Pasan las décadas y Gustavo Álvarez Gardeazabal sigue manteniéndose vigente. Es que este escritor ha pasado a la historia con una novela que retrata parte de la polarización que aún se mantiene en nuestra vida republicana. Nos da a conocer esa guerra bipartidista que inundó el territorio nacional con ríos de sangre, y de los que todavía quedan recuerdos por la magnitud de los acontecimientos. Como muchos autores colombianos él no podía quedarse atrás, así que también vemos con su pluma cómo el Bogotazo se vivió en el interior del país. Por eso Tuluá, Valle del Cauca, es el lugar en donde ejemplifica la política radical y la violencia que los gobiernos de mitad del siglo pasado imponían para mantenerse en el poder. Su obra es fiel a lo que se vivió, por lo tanto se la debe consultar para no olvidar lo que ha sido esta patria sanguinaria.
Álvarez Gardeazabal nos presenta a León María Lozano, un hombre común y corriente que pasó de vender quesos en una galería a ser unos de los jefes sicariales del partido conservador. El personaje ficcional es una copia del personaje real, que lleno del radicalismo de la época persiguió y asesinó al pueblo liberal que se reveló del dominio conservador. Sus acciones eran las que definían a los chulavitas, los matones conservadores, que acudiendo a policías corruptos de día hacían de autoridad y de noche de delincuentes dispuestos a utilizar sus armas de juego. En la novela nos damos cuenta que León María tenía luz verde para cegar la vida de sus detractores políticos, protegido por una clase dirigencial bogotana y una iglesia mojigata que justificaban la muerte de un pueblo manipulado por unas ideas que en nada lo favorecían.
Si bien las cosas han cambiado desde que se daba toda esa violencia, no se puede negar que aunque hoy no se mata por un color si se sigue matando con la sevicia de la época. Por ejemplo, los paramilitares apropiaron esas estrategias, destazando y acabando cruelmente con todo aquel que no cumpla con sus exigencias. Parece ser que el pueblo colombiano disfruta de la sangre, y todo lo que no le cuadra lo resuelve a plomo o a motosierra. Ese es el país que nos tocó y el que Álvarez Gardeazabal fielmente nos presenta con distintos actores. Creo que allí está su vigencia como autor, puesto que pudo ejemplificar desde su natal Tuluá cómo la violencia y el poder van de la mano en una sociedad que para nada respeta la diferencia.
Los vallecaucanos debemos sentirnos orgullos con su aporte literario, que aunque en muchas ocasiones se lo ha querido silenciar siempre ha logrado hacerse sentir. Cóndores no entierran todos los días es su obra prima, la ficción por la cual siempre se lo va a recordar y se lo va a ver como el escritor más importante del suroccidente colombiano, aunque esto esté sujeto a un debate o a los gustos que se puedan tener. Ojalá los nuevos escritores se dieran cuenta que de vez en cuando es bueno escudriñar en la sociedad, analizando los problemas que la condenan a vivir manipulada y sujeta a una polarización que únicamente favorece a los que la propician.