acto singular y creativo, especialmente en contextos de posconflicto.
Para medir el alcance de esta problemática resulta conveniente plantearse las siguientes cuestiones: ¿qué es la vida cotidiana?, ¿cómo se manifiesta? y ¿cuál es su capacidad de agenciamiento de nuevas ciudadanías?
Heller (1994) define la vida cotidiana como el conjunto de actividades diversas que le permiten al hombre ordinario reproducirse a sí mismo y su función dentro de la sociedad, a la vez que garantiza las condiciones para que la sociedad también pueda hacerlo. Mediante el despliegue de actos reiterativos y repetitivos se instaura una especie de naturalización y normalización, que permite establecer lo que se considera legítimo, verdadero, real y necesario para garantizar la continuidad propia, la del grupo social y, de alguna manera, definir lo que se constituye como el orden mismo. Por eso afirma que para la mayoría de los hombres la vida cotidiana es la vida y, por tanto, constituye el espacio de las relaciones, actividades y fuente de conocimiento para conducirse en el mundo [1].
Veena Das (2007) da continuidad a la pregunta de Heller por la manera en la que los seres humanos habitamos el mundo pero, sobre todo, a la particularidad de un mundo devastado, donde la incertidumbre, la duda y el escepticismo se incorporan en las relaciones cotidianas. Para ella la violencia que se experimenta no solo en el cuerpo, sino también en el contexto produce una fragilidad que se traduce en desconfianza y miedo, cuya recuperación solo se logra a través de las tareas diarias de sobrevivir y hacer habitable el mundo cotidiano, profundamente integradas a formas complejas de agencia y responsabilidad moral [2].
Michel de Certeau (2007) amplía esta perspectiva, en la medida en que identifica la vida cotidiana como fuente de potencial agenciamiento para las personas. Para este autor, si bien la característica principal de la vida cotidiana es la repetición, simultáneamente es un espacio de potenciales prácticas de innovación y cambio, donde es posible desplegar la capacidad para gestionar la propia vida.
Para De Certeau (2007), las personas inconscientemente navegan a su manera y tratan de crear un espacio para sus propias actividades, teniendo en cuenta las instituciones de poder. Las personas son capaces de adaptarse y apropiarse de las estructuras e instituciones, por lo que empiezan a reflejar su propia vida cotidiana en lugar de los intentos de asimilación estructural. Esta reapropiación a través de lo cotidiano se convierte en una parte crucial de la política e implica dar el paso de sujetos a ciudadanos activos [3].
La vida cotidiana tiene una dimensión propia, aquella que se deriva de la relación del hombre con su ambiente más inmediato, y atiende al estudio de las prácticas y relaciones de los hombres comunes y corrientes en la vida diaria.
Las actividades de la vida cotidiana.
La vida cotidiana abarca una amplísima gama de actividades concernientes al trabajo, la vida familiar, las diversiones, las fiestas, los paseos, el consumo, el transporte; también puede referirse a los espacios de la casa, el mobiliario, a los espacios públicos, la comida, la indumentaria, los ruidos, los olores, la educación y los valores familiares y la enfermedad, entre muchos otros, y en su ámbito pueden intersecarse lo público y lo privado; se refiere a los hechos y acontecimientos “menores”, a aquellos protagonizados por personajes anónimos, o más bien dicho, por personajes cuyo nombre resulta irrelevante.
La vida cotidiana se ocupa de los hechos menudos, de aquellos que aisladamente parecen insignificantes para el devenir de una nación o de un grupo social, de las actividades que realizan los hombres ordinarios, muchas veces desconocidos, pero que constituyen los ladrillos que forman el conjunto social.
La vida cotidiana es la del hombre entero: el hombre participa en la vida cotidiana con todos los aspectos de su individualidad, de su personalidad. En ella se ponen en obra todos sus sentidos, todas sus capacidades intelectuales, sus habilidades manipulativas, sus sentimientos, pasiones, ideas, ideologías. El hombre de la cotidianidad es activo y goza, obra y recibe, es afectivo y racional, pero no tiene tiempo ni posibilidad de absorberse enteramente en ninguno de esos aspectos para poder apurarlo según toda su intensidad.
Representa la esfera de la realidad que conciben los individuos, susceptible a los cambios y modificaciones del contexto social, lo que permite considerarla como un espacio en permanente construcción. En ese espacio, el hombre va elaborando y desarrollando la subjetividad y la identidad, a través del análisis de su propia esencia como ser social y la identificación con su cultura, en el marco de la organización y reorganización de su entorno para la satisfacción de sus necesidades mediatas e inmediatas.
Podemos señalar que la cotidianidad no consiste sólo en la vida familiar, laboral y las distracciones. La cotidianidad no es únicamente las actividades especializadas en los entornos mencionados, por medio de las prácticas sociales, son también las motivaciones, deseos, capacidades, posibilidades, ritmos y conflictos de cada ser humano en interacción social. Es allí donde está presente la subjetividad, desde el ser y el convivir, pues la vida cotidiana es la vida del ser humano compuesta por pluralidad de sentidos y simbolismos, en espacios que la modelan a través de la vivencia del tiempo. Por tanto, no es exclusivamente fragmentos del hacer social en términos de la objetividad.
La cotidianidad define los discursos, donde la subjetividad se pliega completamente a la ideología, y responde a lo que escucha como deberes y posibilidades.
La relevancia de asumir lo cotidiano precisamente radica en que es allí donde se hace, se deshace y se vuelve a hacer el vínculo social, es decir, las relaciones entre los hombres.
Lo cotidiano se suele considerar como algo banal, algo que se da por sentado, repetitivo y limitado por la biopolítica. Sin embargo, esta perspectiva no es la que concuerda con el contexto local de la construcción de paz, donde la vida, el bienestar, la seguridad humana, la política, la cultura, la identidad y la comunidad están en juego. Un lugar de resistencia a la despolitización, de activismo, desesperación y alteridad, tanto de pasividad radical como de actividad, como de pasividad y radicalismo activo.
Para acceder al conocimiento de la vida diaria se requiere de una mirada particular, capaz de observar lo que es inmediato al ser humano y la manera cómo se reflejan en sus prácticas y relaciones los acontecimientos y procesos de mayor envergadura. Cómo se vive, qué música se escucha, qué ruidos y olores pueblan el ambiente, cuáles son las diversiones, cómo se come, se viste y se corteja, etc.
El terreno de la cotidianeidad y las formas cotidianas de construcción de paz indican que la resistencia, explícita u oculta y marginal, puede ser la forma de ímpetu más significativa de las agencias; que la resistencia a las narrativas dominantes del Estado, a las prácticas culturales locales o de élite, a los proyectos internacionales, a las inconsistencias económicas, sociales o políticos, o a las deficiencias en los derechos o necesidades son especialmente significativas para la agencia.
La cotidianidad rural
Construir la paz en el ámbito regional y local implica Indagar por la vida cotidiana de las comunidades rurales que se insertan en procesos de paz, la(s) manera(s) como los campesinos experimentan y perciben los eventos asociados con el posconflicto y el fin de la guerra; la(s) forma(s) como los articulan a su vida; los significados que les asignan; las prácticas y los conocimientos que han perfilado a partir de dicha experiencia, y las relaciones familiares y vecinales que van construyendo.
Acercarse a la vida cotidiana de las comunidades rurales que han sido afectadas por la violencia debe permitir ver que la cotidianidad campesina transcurre fundamentalmente en dos espacios: el trabajadero y el vividero, el corte de trabajo y la casa. Residir y trabajar envuelven los movimientos, las trayectorias y las relaciones cotidianas de la mayoría de sus grupos familiares. Trabajar implica no solo desplegar una actividad que permite el devenir histórico y cultural de su organización social, sino emprender una acción que opera como eje organizador del resto de actividades cotidianas. Residir significa establecerse en el espacio, desplegando para ello múltiples actividades de apropiación y producción del mismo, hasta conseguir convertirlo en un vividero, término que adjetiva su valoración como lugar de disfrute, seguridad, certidumbre y bienestar. En este caso, el referente de vividero es la vereda como tal.
En cuanto al ámbito de lo público rural, la vida cotidiana campesina se despliega en tres escenarios: la escuela, la acción comunal y los caminos (y las carreteras).
Para los campesinos existe una estrecha relación entre vereda, acción comunal y escuela, ya que en la mayoría la organización de la acción comunal respondió en sus inicios a la necesidad de un espacio educativo para los niños y las niñas, considerando que dicha respuesta debía ser emprendida por las propias comunidades, dada la desconexión con espacios de decisión institucional. En esta experiencia empieza a configurarse para estas comunidades una idea de lo público ligada a sus propias relaciones vecinales, por fuera de los espacios instituciones gubernamentales o estatales.
La escuela, más allá de sus funciones de centro educativo, adquiere otra relevancia para estas comunidades: su valor reside en que se constituye en referente de encuentro social, complementando la cotidianidad del residir/trabajar. De este modo, la escuela es el lugar de reunión de la Junta de Acción Comunal Veredal y los grupos organizados a su alrededor; es el punto de encuentro para celebraciones y festividades comunitarias, es el sitio de la vereda dispuesto para la acogida de visitantes externos, es el lugar donde se realizan actividades de ocio y recreación, pues es el único lugar que cuenta con un espacio deportivo. El resto de encuentros cotidianos acontecen en el cruce de caminos y trochas veredales.
Vida cotidiana, resistencia y tácticas
Recuperar la vida cotidiana como resistencia en los procesos de construcción de paz requiere asumir, como lo sugiere De Certeau, el uso de tácticas. Este autor intenta repensar la potencia del antagonismo dentro de este micro-mundo de las tácticas cotidianas, irreductibles al movimiento social visible o latente.
Gran desafío el de salir de la homogeneidad del discurso oficial para pensar la construcción de la paz en los términos comunes de la vida sencilla de millones de personas que vivieron en carne propia y se mantienen en el escepticismo frente a una paz que es utilizada para reencauchar formas de dominación excluyente y despojo económico estructural.
[1] Heller A. Sociología de la vida cotidiana. Barcelona: Nova Grafic; 1994. [2] Das V. Life and Words: violence and the descent into the ordinary. London: University of California Press; 2007. [3] De Certeau M. La invención de lo cotidiano. Artes de hacer. México: Universidad Iberoamericana; 2007