Y que tire la primera piedra quien no se ha estresado por el caos vehicular de Bogotá. Solo basta girar la cabeza cuando vas conduciendo y detectarás en el rostro de alguien una expresión de violencia que condenará una falta que posiblemente cometiste en el volante y/o viceversa. Cuando menciono una falta en la calle me puedo referir al “diminuto” hecho de demorarse un segundo en el avance que se debe realizar por el paso del semáforo de rojo a verde. Es que en la calle la velocidad promedio no la decreta la norma sino el afán, la prisa, la premura del tiempo, la agonía del reloj. No hay tranquilidad, no hay margen de error, se agota la paciencia, todos quieren llegar ¡ya!, pero de antemano cada uno sabe a lo que se expone según su recorrido. Se trata de una carrera de obstáculos, todos compiten contra todos, no hay contrincantes, todos son rivales y enemigos. Se nota la cara de furia, prevalece la ley de la selva, pues sobrevive el más fuerte o el más atravesado, diría yo so pena de ser alcanzado y cerrado.
Conducir hoy en Bogotá es un acto de valentía, riesgo, vértigo, peligro y pánico. Este ejercicio, que debería ser un acto tan sencillo como el de caminar, se ha convertido en un safari por una selva de cemento, donde es una completa hazaña llegar sano y salvo, sin que a uno lo hayan atracado, rayado el carro, lanzado un huevo en el panorámico, pinchado intencionalmente para robar. Llegar a donde tenemos que llegar sin haber atropellado un motero, ciclista, peatón, vendedor de semáforo o calibrador de tiempos de los recorridos de las busetas es hoy en esta ciudad un acto de suerte. Llegar sano y salvo al destino prefijado de nuestra ruta es cada vez una lotería que ya no solo depende de ser buen conductor, responsable y precavido, ahora hay un ingrediente adicional: el azar de no encontrarse neuróticos y kamikazes en el trayecto.
Es que en la calle se ve de todo, conductores que se niegan a utilizar el manos libres porque sencillamente no se les da la gana y punto; biciusuarios sin casco, chaleco reflectivo, luz noche, súmele a este listado de imprudencias rodar a toda velocidad con audífonos por fuera de la ciclorruta escuchando Canserbero, Silvestre Dangond, Maluma, Ozuna y es que no está mal escuchar rap, reggaetón, bachata, dancehall o vallenato, lo que se convierte en un acto de profunda imprudencia es aislarse del mundo, pues todos los órganos de los sentidos deben estar alerta de la actividad que se desarrolla; en este caso, conducir e incluso andar. La vista y el sentido de la escucha son los que en últimas nos permiten preservar la vida en una actividad tan delicada que requiere de profunda responsabilidad. Cuando de conducir se trata, ver y escuchar son sentidos imprescindibles para el peatón, biciusuario, motero y conductor, comprendiendo el cuidado y la precaución que debemos tomar con quienes carecen ya por situaciones de índole natural o clínica de dichos sentidos.
Conducir es como salir a la calle a caminar con una pistola en la mano con municiones y sin seguro, puede que lleguemos a nuestro destino sin accionarla, como puede que por un pequeño descuido en defensa personal, por estrés, furia, venganza o necesidad de hacer justicia por nuestras propias manos, oprimamos el gatillo hiriendo u asesinando a alguien que incluso podemos ser nosotros mismos. Qué verbo tan difícil de conjugar es conducir: Yo conduzco, tú conduces, nosotros conducimos, ellos conducen, es tan fácil de pronunciar y difícil de ejecutar, si bien son varios factores los que han permitido el detrimento y la putrefacción del ejercicio de la movilidad, nosotros nos hemos convertido en una de las principales causas.
Mire usted el tamaño de nuestra ignorancia, de nuestra conchudez, cinismo, negligencia y es que somos ciudadanos perversos, descarados e individualistas: estacionamos la moto o el automóvil cerca a los semáforos, sobre los andenes, encima o al lado de las ciclo rutas reduciendo aún más el carril para el tránsito de automotores generando trancón, pero me importa un pepino voy de afán, no me demoro y así me demore, ¡usted no se meta en lo que no le importa ¿Me entendió? ¡Si no le saco cruceta, macheta o hasta el corta uñas! Aquí todos somos responsables, desde el peatón que viendo un carro aproximar se manda a la avenida en una actitud suicida, forzando a utilizar la peripecia del conductor para no atropellarlo, solo por el capricho del peatón de evitar esperar solo cinco segundos excusado en la razón de su afán; el biciusuario que no respeta ni semáforo ni señales de tránsito como si estas solo sirvieran para permitir el tránsito de ellos, cual caravana de escoltas de presidente fueran; así como los moteros, quienes quieren circular a la brava por donde no caben ni pueden según la norma poniendo en riesgo sus vidas; hasta algunos taxistas, conductores de buseta, Sitp o alimentadores, quienes piensan que a carro grande y regalado no se le mira el colmillo. No se salvan aquellos conductores de corta edad, los sardinitos, los bebés del volante, quienes queriéndole demostra la virilidad y el macho man que llevan por dentro a la “nena” que llevan sentada a su lado o detrás si van en moto, alcanzan velocidades de película diría yo, de No nacimos pa' semilla o Sin tetas no hay paraíso solo pa’ chicanear, pa’ que la chica con inmenso grado de complicidad, sin importar “las tetas” se sienta en el paraíso y él conductor sea su héroe. ¿Si ve que los héroes sí existen, carajo?
¿Y dónde están los agentes de tránsito? Partiendo a la lata a todo el que se le atraviese y tenga cara de yo no fui solo con el fin de cumplir la cuota moderadora del día. Yo no veo en las políticas del secretario de transporte Juan Pablo Bocarejo ni en las del director de la policía de tránsito Brigadier General Ramiro Castrillón la promoción de una cultura pedagógica contundente e innovadora que genere conciencia tanto en los patrulleros como en la ciudadanía, solo veo a un cardumen de policías de tránsito con un dispositivo electrónico capturando lo primero que se encuentren en el instante; es decir, reduciendo su función en la ciudad a un problema de azar y no de cultura ciudadana. Por tal motivo, los conductores astutamente averiguan a qué horas del día pasan por determinado sector los “chupas” para evadir la infracción y poder estacionar durante el resto del día sus vehículos, sabiendo a ciencia cierta que la ley se aplica solo por un ratico, a determinada hora del día en algunos sectores de Bogotá y a quien le figuró ¡De malas! No sé si sea inocencia, negligencia, pereza o idiotez del secretario y director de la policía de tránsito de Bogotá, pero la instalación en noches y madrugadas de los fines de semana de los puestos de control para realizar pruebas de alcoholemia a conductores ebrios se hace por lo general en los mismos lugares de la capital, telegrafiando a los mismos infractores para que sin mayor esfuerzo puedan durante la ruta evadir el infortunio de encontrarse frente a frente con los puestos de control de la policía de tránsito; es decir, el borracho por jincho que esté sabe de antemano por dónde puede en zig zag transitar, pero si está de malas dos patrulleros en moto se encontrará en el recorrido, quienes conociendo la dimensión astronómica de la multa por conducir ebrio, permiten que la situación se preste para entablar una conversación llena de un millón de motivos y expectativas tan parecidas a las que se generan por el conocimiento de los resultados del Baloto...
La verdad, qué mal ha salido nuestra radiografía. Pienso que en la calle así como dentro de un bus curiosamente sale a flote la verdadera identidad del bogotano. Somos una guarida de extraños, aclaro, no siento vergüenza de mi ciudad, por el contrario me siento orgulloso de vivir en ella. Este artículo lo escribo porque ahora me siento más parte de la solución que del problema, demuestro actitudes y competencias ciudadanas con aire de esperanza, aún me falta pero ahí voy. No niego que me da pena el precario y mal oliente ejercicio de ciudadanía que la mayoría profesa. Si bien en varias ciudades del mundo la movilidad se está convirtiendo en uno de sus mayores problemas, eso no justifica nuestra guachada. Repito, a pesar de la multicausalidad de los problemas de movilidad, ya es hora de quitarnos la pendejada de “culpar” de todo a nuestros nefastos gobernantes. Si bien cada vez somos más un reflejo de su apatía, mediocridad, negligencia, descaro, corrupción y carencia de actitud propositiva, esto no es razón suficiente para permitir que el sentido de pertenencia de los bogotanos se reduzca solo en los partidos de los equipos capitalinos en el Campín a entonar con furia y mojando cuco el himno de Bogotá, bueno pero arranque… deje de mirar el celular que ya cambió el semáforo no haga trancón o ¿qué va a hacer pa'?