“Conócete a ti mismo” estaba grabado en la entrada al templo de Apolo en Delfos. El aforismo, de origen desconocido aunque Juvenal decía que había descendido del cielo, ha dado mucho que pensar desde la antigüedad grecolatina. Y es curiosamente apropiado a nuestra narcisista pero superficial época.
La pregunta más profunda que luego repitió Kant es ¿qué debemos conocer? En otras palabras si nos vamos a empeñar en el difícil y resbaloso camino de saber cosas (repito, en nuestros tiempos hay un asombroso número de personas que no quieren saber mucho)¿hacia dónde dirigimos nuestra curiosidad? Usted puede tomar una dirección metafísica y salir para arriba, Dios o los dioses. O dedicarse a conocer el mundo y el cosmos. O explorar de manera concienzuda su propia persona como sugerían los griegos. Esta última perspectiva es particularmente llamativa en nuestros días que sufren de un narcicismo “trumpiano”.
Pero nos quedamos prisioneros en la superficie en este viaje de conocimiento propio: afectos, deseos, traumas, heridas, anécdotas que quizás no merecen memoria ni relato. Saber más cosas de nosotros mismos no nos aclara necesariamente el panorama. Por eso cuando queremos profundizar más recurrimos a sicólogos, siquiatras, analistas, coaches. Y ahora se ha puesto de moda consultar a genetistas.
En los EEUU era bien aceptada la idea, hasta la presidencia de Trump, que esa sociedad era un melting pot (olla de fundición) donde se habían mezclado diversos orígenes étnicos. Quizás esto fue cierto durante un tiempo en el pasado. Irlandeses católicos, escoceses calvinistas, alemanes luteranos, judíos, otros representantes de Europa y por último italianos llegados ya en el siglo XX fueron más o menos bien amalgamados en la mítica Olla gringa. Sabemos además que se luchó una gran guerra civil para tolerar de buena o mala manera a los afroamericanos negros. Pero cuando empezaron a llegar gran cantidad de browns (pardos) mejicanos y latinoamericanos la Olla se amuralló con Trump. Observemos además que habitualmente se dejan por fuera en esta esquemática perspectiva etnográfica los norteamericanos originales, los aborígenes.
A pesar de esta compleja historia los EEUU tienen muy poca o ninguna aspiración social al mestizaje. Todavía oye uno que las ciudadanos se describen como 40% irlandés-alemán, 60% holandés-sueco, 30% italiano y cosas así. Y poco oye uno otras mezclas como 50% mejicano, 30% negro o 20% hindú. En esta cultura de engañosas “razas” hacen ahora su agosto firmas que realizan estudios por ADN del árbol familiar del cliente. La firma 23andme cuyo nombre alude a los 23 pares de cromosomas humanos, ofrecía en diciembre pasado su análisis de ancestros con 30% de descuento y papel de regalo opcional (?) El precio más bajo que encontré en la red para estudios similares era 70 dólares, más o menos doscientos veinte mil pesos al cambio vigente.
En un clima social racista los políticos aprovechan estas dudosas simplificaciones hereditarias. El ejemplo histórico más pavoroso fue el nazismo con sus perversas leyendas arias. Pero todavía andan por ahí esas peligrosas ideas. En Colombia hemos visto representantes de minorías con sospechosos orígenes étnicos.
La solución no es pedir análisis de ADN porque antes que nada todos estamos mezclados desde nuestra aparición como especie biológica en África. En nuestra gran patria Caribe, bastante racista por otro lado, hay un dicho que me enseñó un cubano y a mi me parece hermoso y verdadero: “No nos pongamos a explorar que todos tenemos un negro atrás” Yo por mi lado me siento muy orgulloso al considerar que en mi cuerpo circulan todas las sangres americanas (casualidades bellas del escribir oyendo música, en este momento suena en mi equipo La Rosa de los Vientos del maestro Rubén Blades) Pero como digo los políticos pueden explotar sutiles diferencias grupales.
Volviendo a los EEUU, el anterior líder republicano en el Congreso Paul Ryan reclamó identidad judía al encontrar en estudios genéticos que tenía 3% de genes propios de judíos Ashkenazi. Se calcula que hasta un 20% de los genes del hombre de Neanderthal subsisten en el hombre moderno. ¿Reclamó Ryan su identidad neandertal? No. Simplemente porque no hay votantes neandertales en su distrito electoral especulo.
¿Qué significa tener un tres por ciento o un veinte por ciento de información genética característica de algún grupo humano? Probablemente nada, nuestra conducta y personalidad no vienen determinadas únicamente por nuestra información genética. La realidad humana es mucho más compleja.
En diciembre pasado una representante de Queens, donde viven tantos colombo-neoyorkinos legales e ilegales, Alexandria Ocasio-Cortez o AOC como se le conoce (guapa, joven, social-demócrata y primera mujer elegida al Congreso norteamericano antes de los 30 años de edad) celebró la fiesta judía de Janucá, cercana siempre a nuestras Velitas de diciembre, después de explorar sin pruebas genéticas su historia familiar y su probable origen sefardita puertorriqueño. Sus electores judíos aplaudieron. Pero no lo hizo analizando su ADN: nuestros 23 cromosomas con sus genes no definen nuestra identidad, nuestra cultura humana sí.
Para quienes quieran estudiar más el tema les recomiendo el libro “No soy mi ADN” del médico y prestigioso investigador catalán Manel Esteller. En él se explica muy bien cómo nuestro ambiente, dieta y estilo de vida entre otros factores influyen en la expresión de nuestra información genética. El título del libro resume bien su tesis fundamental pero yo lo haría aún más escandaloso y llamativo: ¡No soy esclavo de mis genes!
La evolución biológica humana ha sido relativamente lenta a través de millones de años. La evolución cultural humana ha sido rapidísima en los últimos cien mil años, más o menos. Ha explotado en complejidad en los últimos doce mil años. La evolución cultural humana rodea hoy de manera apasionante y peligrosa nuestro mundo y nuestra misma información genética. La creación humana no ha terminado. Pero podemos acabarla hoy o mañana si no empezamos a conocernos mejor y más sinceramente. No todo lo que somos está en nuestros 23 pares de cromosomas.