Uno de los consejos principales de Steve Jobs en su discurso en Stanford —que mencioné en otra columna hace unas semanas— es que hay que tratar de “conectar los puntos.”
Él le está hablando a un montón de jóvenes recién graduados, enfrentando esa pregunta que, intuyo, a partir de ese momento es una linda e incómoda constante: ¿qué voy a hacer con mi vida? Conectar los puntos es algo así como hacer con las cosas que nos pasan y hacemos (las accidentales, las deliberadas y las que fueron ambas) como con ese juego del mismo nombre que muchos jugábamos chiquitos: había un papel con muchos puntos que escondía una sorpresa —un Rey León o un Mickey Mouse— y con un lápiz y siguiendo la numeración de los puntos regados en el papel aparentemente sin mayor sentido, podíamos dibujar el muñeco escondido. En la vida, los hechos y puntos no están numerados, pero Steve Jobs dice que hay que confiar —en lo que sea— en que los puntos van a cuadrar y van a crear figura, algún propósito, alguna vocación, al menos una dirección.
Es un excelente consejo, pero tiene una imprecisión, —creo— o, para no sonar como que ahora estoy criticando a Steve Jobs (mientras escribo desde mi Mac y cargomi iPod), a lo mejor dejó algo sin decir del todo, algo que él seguro sabía.
Resulta que a diferencia de cómo pasaba en el juego de conectar los puntos, nuestros puntos —nuestro pasado— son más como un cielo estrellado. Lo más probable es que no tengan un sentido particular, ni tengamos un destino predeterminado e inescapable, ni haya un camino labrado. Hay hechos y decisiones. Punto(s). No se conectan solos.
Ahora, una de las características principales de los seres humanos, la que tal vez determinó que lográramos tomarnos el planeta, es que somos capaces de imaginarnos cosas que no existen realmente, pero que tienen el enorme poder de coordinar y orientar nuestras acciones y permitir nuestra interacción organizada a enorme escala, aún si no conocemos a las personas con que estamos interactuando. La religión, el dinero o el derecho —y tal vez incluso la ciencia— son ejemplos de esto. Hacemos transacciones online con dinero que no existe fuera de nuestro imaginario colectivo —es solo un número en una pantalla— e incluso cuando pagamos con billetes cualquier observador no inmerso en nuestra “realidad imaginaria” simplemente vería papelitos de diferentes colores y tamaños y pedazos de metal redondo. Que eso sea dinero es una invención —increíblemente coordinada— nuestra que nos permite tener una economía enorme, que abarca todo el planeta. Las leyes tampoco existen de verdad (“el derecho es una metáfora” le insisten a uno en primer semestre) y la ciencia es solo la explicación que nosotros, desde nuestras limitaciones, le damos al mundo. Cada vez más acertada, claro, pero limitada a lo que nuestro cerebro y nuestras capacidades de percepción (que gracias a la tecnología son cada vez más impresionantes).
¿A qué voy con todo esto? Bueno, a que creo en que los “puntos de la vida” no van a cuadrar solos sino que nos toca hacerlo a nosotros, cual navegantes antiguos que se imaginaron constelaciones en el cielo estrellado para armar mapas y orientarse en el mar (y contarse historias). Podemos conectar los puntos creyendo en algo, y encontrándole el sentido a través de eso, o medio mirando hacia atrás y hacia delante al tiempo (y mirando hacia y desde adentro, con la cabeza y el corazón) y viendo por donde tiene sentido la cosa. Es algo así como contar (e inventarnos) nuestra historia —con sus picos, valles, fondos, autopistas y estrellones— y partir de ahí para imaginarnos hacia dónde vamos. Imaginarnos a nosotros mismos de esa forma tan humana capaz de crear realidades
Esto, más allá de ser una carga (igual, ya sabíamos que nos toca escoger y decidir) es también libertad. Uno escoge qué puntos quiere repasar con su lápiz, qué hechos va a usar y cuáles va a dejar sin reteñir, qué quiere dibujar y qué puntos necesita y le faltan para llegar allá. Claro, habrá mil asteroides y nuevas estrellas que no sabemos qu vendrían (incluso habrá muchos más de los que no sabemos, que los que sabemos) pero uno siempre puede borrar y volver a pintar, pero hay que pintar, hay que unir los puntos diría Steve Jobs.