Mi mamá, quien trabajó en aseo toda su vida para tener un techo donde “poder meter la cabeza”, compró una casa de interés social en un sector popular; una de esas que muchos dicen que son una caja de fósforos. Pensábamos que íbamos a tener tranquilidad y esa privacidad que no sé si se tiene mucho cuando se está pagando arriendo. Pero la realidad fue otra.
Nuestra tranquilidad acabó cuando nos mudamos a la nueva casa. Un sábado, que por lo general es de hacer limpieza y descansar en la tarde, nos pasó algo. Estaba hablando tranquilamente con mi mamá en su cuarto, cuando de repente escuchamos un ruido fuerte, no sabíamos qué era. Me puse a escuchar atentamente de donde venía el ruido. Eran nuestros vecinos que estaban teniendo intimidad... la cama sonaba como si la fueran a desbaratar. Mi mamá volvió, me miró y me preguntó qué era lo que sonaba. Cuando le dije a ella que nuestros vecinos estaban haciendo el chucuchucu, ella se echó a reír y dijo: “No se pudieron esperar a la noche que estuviéramos dormidos”.
Hemos tenido que aguantar muchas situaciones por el estilo. Por ejemplo, una vecina grosera y gritona que se escucha cuando echa al marido a la calle y le dice que no vuelva, otra que un día le recordó a otra cuando había metido al vigilante a su casa mientras este estaba en su turno. En fin, chismes a montón.
Además, tenemos problemas de pandillas y drogadicción. Los hijos de los vecinos desde los diez años ya comienzan a fumar marihuana y a creerse los malos del conjunto. Una vez en la sala de mi casa oí cuando el hijo de la vecina le decía a otro joven de la misma edad de él que cuándo iban a fumar marihuana y que él ya la había probado. Meses después escuchaba una discusión los padres del niño, estaban peleando porque se habían enterado de que su hijo estaba en las drogas, su mamá pedía que lo llevaran a la iglesia donde ella asistía, pues creía que allí lo iban a sanar. Pasó el tiempo y el joven nunca dejó de consumir.
Y eso no es todo. Los fines de semana el conjunto parece una discoteca, hay una esquina donde se hacen todos los borrachos a tomar y la cerveza se vende como pan caliente. A la madrugada toca llamar a la policía para que calme a los escandalosos, porque en algunas oportunidades su rumba se convierte en pelea, donde en la gran mayoría de las ocasiones quedan de enemigos solo por una semana, mientras vuelve el otro sábado para volver a tomar. Y cuando son peleas familiares se escuchan chillidos de las mujeres, porque el esposo llegó y le dio una tunda de golpes, en esos casos por lo general no pasa nada.
Como si lo anterior no fuera suficiente, los robos están a la orden del día, solo es que dejen las casas solas y los vecinos amigos de lo ajeno se comienzan a subir por las planchas para ver en qué casa se pueden meter y robar. Y las ventas informales en las casas parecen un San Andresito, bullicio a toda hora. Y ni qué hablar del hacinamiento, cada casa es para cuatro personas por mucho, pero hay hasta diez personas por casa, duermen uno encima del otro, por eso es que en los conjuntos populares lo que se ve son chinos, gatos y perros.
No solo basta con que le metan a la gente la idea de comprar su casa, hay que educar a los futuros propietarios para que aprendan a vivir en convivencia y también hacer que los constructores cambien el modelo de las casas, gasten un poco más en buenos materiales (ganan mucho e invierten poco en las cajas de fósforos).