En 1804, llegó a Caracas la vacuna antivariólica que motivó a Andrés Bello a escribir Oda a la vacuna. No sé si a finales del 2020, ante la llegada de la prometida vacuna, los poetas lanzarán sus versos sobre la vacunación y su diatriba contra el COVID.
A decir verdad no es cierto que mi familia del coronavirus haya causado tantos muertos como los que cotidianamente se nos atribuyen, sea ya por la radio, la televisión o la prensa. Esto lo digo porque sería conveniente examinar las estadísticas de cuántos eran los fallecimientos cotidianos por accidentes, enfermedades, homicidios, muerte natural, antes de que se armara el miedo por la presencia de nosotros, los COVID. Y digo que un examen cuidadoso y sin escándalos mostraría que de los infectados son muy pocos a los que se lleva la parca por causa de nosotros. Y como no se hace la distinción, cada día crece la cifra total de los difuntos por la enfermedad que dizque nosotros causamos.
Y entonces, cuando reflexionamos sobre esto, aparecen los rumores, las mentiras, los embustes que suelen denominarse fake news (en inglés, para que lo creas) sobre nuestra tendencia a la mortalidad. Y como ahora no interesa la verdad, como se puede ver en el caso del cambio climático, que suele negarse o en cuestiones políticas, como atribuir los males del presente al castrochavismo, cuando nunca en las tierras de Macondo se ha dado un gobierno de izquierda. Pero volviendo al cuento de los rumores con ellos se desacredita el trabajo de los otros. Ejemplo de ello es el descrédito contra el interferón. A su vez, cuando desde la estepa rusa se lanza la vacuna el estigma crece como espuma. Sucede lo mismo contra la invención china.
La efervescencia abrumadora de lo que es legítimo desciende a la opinión pública. En una carrera, supuestamente contrarreloj, los gobernantes del curubo, que se erigen como benefactores de la res pública, secretamente negocian la vacuna. Y a nosotros —los COVID o coranovirus— nos sorprende la adquisición de diez millones de vacunas, lo que no es cierto porque en esa cifra se incluye una inyección de entrada y otra de refuerzo a los quince días, por lo tanto, son cinco millones de vacunas. Y nos asombra las pocas dosis que se adquieren frente a la población numerosa Una vez más, en esta parte del trópico, se demuestra que no todos los hombres son iguales.
Pero en estos últimos días hay la embriaguez de que por fin se ha conseguido la vacuna efectiva. Mientras nosotros, mi familia, de los COVID o coronavirus, como decidieron bautizarnos, sabemos que la peste no muere ni desaparece jamás. Permanecemos durante centurias debajo de los muebles, en la ropa, en las bodegas, en las valijas, los pañuelos, los papeles y un buen día despertamos y comenzamos a hacer morir a cuantos se nos presenten.