Nací en Calarcá, Quindío, en la vereda La Bella, rodeado de exuberantes cafetales y testigo de los bellos sonetos del último rapsoda de la poesía, Baudilio Montoya.
Me siento orgulloso de ser quindiano raizal. Tengo en mi sangre herencia de los pijao. Mi abuelo, Ruperto Salinas, era un campesino elegante de Calarcá, con sus atuendos de poncho, machete y sombrero.
Desde los 7 años trabajó como jornalero en grandes haciendas. Sí. Las de los Domínguez, los Palacio y los Jaramillo, eternos terratenientes.
Es decir, soy descendiente de campesinos de hacha y machete. Viví mi niñez y juventud en el paraíso de la inocencia que fuera la Calarcá de los años 80 y 90, tiempo en el cual fui feliz hasta la locura...
Desde el centro histórico de las viejas casonas, de entrañables y vistosos colores, veía pasar a las jovencitas coquetas en minifalda, los domingos en la tarde, por la carrera veinticinco; así mismo a los jóvenes jugando al hula hula, al fútbol, montando en bicicleta y viendo en el cinema las películas de Porky y La Chicholina, combinando con las lecturas de Marx y Lenin. Estas vivencias fueron el motor de mi rebeldía.
Antes del neoliberalismo de Gaviria, el narcotráfico de Ledher, Escobar y sucesores, vivíamos en abundancia; eran otros tiempos, había un mínimo de virtudes y de valores...
Los valientes guerreros Caciques murieron en el territorio Katataima, y quedó el afrecho, una caterva de vencejos. Ahhh tiempos aquellos; pero sí, hay cosas que odio del Quindío...
No me gusta el pueblo quindiano por su nula autoestima. Por ser cómplice con la corrupción. Por constituirse en un pueblo sin memoria; por masoquista. Sí. No me gusta porque aguanta todo, porque al soportar y al ser resignado, se convierte en la desgracia que realmente es.
¡Quindío está infestado de politiqueros corruptos! convirtiéndose en una de las cloacas más grandes de corrupción en Colombia.
Su única esperanza es salir del putrefacto lodazal del clientelismo enquistado por su dirigencia política. Solo así se podrá purificar tanta mierda, tanta maldad acumulada, tanto dolor, tanta infamia.
Odio que la Universidad del Quindío sea una entidad entregada a la politiquería y que existan unos poquitos académicos e "intelectuales" que se enfocan en contemplar y autoalabar el ombligo de rectores corruptos, viviendo de espaldas a las problemáticas, sin compromiso alguno con el territorio.
Después de 30 años de saqueo incesante, la sacra corrupción en el Quindío, se hizo reelegir por unanimidad. Todos se vendieron.
Odio que en el Quindío algunos líderes de opinión se vendan a la sacra corrupción, mirando para otro lado, para que la política departamental siga en manos de las pequeñas mafias de los clanes politiqueros de un departamento que se dice "Rico, Joven y Poderoso". Poderoso para los valencia, atilanos y los totos. ¡Dan asco! Realmente asquean, repugnan, son un vomitivo...
Odio a una región que se dice ser orgullosa de una raza pujante, pero que ha sido incapaz de derrumbar la rampante corrupción.
Odio una dirigencia política que no ha sido capaz de elevar placas y homenajes a los cientos de campesinos y campesinas que fueron asesinados en la época de la violencia.
Odio a los "Gremios económicos", algunos, que permiten la siembra indiscriminada de monocultivos como el aguacate Hass y coníferas, y que permiten la prostitución a cielo abierto y de frente. Hace algunos años escuchamos que en el Quindío se vende el tour de la prostitución.
Odio que lleguen los turistas a Salento convirtiéndolo en el cagadero más grande del territorio a cielo abierto.
Odio que el pueblo quindiano siga siendo arrodillado y masoquista... ¡Gente honesta existe, claro que sí!, pero son pocos...
Odio que el paisaje cultural cafetero del Quindío se esté convirtiendo en una cloaca de prostitución y delincuentes que le ha dado patente de corso al microtráfico para que desaparezca la cultura cafetera, dejando poco a poco cinturones de miseria.
Odio que la Secretaría de Cultura esté desde hace 30 años en manos de los mercenarios de la cultura, convirtiéndose en mayordomos lambones, mediocres, indignos y postrados a los gobiernos de turno. Así mismo, odio que la red hospitalaria esté administrada por las mafias politiqueras de la región.
¡Qué tristeza! Parece que solo nos queda la cobardía, resignándonos a los espantajopos y tartufos.
¿Será que el departamento "Rico, joven y poderoso" está vencido, vendido, prostituido, saqueado, abierto a los corruptos?
¡Dejémonos de güevonadas. Decidamos levantarnos, empecemos de nuevo. No es tarde. Avísenme, ¡yo prendo la chispa del cambio!...
Texto adaptado al Quindío del original "Odio a Cartagena" de la poeta, escritora y activista social Eva Durán.
Quindío, Armenia, cultura cafetera, politiquería, corrupción, narcotráfico,