Al ver su trabajo, su forma de mandar, su mirada penetrante, su dominio en la escena artística, alguien le puso el título de “La Dama de hierro” a Olga Lucía Arcila, porque según decían también, “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”.
La bautizó así cuando Inglaterra era gobernada por Margaret Thatcher. Hasta el mismo Darío Gómez, todo un rey, cuando había alguna situación para resolver decía tímidamente: “lo que diga Olga”.
Ella siempre dijo la última palabra. Fue el motor de una gigantesca empresa que les dio empleo a miles de personas y que hizo de las canciones de Darío Gómez, un himno, hasta convertirlo en el creador de un estilo, un género y un tipo de música para libar.
Darío la conoció cuando estaba en un momento de crisis, luego de su separación con su esposa y con problemas de toda índole. Cuando la vio encontró en sus ojos, su voz y su mando, que sería su amor para toda la vida. Él llegaba todos los días a la cuadra del barrio donde ella residía y a las 7 y 45 la visitaba, la cortejaba, la miraba y le cantaba. La perseverancia vence lo que la dicha no alcanza.
Al estilo de Mercedes Barcha ‘La Gaba’, esposa del Nobel de literatura García Márquez, quien empeñó sus joyas para permitir que Gabriel pudiera concentrarse y escribir Cien años de soledad, Olga Lucía apoyó a Darío Gómez cuando este no tenía un peso en sus bolsillos.
En el momento en que a Darío le dijeron que no iba más como A&R en una conocida disquera colombiana, con la liquidación, unos ahorros y dineros prestados Gómez registró su compañía Discos Dago y empezó a grabar sus canciones.
“Nos íbamos de pueblo en pueblo, en un Renault Cuatro destartalado, yo me metía a las cantinas, bares, tabernas y grilles a vender los discos de Darío, también en los parques de esas comarcas, a voz en cuello yo gritaba: “el disco de Darío Gómez, lleve el disco de Darío Gómez”, hasta que salió Nadie es eterno y la historia se cuenta sola”, rememora ahora.
Del amor entre Olga Lucía y Darío nacieron Kelly, Jorge y Catalina. Una familia ejemplar y de valores.
Olga Lucía, “la dama de hierro” de Darío fue la encargada de darle ese toque de elegancia en la forma de vestir al Rey.
“Yo decía: Darío no puede ser del montón, él debe vestirse elegante, y lo empecé a mostrar con smoking en las presentaciones, al igual que a los Legendarios”, cuenta ahora sin dejar a un lado su permanente café caliente.
Sin mayores cursos de administración, contabilidad, leyes, reformas tributarias, impuestos, representaciones legales, comenzó con su empresa, forjando un trabajo que iba desde cuidar a su artista hasta llevar al pie de letra cada uno de los contratos y el examen minucioso de las canciones y hasta de los videos.
Ella mandó construir estudios de grabación tanto en su casa en Medellín como en su finca en San Jerónimo. De un momento a otro, sin importar la hora, Darío comenzaba a componer sus canciones. Ella simplemente le preguntaba: “¿Quiere tinto?, ¿le traigo fruta?, ¿agua?” y él, rápidamente le contestaba con alguna petición.
Ella cerraba la puerta y nadie podía hacer ruido ni molestar. Era el momento de la creación. Luego aparecía Aníbal Aguirre, “pistolita” o algunos músicos para hacer las primeras maquetas del tema.
“En una oportunidad —recuerda ahora Hernán Darío Usquiano, el director de La Viejoteca de TeleMedellín— el productor Javier Castaño era el encargado de grabar los videos de Darío Gómez. Él formaba paquetes de diez videos y un día los reunió para que los vieran, ya terminados y listos para ser emitidos. Estaban contentos hasta cuando llegó doña Olga y miró con detenimiento la grabación y exclamó: “paren, paren, paren. Ese video no puede salir”.
Todos la miraron extrañados, volvieron a mirar las imágenes y le preguntaron el motivo de su negación. “Es que detrás de Darío sale una gallina y no tiene nada que ver con la canción”.
–Es que se grabó en una finca.
–Sí, pero es que esa gallina no tiene nada que ver con la letra de la canción.
Y entonces le dieron la razón y debieron volver a grabar.
El 15 de junio de 1995, Darío tuvo un reto: su presentación en Medellín con Vicente Fernández. El más grande ídolo ranchero estaba en tierra del Rey del Despecho. Pero esa noche también era el lanzamiento de Alejandro Fernández. La discusión era quién salía primero. Si Vicente, si Darío, sí Alejandro. Óscar Serna, el empresario, no sabía cómo dirimir ante esta situación.
Le preguntaron a Olga Lucía qué hacer. “Pues fácil. Vicente es Vicente. Su hijo debe ir primero, luego él y cerramos con Darío”, comentó y ordenó que le llevaran una ancheta con frutas al hotel donde estaba hospedado Vicente, quien agradeció el detalle tanto del homenaje que se le hacía a su hijo como de las exquisiteces enviadas.
Así era ella. Ya le había pasado con Helenita Vargas, quien dominó por muchos años el escenario. Un día les dijeron que tendrían su primer mano a mano. Para Darío era un honor estar en la tarima al lado de la Ronca de Oro y para ella, un descubrimiento. Antes de la presentación, Olga Lucía le envió un poderoso ramo de flores a la cantante y desde ese momento los dos cantantes fueron grandes amigos.
Incluso grabaron una canción a dúo.
Olga Lucía Arcila, doña Olga, era también el freno para detener la bondad de Darío Gómez, quien tenía los bolsillos rotos. Un día determinó darle unos 200.000 pesos para que tuviera para sus gastos y dádivas y una tarjeta con 500.000, para algún imprevisto. Siempre Darío sacaba de un cajero el dinero para regalarlo a una madre cabeza de familia que le contaba sus angustias, a una abuela abandonada, a un desempleado o a un amigo.
Impecable lo enviaba a las ruedas de prensa o a las presentaciones en televisión. Cuidaba al extremo cada detalle y fue ella quien le dio valor a la música del despecho y, desde luego a la popular.
Ella les enseñó a cobrar a los otros cantantes, a exigir buen sonido y excelentes tarimas, a que los respetaran en las presentaciones y que los empresarios no se volaran con el dinero.
Una de sus últimas apariciones en público la hicieron los dos en Bogotá cuando el presidente Iván Duque le hizo un homenaje a Jorge Barón. Allá estuvo Darío Gómez en los salones del Palacio de Nariño saludando a los periodistas, agradeciendo al mandatario y luciendo uno de los trajes más refinados en toda la carrera artística de Darío. Y ella, a su lado, disfrutando de uno de los momentos más inolvidables. Sintió el cariño que le tenía cuando la llevaba de la mano por el tapete rojo.
Ella siempre fue su ángel de la guarda y él su primer admirador.
Doña Olga le cumplió a Darío con esa extraña petición sobre el día de su fallecimiento y despedida. Él quería que fuera su público y le cantara “Nadie es eterno” y ella, pacientemente, mientras notaba cómo su dolor y los recuerdos le golpeaban a cada instante, saludó desde expresidentes de la república, políticos, cantantes, compositores, músicos hasta lisonjeros.
Gracias a los abrazos de sus hijos y a su fortaleza vivió esos tres días de cámara ardiente.
Solo ella lo sabe.
Tristeza le produjo el comentario que hicieron en Cali, según el cual Darío no era el compositor de Nadie es eterno, sino Tito Cortez. “No me hieren a mí, ni a sus hijos, sino a la honestidad, gallardía y valentía del maestro Darío Gómez”.
“Sayco nos acompañó en todo momento, los periodistas, los locutores y todos aquellos que lo conocieron y sabían de su talante. No sólo fue el Rey del Despecho, sino el maestro de la composición y el respeto por sus colegas”, dice ahora doña Olga.
“Siempre ha pasado con canciones de éxito, que salen otros “dueños” como pasó con El Preso de Álvaro Velásquez, El Africano, de Calixto Ochoa y tantas otras”, comentó Hernán Darío Usquiano.
Con una flor en su mano, millones de anécdotas y una lágrima en su mejilla, en silencio, sin tanto aspaviento, “la dama de hierro”, Olga Lucía Arcila, doña Olga, despidió para siempre a su Rey del Despecho, Darío Gómez.