Confusiones (III)
Opinión

Confusiones (III)

Si el género no fuera género, si fluyeran maneras de ser y de sentirse.

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junio 25, 2024
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En mis dos columnas anteriores escribí sobre tres conceptos clave de la diversidad sexual: sexo, orientación y género. Las conclusiones fueron: son tres conceptos que aluden a realidades distintas, no están relacionados entre sí, dos de ellos heredados genéticamente y el último, hasta este momento, asignado por la cultura según las características sexuales externas al nacer y sentido por las personas que dicen apreciarse femeninas o masculinas.

Hasta acá la confusión es común y mucha gente en nuestro país tiende a confundir sexo y género y a creer que la orientación sexual es algo erróneo que pasó en virtud de algún problema en la crianza. Todavía no hemos llegado a la confusión mayor que tanto debate genera, que está cambiando leyes y que reniega de la lucha por romper las hieleras azules y rosadas que, como camisas de fuerza han impuesto a mujeres y hombres unos modelos a seguir, constriñendo la libertad de unas y otros con prescripciones que obligan y cercenan.

En este tema del género, tan problemático per se, quiero hoy para avanzar poner sobre la mesa varias realidades tangibles que son cruciales para entender el debate: i) el concepto de género en la cultura no se ha movido, ni tiene intención alguna de hacerlo; ii) las mujeres venimos hace más de un siglo luchando contra el género porque entendemos que ha sido nuestro yugo, determinante para mantener nuestra condición de personas de segunda clase; iii) existen personas en todas las sociedades no se han acomodado al imperativo de género que les han impuesto al nacer, y juzgadas como raras, incluso al punto del rechazo abierto y frontal, han sufrido la exclusión deshumanizante; (iv) de esas mismas, en tránsito a alguno de los dos géneros tradicionales, hemos aprendido que no son realmente incluidas en el sistema, y que mantienen su lucha justa por serlo, apelando incluso al calificativo -descalificativo- trans, que no dice realmente “soy mujer” o “soy hombre” sino que dice “me volví mujer” o “me volví hombre”.

Si el género no fuera género, si fluyeran maneras de ser y de sentirse, manteniendo solamente la división biológica, que es un hecho insoslayable y que sí tiene como función primera la reproducción de la especie, el asunto sería más fácil de entender. La división taxativa binaria de cromosomas sexuales XX en mujeres y XY en hombres, machos y hembras de la especie humana, que está clara a la luz de la ciencia, ofrecería un panorama claro. Pero esa taxonomía absurda de lo femenino (rosado) o lo masculino (azul), que se quedó muy corta evidentemente, tendrá que romperse, volverse un continuo donde no caben categorías y así se ampliaría ad infinitum y nadie tendría que ajustarse a nada.

En el movimiento feminista rápidamente se comprendió que esa división mantenía un sistema tremendamente eficaz para “ordenar el reino”, es decir, para que cada quién supiera el lugar que le correspondía, las tareas a ejecutar, el espacio en el cual iba a estar designado, a portarse de cierta forma y a aspirar a alcanzar unos logros determinados por la cultura. El resultado ha sido muy bueno para ese sistema: lo masculino con preeminencia maneja el mundo, y lo femenino, en el rol secundario según las sociedades, lo reproducen en el sentido biológico, literal y simbólico. Es el orden patriarcal, una férula que divide, que exagera y lleva al extremo el mandato del deber ser para mantenerse en el poder.


No caber, no encajar es la forma más atroz de excluir a un ser humano


¿Y las personas que no encajan en ese sistema del género binario? Desafortunadamente tienen que escoger, no les deja opción la cultura. Les dicen reiteradamente que “nacieron en el cuerpo equivocado”, como si para tener que ser femenina o masculino -nótese la disyuntiva- dependiera de la forma de sus genitales. El mensaje es muy claro: “no caben. Lo sentimos mucho, solo tenemos hieleras rosadas y azules, nada más. Si quieren tener un lugar en el mundo, escojan y métanse cómo puedan en una de las dos”. Esa es la exclusión. No caber, no encajar es la forma más atroz de excluir a un ser humano. Hacer que no pueda hacer parte de un orden determina en esa persona la búsqueda inalcanzable por ser reconocida, para ser parte de. Y desea fervientemente la inclusión.

¿Qué pasó? ¿Cómo llegamos a reforzar así esta absurda idea de que tenemos que ser femeninas o masculinos -erróneamente llamados “mujeres” u “hombres”, recuerden que es totalmente distinto-, so pena incluso de tener que redefinirnos socialmente, legal, hormonal y anatómicamente para poder hablar de inclusión en nuestra sociedad? ¿Por qué en vez de abrir la férula la estamos reforzando, apuntalando? ¿A quién le interesa fortalecer la férula, para qué? ¿Es un negocio? ¿Es una estrategia? ¿Es un derecho hecho realidad? ¿Es una trampa?

¿Realmente son incluidos cuando desde la forma como son nombrados -trans- alude a un no lugar, a un destierro del que por alguna vía están en tránsito? Creyendo liberar se ha reprimido más, se ha apretado más la férula, incluso violentando a las personas adultas, niñas y niños que se tienen que ajustar. Y ni siquiera aparecen otras hieleras y tienen que entrar como un hielo más, rosado o azul al mundo de la alienación del género. No es inclusión. Para nada. Es la manera más vil de hacerle creer a un ser humano que es incluido: que haga y se deje hacer para aceptarse y ser aceptado. Todo, absolutamente todo contra la libertad humana.

Una pregunta para cerrar y dar paso a mi más provocadora confusión: ¿Si el concepto de género se mantiene y se refuerza, si además la subalteridad de las mujeres se mantiene, cómo es que tantas personas femeninas quieren hacer parte de la hielera rosada?

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