Por estos días, en un ejercicio inédito, los testimonios por los cuales los perpetradores de los llamados “falsos positivos” han ido asumiendo abiertamente su responsabilidad –ante familiares de las víctimas– pueden ser un ejemplo de peso para que otros colombianos también aprendan a hacerse responsables de sus actos.
Los factores son diversos, pero sin duda en Colombia hay mucho mentiroso que tiene que aprender a decir la verdad, por incómoda que sea.
En un país de padres ausentes, y tal vez por temor al regaño de la madre o de la abuela, muchos niños, que ahora son adultos, se acostumbraron a mentir, un mal hábito infantil que se prolonga en el tiempo.
Cuando he pillado a alguien haciendo algo indebido (sin que se diera cuenta de que lo observaba) y después le llamo indirectamente la atención, como preguntándole “¿usted no sabe quién hizo tal cosa?”, con frecuencia intentan lavarse las manos diciendo mentiras: “No, ni idea quién fue, yo sólo pasaba por aquí”, para luego desviar la mirada.
Lo mismo ocurre con un choque en la vía pública: el que sabe que tuvo la culpa, debe asumirla (con los costos que ello implique) y no decir que fue culpa del otro o que quién sabe qué, incluso teniendo que esperar a que venga el seguro a intentar dirimir responsabilidades que de antemano uno ya conoce.
Esta marcada tendencia a decir mentiras también se debe en parte a tantas décadas de violencia a manos de grupos armados ilegales o del crimen organizado, que con frecuencia intimidan a la población e indirectamente le “enseñan” a decir mentiras como mecanismo de defensa para evitar cualquier tipo de represalia.
Pero ya es hora de que en Colombia la gente en general aprenda a ser más sincera, a asumir su responsabilidad si por alguna razón la embarró (ya sea en casa, en el trabajo o en cualquier otra esfera) y no buscar escudarse, a veces hasta con justificaciones tontas.
Una sociedad más transparente, más sincera, es el primer paso para lograr también una sociedad más funcional y menos conflictiva, una donde el fin no justifique los medios y donde la trampa o la mentira no sean la moneda de uso más común.