Del último conflicto armado quedan marcas y heridas abiertas en los cuerpos y odio y venganza en las mentes, que vienen siendo manipuladas emocionalmente con el objetivo de bloquear la consolidación del gobierno y de la paz acordada y la que está en curso.
Hablar, debatir y tratar con la verdad entre diferentes produce la burla del poder que sostiene el imaginario de que nada podrá ser cambiado sí ellos no lo permiten y obtienen beneficio. Esa certeza de poder indestructible, ha sido puesta en duda por el primer gobierno popular que ocupa el palacio con un presidente y jefe de Estado formado y probado en la izquierda, que comprometido con un modo de acción basado en reformas sociales, igualdades, derechos humanos, justicia social y voz propia en la comunidad internacional es un estadista integro, que ha logrado sacar lo peor del actuar de las élites, que acudieron a usar el odio y la venganza para su propósito superior de impedir gobernar o hasta derrocar al presidente. Voces y rostros antes serenos ahora demacrados gritan que nada está bien, que nada sirve.
El rechazo de las élites al gobierno se extiende en busca de conformar una multitud de adhesiones (y adicciones al poder tradicional) y seguidores fieles, conformando el cuerpo de una federación del odio (con suspenso en sus desacuerdos programáticos o ideológicos) con pensamiento y acción de ultraderecha y rasgos comunes de lealtad hacia un acentuado conservadurismo; defensa de tradiciones, instituciones y estructuras establecidas por ellos; defensa de un orden y autoridad (autoritaria) basada en seguridad, represión militar y tolerancia cero a la izquierda; una narrativa de libertad económica y primacía de lo privado por sobre todas las cosas; y unas lógicas colonialistas, sometidas a abolengos, discriminaciones y creencias moralistas inquisidoras y medievales.
En la práctica el país está ante el momento en el que dos modos de acción diferentes se enfrentan. Un modo asociado al capital, que sigue ciegamente al pentágono, la CIA, el FMI y la OMC y se guía por la hegemonía de pocas familias locales que propagan el odio como conducta, y el otro modo asociado a los catálogos de derechos, que cree en el dialogo, la CPI, la CIJ, la ONU, las igualdades, la seguridad humana y la justicia social y le da máximo valor a la paz.
Es un pulso inédito entre dos fuerzas opuestas, antagónicas, que tiene cada una acumulados políticos propios y masas para copar las calles. El modelo confederado de odios es movido no por la política si no por la economía, los negocios y la seguridad, sus actuaciones oscilan del centro a la ultraderecha y acude a todos los métodos y medios de lucha, incorpora neuromarketing, think thank, fake news y se reserva la opción neoparamilitar.
El otro modelo que defiende lo público, el bien común, la democracia real y la soberanía, oscila del centro hacia la izquierda con una mezcla de fuerzas populares (sin alinearse con la lucha armada de insurgencias que reconocen al gobierno, pero desconfían del estado). A un lado statu quo y capital, al otro la defensa de la vida con dignidad y derechos. Poco espacio queda para declararse de un centro inexistente o escapar a esta balanza.
El peligro de retroceso como nación no es el alinderamiento de contrarios, pasado o cambios. El peligro son las ventajas de usar el odio y la venganza como principal arma letal para impedir que sanen las heridas y se agote la guerra sin reglas, que de paso le sirve al “líder” ahora imputado para ocultar otros delitos de estado o esperar impunidad, insubordinación y derrocamiento.
Hacer campaña para volver a las armas, usando el odio es un crimen porque durante el último medio siglo estas no trajeron equilibrios, pero sí lograron que el estado fallara, solo y junto a paramilitares. Decenas de veces el estado conducido por las élites fue condenado por crímenes de guerra y de lesa humanidad contra civiles y las armas de las insurgencias terminaron distantes de las masas excluidas.
Los odios en armas dejaron consecuencias devastadoras, demenciales, inhumanas. Las violaciones a los derechos humanos y al DIH contadas por millones produjeron daños mentales irreparables, un retroceso significativo de la inteligencia colectiva y pérdidas totales corporales, materiales, del erario, del tejido social y la economía que impiden racionalmente presentar al país como un lugar civilizado. Con odio lo degradaron todo, vida, honra, bienes, mentes y dignidad humana y dividieron la sociedad.
Lo preocupante en esa ruta de la devastación no es que la sociedad esté dividida, partida en dos o que pase por una aguda polarización con masas civiles enfrentadas (es común en el mundo que ningún candidato ganador supera a su adversario por más del 5% de votos).
El peligro real es que al confederar sus fuerzas con odio y venganza en la ultraderecha, devuelven el país a la caverna con perdida de garantías a derechos universales conquistados. Ya ocurre con leyes anti identidades trans en Perú, de castigo implacable en Salvador o de ataque a la universidad pública en Argentina. En Colombia el cálculo de usar el odio es alentado por las élites que se resisten a aceptar que el gobierno actual se ejerza de otra manera, con otras lógicas y referentes y que exija ser respetado, respaldado, cuidado, para alcanzar la meta de país civilizado que la constitución anuncia y la realidad niega.
El odio y la venganza usadas para infundir temor y miedo, se presenta por ejemplo con reservistas y retirados militares, que pudieron haber tenido relación con la barbarie (falsos positivos, exterminio de la unión patriótica, alianzas con mafias) a quienes reúnen para reiterarles falsamente, que hay una justicia popular para perseguirlos y castigarlos, impulsando en ellos su resistencia contra el gobierno del que se les repite sin cesar que deben considerarlo su enemigo mortal y contribuir a derrocarlo.
La retórica para dividir (que está en el borde del delito) es planeada, sistemática e intencional, está dirigida a bloquear todo lo que haga, diga o proponga el gobierno. Bloquearlo todo con odio y sin excepción es la consigna. Entre vulgaridad e irrespeto al gobierno sale del congreso el odio con la voz de ventrílocuos; después en consenso se asocian en el recinto para dilatar los debates a los proyectos de cambio (cientos de recusaciones, constancias, adiciones y no quorum) y así “demuestran” que nada va bien, que el desastre es inevitable (hecatombe) y en una carrera de relevos, los mensajes de odio son replicados por boots, opinadores, lideres de gremios, políticos de siempre y figuras públicas (muchos ex) que conducen el resentimiento y la animosidad existentes en la sociedad dividida para legitimar su status y negocios y entre sus masas promover oleadas de indignación y desconfianza (emberracarse llaman) para avanzar sin pausa en su propósito de derrocar al gobierno.
P.D. Es momento para retomar los principios y normas de los derechos humanos que ofrecen un marco ético y legal útil para desideologizar el respeto por la vida e insistir en un programa nacional contra el odio, que nos permita como humanos racionales coexistir entre diferentes, civilizados y desarmados y ojalá volver a leer, releer y comprender la declaración universal de 1948 y atenderla como norma fundamental de garantía para vivir con dignidad y derechos a la paz, la verdad y la justicia.