Todo periodista aprende que cada noticia debe responder 6 preguntas básicas: ¿qué? ¿quién? ¿dónde? ¿cuándo? ¿cómo? y ¿por qué?. En una entrada anterior, mostraba los resultados del análisis de mi tesis doctoral sobre la representación del conflicto armado interno en el período 1998 al 2006, el cual coincide con los procesos de paz con las Farc y las AUC. Un aspecto no explorado en la tesis es la comparación entre los hechos que suceden (el¿qué?) y los que llegan a las páginas de los periódicos. Una lectora anotaba que los cientos de asesinatos en la zona del Magdalena a manos de paramilitares estaban siempre ausentes de las páginas de los diarios regionales.Por mi parte, una de las grandes ausencias que pude notar fue la masacre de Bahía Portete, cometida por paramilitares el 18 de abril del 2004. El Heraldo publicó una nota sobre la cancelación del Festival de la cultura Wayúu, la queja del entonces senador Piñacué sobre ‘la violencia’ en contra de los indígenas, y casi un mes después, el 12 de mayo, la siguiente nota en la parte inferior de la página 10C:
En ella Uribe, de manera muy mesurada, pide a la Fiscalía ‘establecer la veracidad de los hechos y le ordena a las Fuerzas Armadas tomar las medidas necesarias para la protección de esa comunidad indígena’.
Comparen esas declaraciones con su reacción ante la masacre de la Gabarra perpetrada por las Farc un mes más tarde:
” Que tristeza, como degollaron a nuestros campesinos. ¿Qué es eso? ¿Eso es de la vieja guerrilla ideológica? ¿Es eso de la guerrilla idealista? ¿Es eso de la guerrilla que quiso que se le considerara organización política? ¡No! Eso es del puro mezquino terrorismo. Nos duele profundamente”.
Esta incoherencia se acentúa cuando lo comparamos con su respuesta ante el reclamo de las madres de Soacha por los mal llamados ‘falsos positivos’: “Esos muchachos no andarían recogiendo café“. Es decir, de rasgarse las vestiduras por la masacre de los raspachines de coca en la Gabarra, pasa a justificar la muerte de los jóvenes humildes de Soacha, por que según él, se estaban dedicando a la recolección de coca. Irónicamente, las madres reportan que sus hijos fueron convencidos de viajar a otras zonas del país con ofertas de trabajo en fincas cafeteras.
Esta doble moral de parte del pasado gobierno es consistente con los resultados arrojados por mi investigación. Mientras se expresa solidaridad hacia el sufrimiento de un grupo de víctimas y se condena a los victimarios, al otro grupo se le invisibiliza. Las diferencias entre la construcción del ¿cómo? ¿quién? y ¿a quién? en cada grupo de noticias son palpables. Pero tal vez la falencia más grave es la pobre construcción del ¿por qué?. Compararé a continuación los intentos de explicar las causas del conflicto que ofrece la prensa con mis conclusiones, fruto de siete años de su estudio.
Barbarie pura
En algunos casos, la causa del conflicto es reducida a la crueldad de los grupos armados. Los victimarios son caracterizados como una horda salvaje que va matando por matar sin ton ni son a cualquiera que se encuentre a su paso, al mejor estilo de los caminantes blancos de la serie Juego de Tronos.
Es común utilizar términos deshumanizantes para calificar los actos que infligen mayor sufrimiento a nuestros congéneres. Sin embargo, deberíamos tener en cuenta que somos la única especie que se dedica a torturar al prójimo. Es más, estas prácticas son desconocidas en sociedades cazadoras-recolectoras, a quienes normalmente llamamos ‘primitivas.’
‘El terror me hizo cruel’
En un país que escribe Violencia con mayúscula, la línea entre víctima y victimario es en muchos casos borrosa. Las razones por las que el guerrillero o el paramilitar raso se encuentra en medio de la guerra a veces no depende ni siquiera de su voluntad. La tercera parte de las filas de las Farc son niños y niñas que han sido o secuestrados o reclutados con engaños. Algunos han sido entregados por sus padres para garantizarles tres platos de comida al día. Otras han optado por tirarse un fusil al hombro antes de tirarse encima 20 tipos al día en un burdel en un pueblo minero.
Foto: Jesus Abad Colorado
Una vez en las filas, la obediencia es la única opción. Negarse a disparar o intentar escapar significa ser torturado y hasta perder la vida. Y así van creciendo estos niños a quienes se les ha robado la infancia. Su inocencia muere con su primera víctima y su alma se endurece como mecanismo de supervivencia. Al crecer, repiten el ciclo.
Pero tampoco podemos desconocer uno de los motivos más poderosos para empuñar un arma: la venganza. Rodrigo Peluffo alias ‘Cadena’, uno de los más sanguinarios jefes paramilitares, quien convirtió al departamento de Sucre en un camposanto, era en su adolescencia el cobarde del pueblo. Cuentan los vecinos de Macayepo, su terruño, que los muchachos del pueblo lo invitaban a pelear para verlo llorar de miedo. Esto cambió trágicamente cuando su prima Nancy de tan sólo 18 años fue brutalmente acribillada en su presencia. Años más tarde, volvería a su pueblo a hacer pagar a garrote a sus habitantes por un crimen que no cometieron.
‘Hay método en su locura’
La motivación personal de un individuo para unirse al conflicto es muy diferente a la razón de ser de los grupos armados. Es innegable que los dividendos ofrecidos por el comercio de drogas ilícitas son un motor de la guerra en Colombia. Pero no podemos reducir el conflicto al enfrentamiento entre bandas de narcotraficantes, como en muchas ocasiones se presenta.
La cosa pública
Lo que muchos colombianos desconocen es la influencia de la economía legal en el conflicto. Esta incluye presupuestos municipales, cuyo control ha costado cientos de víctimas, como Eudaldo ‘Tito’ Díaz, el alcalde del recién conformado municipio de ‘El Roble’, Sucre, asesinado por ‘Cadena’ por orden de Salvador Arana. ‘Presidente, los que están sentados a su lado me van a matar’, anunció Tito en un consejo comunitario. Poco después de su muerte, el asesino fue premiado con un puesto consular en Chile.
Recordé ese caso cuando viendo un documental sobre la masacre del Salado, me enteré de que en noviembre del 1999, concejales de la región habían presentado un proyecto para convertir al próspero pueblo en cabecera municipal. Ese diciembre, cayeron del cielo panfletos que anunciaban la tragedia que frustraría de manera definitiva las aspiraciones de sus habitantes.
Minas de sangre
La economía legal también financió la guerra voluntaria e involuntariamente. Las famosas ‘vacunas’ desangraron a comerciantes y ganaderos por años. Las multinacionales mineras, por otro lado, la utilizaron como fuente de lucro. El mapa del departamento del Cesar muestra las masacres cometidas en ese departamento. El área violeta representa las minas de la Drummond y Prodeco. El tamaño del círculo crece con el número de víctimas.
Si estos datos le parecen pura coincidencia, les dejo esta cifra: El 87% de los desplazados provienen de municipios minero-energéticos, los cuales conforman apenas el 33% del país. El 80% de las violaciones de derechos humanos han ocurrido también en estas zonas.
La sal de la tierra
Cualquier análisis del conflicto estaría incompleto si se deja por fuera a la madre que engendró el monstruo de la violencia en Colombia: la lucha por la tierra. En Colombia, el 77% de la tierra está en manos del 13% de los propietarios, de los cuales un poco más del 3% abarca la tercera parte. La desigualdad en el campo en Colombia es la causa estructural del conflicto. Este será el tema de mi próxima entrada.
https://laperorata.wordpress.com/2016/10/21/el-conflicto-no-es-como-lo-pintan/