Buscar trabajo es una actividad casi social. No es si no ver cómo uno llama a todos los amigos, igual de desempleados, a “intercambiar” tácticas de cómo conseguir un trabajo lo más rápido posible. Seamos honestos, en el fondo uno espera ser quien tiene más oportunidades y, al menos en una ocasión, nos hemos reservado alguna convocatoria con la ilusión de ser nosotros los seleccionados, como si al evitar que nuestro compañero aplicara fuera tan determinante. Posiblemente es en esos momentos de necesidad cuando nos convertimos en unos egoístas de primera categoría: “Es él o yo”
No muy lejos está la socialidad que implica encontrarse con alguien, generalmente la persona que más mal te caía en la universidad y que te recibe amablemente con la pregunta: ¿y qué andás haciendo?”. Esas 4 palabras entran a los oídos y bajan como un incendio repentino directamente al estómago, pupilas dilatadas, sudoración en las manos y sonrisa fingida: “Nada, buscando trabajo”. Qué desgracia tener que darle ese placer a la persona que mal te caía y más cuando el protocolo aflora en esos momentos y te responde con cara de falso pesar: “Mándame tu hoja de vida, si sé de algo te digo de una”. Trágame tierra.
O qué tal la típica situación: vas con tu mamá en un centro comercial y ella se encuentra con una amiga que no veía hacía mucho, y todo progresa de la siguiente manera:
- Qué más querida, tiempo sin vernos. Ay no, ¿este es tu hijo? Pero está inmenso, ¿y qué estás haciendo?
A este punto, fácilmente se pueden remitir al encuentro con el compañero de la universidad, eso sí, sumándole que no tiene que aguantarse cómo la señora “caña” del excelente empleo que tiene su hijo que acaba de llegar de un intercambio en Australia. Suerte que estés bien.
Ahora bien, no podemos dejar atrás toda la interacción social que implica ser el desempleado de la familia. Típicas conversaciones en todas las celebraciones en donde uno, sin quererlo ni pedirlo, pasa a ser el centro de atención.
- Ve, Isolda ¿cómo le ayudáramos a este muchacho?
- Imaginate que una vecina mía es la suegra del hijo de uno de los dueños de Postobón, dice ella sin mucha atención. ¿Qué fue lo que vos estudiaste?
Así, una y otra vez, celebración tras celebración, qué desgracia tan infinita, ¿Por qué diablos no hay otro primo desempleado? Obvio, uno es el único, los otros son exitosos, viven por fuera del país y ganan en euros. En fin, es en esos momentos sociales en donde demostramos lo terrible que es el desempleo en etapas crónicas. Son en esos encuentros en donde, a pesar de la vergüenza, tienes la ilusión de que ese contacto casual sirva de algo.