Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice el refrán popular. Entre los acuerdos suscritos en La Habana y su implementación normativa e institucional se han presentado muchos obstáculos para su desarrollo, empezando por el plebiscito que dio origen a la revisión del texto original para llegar al acuerdo final.
No obstante, a pesar de los inconvenientes que se han interpuesto como palos en la rueda en el camino de la paz, hoy podemos destacar los elementos positivos y esenciales del proceso, con miras a la reconstrucción de la democracia en el posacuerdo. Las partes han cumplido, en lo fundamental, con el cese del fuego bilateral y definitivo.
También, las Farc han realizado la concentración en las zonas temporales para la desmovilización, a pesar del incumplimiento del Gobierno en la adecuación de la infraestructura necesaria para su mantenimiento; han entregado guerrilleros menores de edad a los organismos competentes; han participado en el desminado y registrado siete mil armas a la comisión de verificación de la ONU, con vistas a la dejación del movimiento armado y su transformación en partido político legal y constitucional.
Como se sabe, las Farc tendrán cinco representantes en la cámara y cinco en el senado durante tres períodos presidenciales. Esto es lo que algunos voceros de la ultraderecha califican como “la entrega del país a las Farc y al castrochavismo”, en un alarde de posverdad que no es otra cosa que la mentira manejando el miedo, el odio y la desinformación como armas de manipulación política.
Por otro lado, en el Congreso se aprobó la Ley de amnistía, la de Justicia Especial para la Paz y la del Estatuto de la Oposición, elementos que despejan en buena medida el camino de la reinserción de los farianos a la vida civil y la apertura democrática de la sociedad. Igualmente, hay que tener en cuenta que los acuerdos que tengan que ver con el Derecho Internacional Humanitario y con los Derechos Humanos serán incorporados a la Constitución Nacional, como guía para su interpretación y aplicación, blindando en esta forma su sostenibilidad hacia el futuro.
No obstante, a pesar de los adelantos logrados hasta ahora en el proceso de implementación, no podemos obviar que el paramilitarismo aún cobra víctimas en líderes sociales y políticos de oposición, elemento que oscurece seriamente el panorama de la reconciliación nacional. A estas alturas del proceso todo va a depender de la lucha de clases y de la correlación de fuerzas, teniendo en cuenta que en vastos sectores sociales cunde el desconcierto, la apatía y el pesimismo, sobre todo en las grandes ciudades. Confundidos y hastiados con la corrupción de la clase dominante, con la carestía de la vida, la inseguridad y el desempleo que produce el modelo de acumulación neoliberal, que tiene en el más bajo nivel de desprestigio e impopularidad la imagen del Presidente Santos.
Estamos pues en un tránsito crítico hacia un nuevo modelo económico, político, social y cultural, donde “lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morir” como decía Gramsci. Ante esto, las fuerzas democráticas que están por la construcción de la paz estable y duradera tienen que hacer un gran esfuerzo de unidad para conquistar la Presidencia de la República en el 2018, si es que se quiere asegurar el cumplimiento, la estabilidad y el desarrollo de los acuerdos de La Habana.