Los conceptos nos ayudan a entender la realidad. Son una idea construida a partir de diversas fuentes: intuitivas, sensoriales, emocionales, cognitivas, intelectuales, científicas, entre otras. Se modifican a lo largo del tiempo, están sometidos a factores de todo tipo, sociales, culturales, económicas, religiosas y por eso evolucionan y se pueden rastrear históricamente. Unas veces claros y perdurables pero otras confusos, difíciles de construir y permeables a los vaivenes de los poderes y las ideologías.
Hoy quiero opinar sobre el concepto de diversidad sexual y la nociva confusión que existe en estos momentos en tres de los conceptos clave que la constituyen, muy importantes para la vida humana y su organización: la identidad sexual, la identidad de género y la orientación sexual. Están tan indistintamente entendidos que incluso una sigla famosa, significativa y de uso común (LGBTIQ+), entraña un malentendido que voy a explicar más adelante en mis próximas columnas sobre este tema.
Cuando pensamos en diversidad humana, biopsicosociocultural, inmediatamente acuden a nuestras mentes diversos conceptos como el color de la piel, los rasgos faciales, la estatura, la figura corporal, las formas de vestir, de bailar, las preferencias alimentarias, las lenguas, las creencias, los rituales y muchas más características, algunas personales, otras comunitarias y otras universales, que hacen específico a cada ser humano, único, en un paisaje diverso, multicolor.
Por ejemplo, si nos referimos a la diversidad étnica, hablamos de personas con una procedencia común, con prácticas sociales, culturales, económicas, religiosas y demás, distintas al resto de las poblaciones, que se identifican como parte de ese grupo y han mantenido su identidad a través de la historia. Así mismo otras diversidades: racial, física, generacional o sexual por ejemplo.
Si nos referimos a la diversidad sexual, hacemos referencia a un conjunto de características humanas, diversas, que se agrupan para reconocer a las personas desde su sexualidad. Así encontramos que tradicionalmente los tres conceptos mencionados, la identidad sexual, la identidad de género y la orientación sexual son tres de las categorías que nos describen sexualmente.
El problema según mi punto de vista es que para muchas personas esas nociones se han prestado a confusión por razones diversas: pura ignorancia, represión ideológica y política y/o prejuicios religiosos. Además de estar mezclados, se piensan como binarios, es decir en la lógica del cero o el uno, solo dos elementos caben entre sus opciones. Para colmo, no solo confusos, mezclados y caracterizados como blanco o negro por decirlo así, sino que se suponen concordantes: tres conceptos que deben estar alineados, en correspondencia; el sexo debe corresponderse con un género y con un gusto erótico, como si dependieran intrínsecamente entre sí. Son tres características humanas distintas, no son binarias todos, y no son concordantes.
Quiero aclarar que la columna de hoy es apenas el comienzo de un trabajo pedagógico que me atribuyo en este espacio. Me atreveré incluso a la simplificación con el ánimo de conquistar preguntas y búsquedas para mover un poco el tema, sacarlo de la academia o de las corrientes políticas y de los lobbies. Hoy describo las tres categorías en su característica básica cada una, para más adelante mencionar las diferentes maneras de verlas, sus implicaciones y por supuesto los fuertes debates que suscitan estas nuevas propuestas conceptuales en la sociedad.
Empecemos: A qué sexo perteneces. Este concepto sí es binario. Las personas tienen 23 pares de cromosomas, es decir, en total un genoma con 46 cromosomas. Cada progenitor aportó un cromosoma de cada par, es la herencia genética. Dos cromosomas de los 46 cromosomas humanos son sexuales, el X y el Y. Según se combinen al momento de la concepción los cromosomas sexuales, XX para mujer o hembra humana, o XY para hombre o macho humano, tendrás, para siempre, una identidad sexual; el azar, la biología determina el sexo. De este par de cromosomas se derivan las características sexuales, primarias, las que se tienen desde el nacimiento y las que se desarrollan en la pubertad. No es modificable, no existe ser humano alguno que haya podido modificar su genoma sexual. Se nace mujer/hembra o se nace hombre/macho, animal mamífero humano.
Sigamos: Cuál género te establecieron al nacer. Qué identidad de género te fue asignada. Casi todas las sociedades consideran adecuadas unas características propias en los usos y costumbres para hombres y para mujeres, concebidas en forma binaria y paralela al sexo biológico, la identidad sexual, asumiendo que si eres hombre debes ser masculino y si eres mujer, debes ser femenina. Como dos hieleras: una hielera azul y una hielera rosada -también estos colores son asignados-. Se incluyen funciones sociales, normas y roles, símbolos, actividades, atributos y comportamientos y lo más importante, las relaciones de poder. Esto se pone en marcha una vez se reconoce el sexo: el moño blanco más grande que la cabeza, el disfraz de guerrero con espadas de plástico, cocinitas o camiones. Hasta la forma como les hablamos difiere según sea niño o niña.
Qué se espera de un hombre y qué se espera de una mujer, llegando a estereotiparse de tal manera que como camisa de fuerza, estamos obligados sin discusión a ser y sentirnos masculinos o femeninos
Existe evidencia científica que demuestra cómo funciona dicho aparato social que educa en género desde el nacimiento. Qué se espera de un hombre y qué se espera de una mujer, llegando a estereotiparse de tal manera que como camisa de fuerza, estamos obligados sin discusión a ser y sentirnos masculinos o femeninos. Nótese la disyuntiva. Pero así no funciona. Había funcionado para contener distintas maneras de ser y se rompieron los diques. Hay que barajar de nuevo y puede que incluso el concepto de género esté ya vetusto y tengamos que pensar distinto.
Avancemos: Por cuál persona desde el punto de vista sexual te sientes atraída. Qué orientación sexual tienes. La concepción tradicional era binaria y para colmo patologizante. Desviaciones, enfermedades que había que curar. Hasta el año 1990 la homosexualidad hacía parte de los trastornos mentales. Ya se sabe que es una característica genética como el color de los ojos o el color de la piel. Para siempre tienes tu orientación sexual, tu gusto sexual, y ya no es ética ni científica ninguna terapia de conversión, como tampoco todos los intentos de cambio por medio de la socialización forzada, para corregir lo que no se ajustaba a la norma. Obviamente, tampoco se induce, ni con refuerzos positivos como rezos y admoniciones; ni refuerzos negativos como trauma por abuso sexual por parte de personas del mismo sexo (léase v.gr pederastia sacerdotal). No es binaria, es múltiple: te atraen las personas del mismo sexo, del sexo contrario, de los dos sexos o de ninguno. Heterosexuales, homosexuales (lesbianas y gais), bisexuales y asexuales. No son etiquetas y mucho menos estigmas. Así se nace. No se hace.
Para cerrar entonces, dejo mi punto de vista, derivado de la evidencia científica robusta que ha confirmado en forma repetida: dos conceptos, la identidad sexual -el sexo al que perteneces- y la orientación sexual -el sexo o los sexos que te atraen o no te atraen-, son inamovibles. Además, el sexo y la orientación sexual no tienen nada que ver. Como el color de tus ojos y el gusto por el ajo. Nada que ver.
En una próxima columna opinaré sobre el tema de la identidad de género y cómo erróneamente se ha confundido el concepto hasta el punto de la negación, la aversión, trivialización e incluso demonización acarreando sufrimiento por doquier.