Confianza
Opinión

Confianza

La crisis que vivimos y que no se arregla con plata ni con puestos de trabajo es la de la confianza. ¿Cómo encontrar la salida del hueco de la desconfianza?

Por:
diciembre 03, 2017
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La verdadera crisis que vive el país, la de fondo, la estructural, la que no se arregla ni con plata ni con puestos de trabajo ni con discursos, es la crisis de la confianza.  Obvio que tenemos situaciones complejas en el sector salud, en el pensional, en algunos indicadores macroeconómicos, en la justicia y en la construcción de paz, por mencionar solo algunos.  Claro que cada uno de estos retos necesita un plan, unos recursos y un liderazgo. Pero el factor imprescindible, el elemento necesario y la condición sine que non, para enfrentar los retos actuales y para emprender el necesario redireccionamiento del país, es la confianza.

Confianza, según la Real Academia de la Lengua, es la “esperanza firme que se tiene de alguien o algo.”  Sin confianza no es posible la vida en una colectividad .  Interactuar en familia, en comunidad y en la sociedad requiere dosis importantes de confianza.  Confiamos, tanto por su bienestar, como por el nuestro, en que las personas cercanas, con quienes tenemos relaciones de dependencia y afecto, tomen las decisiones correctas y actúen de acuerdo con ellas.   Cuando compartimos el espacio público, confiamos en que las acciones de los otros (peatones, conductores) se  ajusten  a las normas y a los principios básicos de convivencia.  Imagínense el infierno que sería salir a la calle con la incertidumbre acerca de si la gran mayoría de los ciudadanos respetarán las normas y señales de transito.  Un jefe confía en sus subalternos cuando delega y  los subalternos en los jefes, en su direccionamiento de los proyectos y las empresas.  Los accionistas confían en los reportes de los gerentes y los consumidores en que los productos y servicios adquiridos  cumplen con estándares de calidad y precio justo.  Los aficionados confían en que los resultados de los partidos y eventos deportivos serán la consecuencia de las habilidades, la pericia y el esfuerzo de los competidores.   Sin confianza no hay posibilidad de vivir en comunidad.

La confianza, como lo recuerda la definición de la RAE, no solo se la dispensamos, o exigimos, a las personas.  Confiamos también en las instituciones y en entes inmateriales como la ley, el Estado (conjunto de instituciones), la patria, el bien común y el interés general.  Nos queda imposible, por ejemplo, conocer el nombre, la formación y las habilidades de todos los pilotos de avión y de los conductores de bus que prestan el servicio de transporte, pero les confiamos la vida propia y la de nuestros seres queridos, porque confiamos en que las empresas, a las cuales pertenecen, se aseguran de la competencia y responsabilidad de sus empleados.   Confiamos además en que la ley, y quienes la hacen, aplican e interpretan, también  obligan a estas empresas a actuar de manera responsable para preservar a los ciudadanos y que, igualmente, castigarán de manera ejemplar (llegando incluso a prohibirles prestar el servicio) a quienes la incumplan.  No conocemos tampoco a la gran mayoría de policías y militares, pero confiamos en la institución y cuando vemos un arma en manos de un soldado o un policía nos sentimos tranquilos porque representan la defensa de los valores democráticos y de los derechos humanos.  Lo mismo tiene que pasar con todos los funcionarios públicos ya que, más allá de su historia personal, de sus gustos u opiniones, tienen  la gran responsabilidad de preservar y proteger el bien común y el interés general por medio de la aplicación y respeto de las normas que nos rigen. Para poder vivir en sociedad partimos de estos supuestos y confiamos en nuestras instituciones.

 

Sin confianza, una captura por orden la Fiscalía se convierte en una persecución;
un proceso de terminación del conflicto armado
en una estrategia del comunismo para tomarse el poder...

 

Pero hoy en día afrontamos en nuestro país una verdadera sequía de confianza.  En general, todas las instituciones necesarias para el buen desarrollo de la vida en sociedad –Congreso, Presidencia, partidos, rama judicial, Fiscalía, medios de comunicación–  generan desconfianza en un porcentaje muy alto de la población. Cuando se pierde la confianza en las instituciones y en los individuos, se destrozan los acuerdos necesarios para la vida en sociedad.  Cuando no hay confianza, una captura por orden la Fiscalía se convierte en una persecución; un retén policial es un peligro de atraco; un proceso de terminación del conflicto armado en una estrategia del comunismo para tomarse el poder y “yo no pago impuestos porque se los roban” o porque van para el “avión de Timochenko”.   Como ya no hay en quien confiar… cualquier cosa es posible. El posicionamiento de la posverdad o del fake news es la consecuencia directa de esta crisis de la confianza.

Perder la confianza es perder la esperanza. Y perder la esperanza… bueno, es la manera más expedita de perder la libertad.

Construyendo sobre la ecuación de un amigo matemático precandidato a la Presidencia, la salida del hueco de la desconfianza solo es posible cuando desde lo personal y como sociedad elegimos actuar de manera coherente (principios y acciones) y lo hacemos de manera consistente (en todo momento, sin excepciones).  Así mismo, nuestras instituciones necesitan estar integradas y lideradas por personas que actúen, con los más altos estándares éticos y con respeto por la ley, de manera consistente y sostenida.  No se trata de nada terriblemente complicado, pero sin duda alguna, es una tarea urgente.

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